Parte sin título 15

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Las dos mujeres hicieron el amor varias veces, alternando sucesivamente las posiciones, los deseos, hasta el agotamiento completo. Emma se echó al lado de Regina y se quedó en silencio durante unos minutos, lo que comenzó a inquietar a la morena que no sabía cómo actuar. Regina estaba feliz, pero tenía miedo de que si pronunciaba la más mínima palabra o hacía el menor gesto fuera de lugar, Emma huyera de nuevo. Así que esperó a que la rubia diera el primer paso.

Emma se levantó lentamente sin dirigirle la mirada a su amante, después se puso a recoger sus cosas diseminadas por la habitación.

«¿Qué haces?» preguntó tímidamente Regina

«Yo...creo que debería irme...»

Regina sintió su corazón encogerse y se levantó bruscamente para retener a la rubia. La agarró por el brazo, y la obligó a darse la vuelta.

«Quédate...por favor...»

«No es una buena idea...»

«Emma...por favor...» dijo de forma más tierna Regina abrazando a la rubia «solo esta noche...echo de menos dormir en tus brazos...no pasará nada más, prometido...solo quiero dormir en tus brazos, Emma...como...como antes...»

La rubia sintió su corazón acelerarse en su pecho y cerró los ojos unos instantes para intentar calmar todo ese amor que sentía crecer en su interior. Reflexionó un momento y estrechó la cintura de la morena para atraerla hacia ella.

«De acuerdo...solo esta noche...» le respondió depositando un tierno beso en sus labios «pero al amanecer me voy, no quiero que Henry me vea salir de tu habitación»

«Bien...» cedió Regina cogiendo de la mano a su amor y conduciéndola a la cama, que mostraba aún señales de sus retozos.

Se durmieron una en los brazos de la otra, como lo habían hecho cientos de veces, y Emma dejó la mansión a las cinco de la mañana.

Los días que siguieron fueron idénticos. Emma se unía a Regina al anochecer, cuando la morena le enviaba un mensaje avisándole de que Henry ya estaba dormido, ellas hacían el amor, se dormían, una en los brazos de la otra, y Emma dejaba la casa todas las mañanas a la misma hora. Con ese pequeño arreglo, nadie podía sospechar que hubiera algo entre las dos mujeres, nadie excepto Belle que, por supuesto, estaba al corriente y estaba contenta del giro de los acontecimientos, y Snow, informada por Regina. Según la antigua compañera de Rumpel, todo no era más que una cuestión de tiempo antes de que Emma lograse declarar sus sentimientos a la bella morena.

Regina se acostumbraba, más mal que bien, a ese arreglo. Evidentemente, querría más. Habría querido que Emma estuviera presente siempre en su despertar, habría querido que la rubia no se cerrase a cada intento de comunicación, habría querido poder decirle hasta qué punto la amaba, pero sabía que si quería mantener a Emma, tenía que callarse e ir al ritmo de la rubia, y sobre todo no atosigarla. Emma, en cambio, sabía que jugaba con fuego. Poco a poco, había comprendido, con la ayuda de su compañera de piso, que una vez más ella era "La Salvadora", había comprendido que sus sentimientos por Regina, que cada día se hacían más fuertes, podían romper la maldición y devolver la memoria a la morena. Lo había comprendido, pero lo rechazaba categóricamente. Aunque era consciente de que cuanto más retrasara el asunto, más violenta sería la reacción de la ex Reina cuando sus recuerdos volvieran. Es por eso que se negaba a cualquier conversación, incluso durante el acto amoroso.

Regina estaba confortablemente en los brazos de su amor, y se dejaba transportar por ese sentimiento de plenitud que reencontraba cada vez que Emma estaba a su lado. Enderezó despacio la cabeza y sonrió al ver a la rubia que parecía perdida en sus pensamientos. Posó dulcemente sus labios en la mejilla de su amante, y en un susurro murmuró un tierno «Te amo...» que inmediatamente lamentó.

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