EL ENCUENTRO

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Por unos momentos creí que había perdido la memoria.   O más bien era que en el fondo quería que esa chica fuese mi novia.  No sé.

Cuando a punto estaba de saludar a la hermosa chica, giró a la izquierda y se dirigió con una enfermera

--Enfermera, llevo aquí más de 10 minutos y no me atienden, ¿qué es lo que pasa? -le dice la rubia con cara de desesperación.

--Diez minutos no es mucho tiempo.  Aquí hay pacientes que esperan hasta una hora.  Además su problema no es grave.

--¿No es grave? -grita la joven- Pero si ese perro me mordió.

--No la mordió. Ya la revisó mi compañera y no le encontró nada.  Ahora solo debe esperar al médico para que le dé un chequeo general.

--Bueno, no me mordió pero me asusté mucho -dice la chica sin poder ocultar que se trataba de una niña mimada.

Yo estaba atento a la conversación.  Aún tenía la ilusión de que esa hermosa mujer se me acercara y me besara pero mi espera fue en vano.

Me bajo de la camilla y me despido de la enfermera para luego salir del área y dirigirme hacia donde estaba la bella mujer sentada antes.  

Al pasar exactamente por la silla que tuvo en su poder tan maravilloso y delicado cuerpo, alguien me haló de la camisa.

--Oye... -me dice alguien.

Volteo a mirar... era la otra joven que estaba junto a la rubia.

Era de mediana estatura.  Usaba lentes, brackets y  llevaba el cabello negro recogido en una coleta. En sus manos traía mis apuntes y mi libro de la Universidad.  Por la emoción de la rubia, olvidé mi tarea.

--¡Oh, Dios!... mis cosas.  Dámelas -le dije casi arrebatándoselas de las manos.

Ella no esperaba mi reacción y todo cayó al piso.  Los dos nos agachamos para recoger las cosas.

No sé cómo pasó pero la bolsa que ella llevaba cargada en su espalda se vació dejando más papeles, libretas y unos libros tirados.  Cada uno recogió lo suyo y nos pusimos de pie uno frente al otro. Ella me sonrió y los brackets le brillaron.  Llevaba puesto un vestido negro con florecitas rojas.  le llegaba casi hasta los tobillos y de escote... nada.   No sé por qué quise compararla con la rubia. Nada qué ver una con la otra. Eran polos opuestos.

--Me llamo Noelia -me dice al tiempo que extiende la mano para saludarme

--Soy Ever -le contesto el saludo apretando su mano- ¿Tú eres mi.... -lo pensé mejor y corregí- eres la persona que me atropelló?

--Sí -contesta toda apenada casi a punto de llorar- perdóname por favor. ¿Me vas a acusar a la policía?

Me le quedo mirando sin saber qué contestar.  En ningún momento me pasó por la mente acusarla con la policía.  

--No, por supuesto que no. -le dije.

--Muchas gracias.  Al menos déjame que te lleve a tu casa.

--No puedo ir a casa. Tengo que ir a hacer una tarea a un cibercafé.

-- ¿Te llevo?

Lo pensé unos segundos y le dije que sí.  Al rato ya estábamos los dos en su auto.  El auto que me atropelló momentos antes.   Era un coche viejo de dos puertas.

Le indiqué hacia dónde seguir y me dejó ahí.   En el trayecto hablamos poco; tan solo se disculpó por haberme atropellado y me dijo que vivía en Tres Palmas y creo que recuerdo que dijo que tenía un perro. 

Cuando entré al cibercafé pedí un computador y me dispuse a seguir con mi tarea.

Entre mis cosas vi una libreta negra que no era mía.

Seguro era de Noelia.  No le dí mucha importancia y continué hasta las 11 de la noche cuando el dueño del lugar me dijo que ya iba a cerrar.

Agarré mis cosas y me dirigí a casa.

DIARIO DE UNA EX-PRESIDIARIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora