Prólogo

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  Keith estaba recargado contra una de las paredes del castillo, apreciando las estrellas a través del cristal. Infinitas constelaciones de las cuales jamás podría pronunciar los nombres aparecían y desaparecían frente a sus ojos en cuestión de segundos.

¿No crees que son bonitas?—le preguntó, permitiéndose sonreír un poco.

—No—contestó el cubano con sinceridad—. No, no. No me gustan en nada.

  Keith frunció el ceño.

—Pues yo creo que son hermosas.

—¿Y tú qué sabrías?—espetó Lance, cruzándose de brazos—. Pasan tan rápido que no puedes disntinguir qué son, ¿cómo puedes decir que son hermosas? Podrían tener la forma de, no sé, uno de esos feos globos baratos de helio que  se regalan en San Valentín.

—Me las imagino hermosas, es todo. Me gustaría verlas detenidamente, si eso te hace feliz, estar realmente cerca para poder apreciarlas en todo su esplendor.

Prefiero apreciarlas desde la tierra, donde puedo mirar al cielo nocturno tranquilamente sin esperar que una nave negra llegue a llevarse a alguno de nosotros. Donde puedo recargarme sobre el pasto y tararear alguna de esas canciones del Top 40 mientras imagino cómo sería tenerlas frente un día. Quiero volver a ser un niño para soñar infinitamente con vivir entre las estrellas, en una casa hecha de nebulosas y galaxias. Donde pueda ser aire y agua y fuego y tierra y todo lo que quiera, sin necesidad de ser nada. Quiero eso, Keith, quiero apuntar a alcanzarlas.

—Pero ya las alcanzaste, Lance. ¿No te hace eso feliz?

—¡No! Osea, si. Pero... ¡ugh! Es solo que hemos pasado tanto tiempo entre ellas que ya no se sienten especiales, algo a lo que querer llegar. Si quiero ver las estrellas no tengo que esperar todo un día y rogarle a mi madre que se acueste en el jardín conmigo, solo tengo que abrir los ojos y ¡ahí están! Justo fuera de mi ventana, puedo verlas desde la comodidad de mi cama, así como en la tierra podía abrir los ojos y lo primero que veía eran los preciosos orbes avellana de mi hermana Camila, expectantes; acompañados de esa sonrisa a la que le faltaban un par de dientes y ese pequeño lunar justo al lado de su ojo derecho.

—¿Y eso no es bueno por que...?

  Lance gruñó, enterrando la cara entre las manos.

—No creo que lo entiendas, ¿sabes? No esperaba que lo hicieras, de todos modos, así que no voy a empezar a pelear contigo. Solo digo que estar así, tan cerca de ellas—despegó las manos de su cara, vacilando un poco antes de continuar—... como que les quita la magia, ¿sabes?

—La verdad es que no tengo ni idea—Keith se encogió de hombros—. Para mí tenerlas así de cerca es genial, me hace sentir como que soy parte de las infinitas galaxias y los infinitos planetas. Es como si todo este tiempo hubiéramos estado en el mismo plano sin saberlo.

  La sonrisa del coreano era sincera, de esas que escalan hasta los ojos y se reflejan con el alma. Lance perdió el aire un par de segundos.

—¡Exacto! ¿No crees que eso arruina la magia?—hizo un mohín—. ¿Cómo se supone que voy a perseguir algo que tengo al alcance de los dedos? ¿Cuál es el chiste de eso?

—Intentar alcanzarlo, ¿supongo?—Keith ahogó una risa—. Lance, ¿no lo ves? La humanidad ha pasado siglos intentando perseguir las estrellas, estudiándolas e intentando agarrarlas. Piensa en todas las personas que están viendo el cielo nocturno en estos momentos, tomando inspiración de estos astros luminosos y pensando en cuánto darían para ser uno. ¿No te emociona pensar que, entre tantos cuerpos semi-muertos, estás tú? ¿No te gusta pensar que eres la estrella más brillante de todas y que la gente encuentra calidez en tu brillo?

ɱɛʀcy || k ɭ a ŋ c ҽ ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora