Capítulo 8

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Keyra.

   Me siento a la mesa rápido. Se me ha hecho algo tarde y mi padre ya está sentado en su lugar de siempre, esperándome para comer. Es uno de esos días en los que su agenda le permite este rato conmigo, por lo normal un par de veces en semana, martes y domingos.

  -Perdón por el retraso papá.

  Esboza una sonrisa clásica.

  -No te preocupes. ¿Qué tal van las clases? -pregunta pinchando un espárrago asado, con el tenedor.

  -Bien, todo bien, como siempre-respondo y le devuelvo la sonrisa.

  -Me alegra escucharlo aunque sé que no tengo nada de lo que preocuparme. Siempre has sido una estudiante modelo.

  El gesto de su rostro parece de satisfacción y me pregunto si continuaría ahí por mucho tiempo al conocer mis verdaderos pensamientos a cerca de la carrera. En el fondo conozco la respuesta y su desaprobación sería rotunda.

  -Sólo me esfuerzo.

  -No seas modesta-comenta-Eres mi hija y una de las mejores estudiantes de derecho de tu facultad, eso es digno de orgullo.

  No digo nada. Me limito a clavar la vista en el filete de pescado y cortarlo despacito. El tiempo pasa despacio en este enorme vacío de palabras que hay entre nosotros. De vez en cuando mi padre echa una ojeada a su celular y yo hago lo mismo mientras voy devorando poco a poco el rico almuerzo que nos ha preparado Sandra.

  -¿Me acompañarás al evento en casa de los Smith?-pregunta rompiendo el silencio.

  Levanto la vista. No tenía ni idea.

  -Supongo. Sabes que siempre que necesitas que te acompañe lo hago. ¿Irá Grace?

  -Lo cierto es que aún no lo sé pero voy a pedirle a mi secretaria que confirme nuestra asistencia.

  Asiento en silencio. Deja su servilleta a un lado, sobre la mesa y se levanta de la silla con el celular en la mano.

  -Si me disculpas, tengo asuntos que atender. Hablaremos esta noche.

  -Claro papá-contesto en apenas un susurro mientras lo observo desaparecer por la puerta.

  Me quedo aquí, sentada, sola, acabando con los restos que quedan en mi plato, pensando en aquella tarde con Ian y en lo lejos que parece haber quedado. Pero no, no hace tanto. Para ser exactos, hoy hace una semana que nos encontramos. En estos días no he podido evitar tener la tonta esperanza de encontrarlo de nuevo en alguna esquina. Incluso llegué a pensar que volvería a verlo, sentado al pie de las escaleras, a la salida de la Universidad. Cada día esbozaba una sonrisa que se desvanecia en mi rostro al ver su vacío en las escaleras. Mi corazón aún se acelera al pensarlo. Sé que no volverá y aún así sigo soñando con la idea de estar equivocada y que regrese en mi busca aunque ponga todo mi estirado mundo de cabeza, aunque sea por otra tarde. Entre los cientos de rostros con los que me cruzo a diario, sin quererlo, me he dado cuenta que no dejo de buscar el suyo.

  El escandaloso rumor que me relacionaba con Ian ha desaparecido como lo ha hecho él en mi recuerdo. Todo parece normal. Creo que el pésimo guionista de mi vida, debería tomarse un buen café. Quizá la cafeína ponga a trabajar las adormiladas neuronas de su cerebro y haga volver a ese extraño hombre a este patético guión.

  No es divertido. Alguna pieza del engranaje de mis entrañas y sentimientos se ha salido de su lugar y no encuentro el modo de regresarla.

  "¿Seré un mecanismo defectuoso?... ¿Por qué no me veo como ellos?..."

  La misma gente, las mismas fiestas, las mismas charlas. De pronto todo me resulta aún más gris de lo que ya estaba acostumbrada. Por unas horas vi el mundo a través de un cristal con reflejo de mil colores y ahora extraño esa visión. En este tiempo he descubierto que la felicidad es una gran desconocida que confundía con el conformismo.

  Gritar.

  Quisiera gritar.

  Alzar la cabeza y entre tantas miradas perdidas en sus propios pies encontrar una sola de ellas que saliese a mi encuentro. Ese podría haber sido él. Para ser más sincera, creo que lo era. Ian me veía y veía más allá de mí.

  Mi pluma se ha negado a escribir una sola palabra más. Las hojas en blanco continúan esperándome pero ya, no sé qué decirles. No soy capaz de escribir una sola letra sin sentir que me quiebro por dentro y el engranaje defectuoso rechinea oxidado. Pienso en tantas cosas que no puedo plasmar. Porque de pronto ya no soy tan yo y, sin embargo lo soy mucho más. Necesito encontrar esa parte de mi razón que guardaba la llave que abría la puerta de mis letras. Me siento tan egoísta, o tal vez tan cobarde, que quiero conservar todo para mí. Soy una contradicción, lo sé. Así me siento. Y mientras sigo perdida, el mundo continúa girando a un ritmo que me parece vertiginoso y terriblemente lento a la vez. Sé que si la tinta volviese a correr sobre el papel dejaría formas de él y no estoy segura de querer compartirlo con nadie. A veces, me siento sobre la cama y tomo mi agenda entre los brazos, apretandola muy fuerte contra mi pecho, aspirando el olor a cuero, papel y tinta. Buscando un toque de su aroma encerrado en ella. La hojeo mientras trato de imaginarlo sentado en algún lugar, con ella entre sus manos, leyendo mis letras, conociendo tanto de mí.

  Me regaño.

  Lo hago una y otra vez. Por ser una idiota. Por sentirme de esta manera tan absurda por alguien con quien apenas he compartido unas horas. Por extrañar esos ojos azules tan profundos como el mismo océano, que me engulleron y en los que nunca, jamás, debí poner los míos.

  Ian es Ian.

  Su mundo y el mío son tan imposibles de unir como el agua y el aceite. La distancia es lo mejor que pudo sucedernos aunque queme y duela sin sentido.

Without GravityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora