7. Paranoia y vida Zen

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Los primeros rayos luminosos de la madrugada lo despertaron. Era demasiado temprano. El día anterior se había acostado con la misma ropa que llevaba puesta. Se dio un baño y se puso el uniforme. Aún había tiempo, así que con la música retumbando a un alto volumen en sus oídos se puso a dibujar.

Intentó nuevamente trabajar en el dibujo que tenia a medias, pero le era difícil. Una y otra vez había intentado recrear el rostro de su compañera, mas ninguno le parecía igual al real. Los ojos eran lo que más le costaba, sobre todo darles una expresión; los que conseguía dibujar eran fríos y sin vida, no reflejaban el ensueño, la vida y energía de los originales. Frustrado por su inútil intento lanzó el cuaderno y cargó su mochila.

La casa estaba vacía, ni un solo mueble se encontraba en el piso inferior, tampoco lo veía necesario. Sólo su habitación poseía los muebles imprescindibles, en el resto nada, ni siquiera un refrigerador en la cocina. Nadie entraba a esa casa más que él así que no había caso. La alacena estaba vacía también, así que decidió comprar algún bocadillo en el camino para suplir el desayuno.

En el colegio aún no había nadie, de todas formas ingresó y se sentó en su pupitre, cambió la canción a una desconocida que había descargado la noche anterior. No poseía un gusto musical específico, le gustaba buscar por la red cualquier canción o melodía que le llamase la atención, desde las canciones pop de moda hasta un rock de los ochenta olvidado, sobre todo descargaba las canciones que algún aficionado con talento se había animado a compartir con el público.

Puso una mueca al escuchar una cumbia mal entonada y ya se dispuso a borrarla cuando sintió que alguien lo observaba.

—Arruinaste lo que pudo ser el mejor día de mi vida. —En lugar de la expresión de ira infantil que le causaba tanta gracia, esta vez Sophie le irradiaba completa melancolía.

No hubo amenaza, simplemente se dejó caer sobre la mesa y ocultó el rostro entre sus manos.

Ian no esperaba tan impredecible reacción y se puso a maquinar rápidamente qué era lo que le había hecho. Las ocasiones anteriores ella sí tenía un motivo real para molestarse, y bien que se lo hizo notar con sus impulsivas amenazas; esta vez parecía algo serio, y él se encontraba en un total desconcierto.

***

— ¡Esteban! ¡Perdón de verdad! —alcanzó a gritarle mientras corría hacia él en la hora del receso.

Él volteó hacia ella con una marcada decepción en la mirada.

—No te preocupes —respondió fingiendo indiferencia.

—Voy a compensarte, de verdad —le suplicó jalándolo de la chaqueta.

Él miró a su alrededor algo avergonzado, al no ver a nadie apartó la mano de la muchacha suavemente.

—No es necesario. Fue un error mío, quise salir contigo en plan de más que amigos, pero... eres una niña Sophie, no puedo salir con una niña, no compartimos los mismos intereses. Supongo que no te sentiste cómoda y lo estarás más con alguien de tu edad —dijo calmadamente mientras Sophie intentaba reprimir el llanto causado por sus palabras —. Siempre serás mi amiguita —añadió con una sonrisa, revolviéndole el cabello antes de irse.

El estado triste y lloroso que reinaba en su mar de sentimientos, fue suprimido primero por un estado de shock que la dejó piedra y luego por la irritación previa a un berrinche.

Se había equivocado al pensar que había quedado como una estúpida frente a Estaban; en su lugar, él la veía como una niña inmadura que prefirió quedarse a jugar videojuegos en un local antes que salir con un muchacho.

Los sueños secretos de SophieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora