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Una muchacha de cabello castaño oscuro levantó la mirada para observar su reflejo en el espejo frente a ella y, mientras observaba las lágrimas resbalándose por sus mejillas, se estudió a sí misma por unos segundos. La forma de corazón de su rostro, su nariz recta, sus labios delgados, lo bien delineadas y femeninas que eran sus facciones, su cuello alargado y, por último, sus ojos color chocolate de largas pestañas que había heredado de su madre. En verdad me parezco a ti, ¿ne, eomma? Se preguntó a sí misma, manteniendo una expresión seria en el reflejo. ¿Cuánto había pasado desde la última vez que había llorado? ¿Por qué debía mostrarse débil en un momento como ese? No es tiempo para ser sentimental, se reprochó, barriendo de lágrimas usando su mano derecha y maquillándose de nuevo para ocultar los rastros. Su otro brazo lo llevaba enyesado hasta el codo y colgaba frente a su pecho gracias a un trapo que servía de sostén. Debo concentrarme, se dijo. A partir de ese día, ya no podría distraerse con trivialidades.

- Te haré sentir orgullosa, eomma - le juró al espejo antes de atar su cabello en una coleta alta y regresar a su habitación, donde había dejado la muda de ropa que usaría ese día -. A partir de hoy, me esforzaré en hacerte sentir orgullosa.

Dio un rápido vistazo a su alrededor, admirando el piso de parqué oscuro y las paredes pintadas de un agradable color caqui, la cama baja de dos plazas y media con cobertor bordó recién tendido con varios cojines de distintos tamaños encima, las dos mesas de luz de roble donde reposaban dos lámparas y un reloj digital, el improvisado escritorio repleto de papeles sueltos y libros, un armario que tenía en ambas puertas dos espejos de cuerpo completo, una pequeña biblioteca personal y un mueble a juego al cual se dirigió antes de cambiarse de ropa. Se agachó frente al mismo, abrió las delicadas puertas y se topó con el portarretrato de su madre, quien era su calco idéntico de joven, ubicado en medio de otros diferentes recuerdos que mantenía allí ocultos de los demás, como era el peine con el que su madre solía peinarla y también su brazalete favorito.

Llevó a cabo una reverencia, juntó sus palmas para realizar unos cuantos rezos y encendió un incienso en su honor para luego volver a cerrarlo y ponerse de pie. Al mismo tiempo que pensaba en lo que haría esa mañana, se vistió con dificultad con unos pantalones negros de pitillo, una camisa del mismo color que acomodó debajo de su pantalón, un saco blanco ceñido al cuerpo - dejando su brazo debajo sostenido por un cabestrillo - que iba a juego con sus bailarinas, adornadas con un moño negro en cada pie. Guardó algunos de los muchos papeles en su maletín marrón que colgó a su hombro derecho y salió al largo pasillo blanco e impecable hasta llegar a las escaleras. A los pies de éstas, una joven de su edad con el cabello azabache corto a los hombros y vistiendo un atuendo formal de falda entubada y camisa la esperaba.

- ¡Al fin está aquí! - La aludida pareció respirar de alivio al verla bajar y guardó su teléfono en el bolsillo. - ¿Qué estaba haciendo? Llegará tarde si no se apresura.

- Ah, tranquilízate, Hye Jung-ah - respondió ella, haciendo una seña con la mano mientras seguía su camino -. Te saldrán arrugas si sigues preocupándote tanto.

- ¡Ji Nah-ssi!

Ignorando su reclamo, se adentró en la cocina para encontrarse con una mujer mayor de mediana edad que estaba terminando de servir lo que parecía ser sopa de algas cuando la vislumbró en la entrada. Dejó lo que hacía para saludarla con una inclinación.

- Annyeonghaseyo, Ji Nah-ssi - la saludo, manteniendo la cabeza gacha.

- Annyeonghaseyo, ahjumma - dijo la muchacha.

Se sentó en una de las sillas frente a la isla a mitad de la habitación y su estómago rugió al distinguir su amplio desayuno. Como era usual, Hye Jung se colocó frente a ella para disfrutar también de la comida sin vergüenza mientras Ji Nah hacía lo posible para convencer a su cocinera, Seo Woo, a que las acompañara. A pesar de llevar trabajando en su hogar por tantos años, Seo Woo consideraba irrespetuoso que compartiera las comidas con la jefa y dueña de la casa. No obstante, después de minutos intentando, las tres estuvieron entabladas en una entretenida conversación sobre la serie de televisión que Seo Woo y Hye Jung veían juntas en las noches. ¿En qué momento se hicieron tan cercanas? Pensó Ji Nah al escucharlas bromear y reír con naturalidad. Hye Jung era su amiga desde la escuela secundaria y, en la actualidad, trabajaba como su asistente personal y mayor confidente, mientras que ahjumma llevaba cuidándola desde niña antes de mudarse de la casa de su padre, por lo que tuvo que pedirle, casi suplicarle, que trabajase para ella cuando tuvo su propia propiedad. Incluso siendo ambas recuerdos de su infancia, Hye Jung nunca había tenido oportunidad de conocer a Seo Woo debido a que su padre tenían un estilo de vida estrictamente separado de los "sirvientes", como a él les gustaba llamarlos, por lo que Ji Nah solía encontrarse con la cocinera a escondidas cuando él no estaba en casa, cosa que solía ocurrir la mayoría del tiempo cuando era niña. ¿Habría sido ahjumma feliz siendo tratada de esa manera? No estaba segura, pero al menos pudo sacarla de allí, asegurándole un techo sobre su cabeza y un aumento en su salario. El hecho de que Seo Woo y Hye Jung vivieran en esa enorme casa con ella la hacía sentir menos solitaria. Aunque, por pedido de la mayor, ambas dormían en el piso de abajo. La única que tenía permitido dormir arriba, según la mujer, era la dueña.

Wolf Knight [Ji Chang Wook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora