-Charlie- [9]

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Me sumí en la oscuridad. De pronto, esta torno en luz y me vi inmerso en un placentero sueño. En él, un sitio que recordaría siempre, la Torre del Reloj. Me encontraba a de pie, inmóvil observando el movimiento hipnotizador que realizaba el gran péndulo. Un incesante balanceo que cuando llegaba a su fin emitía un sordo, pero imperioso "Tic-Tac". Torné mi cabeza para observar el patio en el cual encontraría la fuente central adornada con cuatro arcos, cada uno dando a una dirección, su suelo pedregoso en el cual comenzaban a emanar algunos brotes verdes de hierba aderezando así el color grisáceo de estas con tonalidades verdes. Pero al tonar mi vista atrás no había nada. Solo un gran acantilado que se precipitaba al solemne océano. Con tan solo observar las aguas de este te transmitía una sensación de lástima que provocaba una impresión de mayor carga en el pecho.

De pronto tras de mí sentí una fuerza que me empujaba a avanzar a través del precipicio sin permitirme si quiera oponer resistencia. No podía tornar la vista atrás, está se volvió de nuevo estática y fija. Solo veía el imponente mar que cada vez estaba más cerca, inevitablemente. Mis pies dejaban marcas en el suelo resistiéndose a caer, enloquecidos por el caos, más era en vano ya que el suelo era un barrizal y arrastraba los trozos de hierba en mi calzado. Finalmente, intenté gritar para pedir ayuda o misericordia a lo que fuera que me empujara, pero mi voz estaba quebrada, realizaba el esfuerzo con todo mi ser. Gritaba y gritaba, gesticulando grandes voces, pero ni la más ínfima se escuchó.

Sin poder tocar más tierra arranqué con los pies las últimas piedras que contorneaban el acantilado cayendo hacia el mar con ellas. Estaba aterrado ante la caída en este, casi al borde de la locura a causa del pánico. Cuando impacté con la superficie del mar una sensación de helor recorrió mi cuerpo, la cual provocó que me despertara.

Al morar de nuevo en el mundo terrenal, me encontraba en el mismo lugar, en el mismo cuerpo destruido. Más, no estaba igual que antes, estaba gélido. El helor del sueño me había acompañado hasta este mundo, probablemente tendría alguna arteria perforada a causa del hechizo del mortífago. Oí un grupo de personas acercarse. Con las paupérrimas fuerzas que me quedaban me volteé aún más. Pasaron velozmente por uno de los arcos dirigiéndose a otro pasillo, el que se encontraba opuestamente al pasillo en el que se hallaba mi celda. Mi túnica oscura me permitió una mejor integración con el ambiente. Ante su paso ligero, iluminado con un fúnebre Lumos, pasé desapercibido.

Debía moverme, lo sabía y era consciente de ello, luchaba con todas mis fuerzas por levantarme, pero los golpes recibidos se manifestaban de tal forma que no podía alzarme de nuevo. Cada intento iba acompañado de un impulso a regañadientes del cual brotaba un grito de desolación cada vez que fracasaba. Las lágrimas me cubrían los ojos a causa del dolor derivado de los funestos empeños.

En la profundidad hacia donde se habían dirigido los mortífagos oía una serie de estruendos y de gritos, deduje que posiblemente otro prisionero había escapado. Le habría ayudado más sin mi varita y en aquellas condiciones lo único que habría hecho habría sido molestarle o distraerlo. Los gritos no cesaban. Esto solo concluiría con los mortífagos pidiendo más refuerzos para reducirlo y volver a encerrarlo pero, quien quiera que fuera el oprimido, oponía resistencia y luchaba por su libertad. Esto me inspiró "¿Por qué yo no? ¿Por qué no lucho por mi libertad? ¿Por unas cuantas magulladuras?". No iba a malgastar aquella oportunidad. Posé firmemente mi mano sobre la basa de la columna y cesando el ritmo entrecortado de mi respiración, doblé una rodilla, después la otra. Ejercí fuerza con el brazo. Puse el otro como sustento en el suelo y entre amplios dolores en mi caja torácica que me atravesaban como lanzas. Me alcé. Apoyado en la columna liberé un pudiente e inminente grito acompañado de la caída de varias lágrimas. Ahora venía el verdadero reto, andar sin ningún tipo de apoyo. Me dispuse a posar el primer pie un poco más adelante, pero algo me detuvo.

Los gritos que procedían del pasillo se volvían más fuertes "¿Cómo?¿El prisionero había conseguido salir del pasillo?Pero..." En mi cabeza nada encajaba, eso era imposible. Un hechizo impactó de repente arrancando un trozo de columna que chocó en mi hombro, no lo suficiente fuerte como para hacerme caer de nuevo. Y entre el polvo causado por los hechizos, la vi. Era ella, no cabía la menor duda. Su cabello azul ondeaba asemejándose al mar. Estaba demasiado enfrascada en la batalla, no me vería,debía gritar. Con toda la potencia que me permitían mis cuerdas vocales,afónicas tras tantos días allí, intenté formular su nombre- A...-pero las palabras no lograban salir apenas de mi boca. Lubricando mis labios con saliva,secos ante la deshidratación, y tragando esta a través de mi áspera garganta conseguí pronunciar el nombre de esta que resonó a través de los cuatro arcos,gracias al eco que proporcionaba la estancia, ya que el grito fue menudo. Vi sus ojos centrarse en mi y aunque estaba en el borde de la decadencia le dediqué una cálida sonrisa. Las lágrimas comenzaron a emanar de mis ojos en el mismísimo instante que nuestras miradas se cruzaron. Mis piernas comenzaron a fallarme pero me apoyé en la pared y no decaí. Ella había venido. No estaba solo.

La Llama Oscura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora