Impulsiva. Pt2

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Súbitamente el teléfono vibró y se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta

― ¿Hola? Musitó mientras las calientes gotas rodaban por sus mejillas.

― ¿Alma?

― ¿Abby? ¿Qué ocurre?

― Eso me pregunto yo. ¿Ahora se te da por dar notas en los programas de chimentos?

― ¿De qué hablas?

― Bueno...acabo de verte en la tele...

― ¿Cómo dices?

Tomó el control remoto y encendió el dispositivo. En uno de los programas más amarillistas de la TV hablaban sobre el futuro enlace de Tom. También, repetían una y otra vez la nota que les había brindado hacía cinco minutos atrás donde dejaba entrever que su ex pareja no era un hombre con pocos atributos.

― ¿Acaso perdiste la cordura? ¿Qué harás la próxima vez? ¿Sentarte en uno de esos mediocres programas a defenestrar a ese bueno para nada que no vale la pena?

Abby la regañó con absoluta razón. Alma jamás se comportaba indebidamente pero estaba hasta la coronilla que la gente se burlara de su desgracia que reventó en el lugar y momento inadecuado.

― Lo sé...sólo...sólo me dejé llevar.

― Supiste lo del compromiso. ¿No?

― Si. Me lo contaron los periodistas. 

Respondió fijando la vista en las diferentes imágenes de Tom y Elizabeth. Se los veía tan felices juntos y se preguntó nuevamente si ella no lo hacia feliz para que decidiera dejarla.

― ¿Alma? ¿Alma sigues ahí?

― A-aqui estoy.

― ¿Estas llorando? ― la respuesta era obvia. Apenas podía hablar. El nudo se había vuelto tan estrecho que sólo balbucía ― no puedes seguir así, hermanita. Esto no es lo que tú necesitas.

― Lo que necesito ahora es una lobotomía.

― Lo que necesitas es alejarte de la ciudad. Ven con nosotros a Cruz del Sur ― Evaluó las alternativas: permanecer encerrada viendo los estúpidos reportajes de su ex pareja y su prometida. Lo más probable era sumergirse en una profunda depresión y terminar ante un inminente suicidio. No quería eso. No quería rendirse ― anda, ¿Qué tienes que perder?

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― ¿Alma? Siente que alguien le tironea del brazo. Abrió los ojos y miró con total desorientación.

― ¿Llegamos ya?

― Ya quisieras ― Se incorporó en el asiento y miró a mi alrededor. Estaban en una pequeña estación de servicio ― bájate. Y por el amor de Dios limpia la saliva de tu boca, pareces un labrador.

Alma la miró con cara de pocos amigos. Abby era tan irritante a veces. Me bajo del vehiculo a estirar las piernas y observo a Leo esta junto a surtidor de combustible charlando con el empleado. Mi cuñado tenía la cualidad de entablar una conversación con cualquier desconocido como si lo conociera de años.

― Ella es mi cuñada, Alma. 

Me presenta al individuo de no más de cuarenta quien viste un enterito rojo y un gorro que le hace juego. Él empleado me mira a la cara y sonríe. Le devuelvo el gesto por amabilidad y me dirijo hasta la entrada del baño en donde espero a mi hermana.

Estábamos a finales de diciembre y la temperatura sierre tiende a subir volviéndose insoportable. No obstante, la cálida brisa de esa mañana la cual sacude ligeramente mi cabello, se siente agradable. Lleno mis pulmones de aire fresco y fijo la vista en el cielo azul sin una sola nube. De repente noto unas palmaditas en el hombro. Me giro y veo a mi hermana.

― Iré a comprar algo ¿vienes?

― Si.

Tras empujar la puerta oyeron un tintineo e ingresaron a la pequeña tienda. No había nadie más que dos empleados. Uno de ellos, un hombre calvo, con unos grandes anteojos y prominente barriga les dio la bienvenida. Ambas hermana sonrieron con cordialidad y se dirigieron al sector de comidas. Abby se percató de repente que un muchacho de grandes ojos marrones y cuyos cabellos se escondían de una gorra oscura no le quitaba los ojos a su hermana menor.

― Creo que tienes un admirador.

― ¿De qué hablas?

Abby señaló con la cabeza. Alma se giró levemente para encontrarse con la avergonzada mirada del muchacho quien nervioso le sonrió. Molesta, volvió la vista a su hermana mayor y frunció el ceño.

― ¿Qué? 

Pretendió estar sorprendida.

  ― Ese muchacho no deja de mirarte. 

 ― ¿Y? 

 ― ¿Por qué lo haces? 

―¿Hacer qué?

― Volverte poco atractiva al sexo opuesto. 

― ¡Qué locuras dices!        

Alma se acercó al mostrador y pagó por unas bolsas de frituras y un refresco. el chico, de grandes ojos marrones y tierna sonrisa no le quitaba la vista de encima.

― Son 15 pesos.

Alma pagó sin prestarle la menor atención. Luego abandonó el lugar y volvió a la parte trasera del auto.  

 ―¿Todo bien?

Leo me dijo mirando por el espejo retrovisor.

 ―Si. 

 ―¿Dónde esta Abby? 

 ―Adentro― abrió la lata roja y letras plateadas― de seguro tratando de venderme al mejor postor.   

 

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PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN:

POR LO PRONTO SUBÍ LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS, DE AHORA EN MAS SOLO ACTUALIZARÉ LA HISTORIA DOS VECES A LA SEMANA: LUNES Y VIERNES.


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