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En un principio, Kala se despertó por el hambre. Abrió los ojos confusa por el sueño, convencida de que aquel cómodo sillón era el de su casa.

Al intentar moverse, una punzada la golpeó con fuerza en el  costado izquierdo. Jadeó y cerró los ojos, intentando recuperar la respiración.

Mientras permanecía allí, mitigando las puntadas, le prestó atención a sus pensamientos. Reparó en que la superficie era mucho más blanda que la de su colchón, y que las puntadas indicaban que, tal vez, no había estado soñando. Volviendo a abrir los ojos, se movió con cuidado. Tenue luz ingresaba por la ventana, y a varios metro, podía divisar pares de pies en el suelo.

A pesar del dolor, seguía teniendo hambre. Mordió su labio, intentando resolver como moverse haciéndose el menor daño posible. Tal vez si bajaba de lado...

-Ni te ocurra. -una voz le susurró firmemente, justo cuando empezaba a trasladarse.

Volteandose hacia ese timbre particular, pudo ver la silueta del chico que le había hablado. Recargado contra el brazo del sofá y sentado en el suelo estaba Niko, que ahora se frotaba los ojos pesadamente.

-Si te mueves te va a a-abrir la herida-murmuro en un bostezo, y se pasó la mano por el cabello, despeinandolo.

Kala bajó la mirada a su vientre, cayendo en cuenta de que estaba semi desnuda de la cintura para arriba. El tajo era largo, pero no parecía tan profundo.

Lo miró, mordiose el labio.

-Tengo hambre.-comentó lo mas bajo que le permitió su voz cascada.

-Ahora te traigo algo.-le contestó el, parándose con suavidad.

-Ey, ¡Niko! -le gritó en un susurro. El chico volteó a verlo, una paz infinita en su bello rostro.- Perdón por lo de tus zapatos.

-No importa nena.-le murmuró- Tampoco me gustaban tanto.-finalizó con una ligera risa, antes de desaparecer en el umbral.

.

Blanche observó su teléfono. No tenía tanta batería, pero era más que suficiente. Poniéndose los maltratados auriculares, cerró los ojos y oyó la música.

El cuerpo se movía sólo. Los pies hablaban un idioma antiguo, marcaban un andar prohibido. Los brazos se alejaban, se empujaban, se abrazaban y besaban. Ella no abría los ojos, perdiéndose en los hilos del sonido, en el pasar del tiempo.

Giraba sobre su eje. Saltaba creando grietas en el cielo. Soltaba su cabello, lo dejaba caer en la espalda, perderse en las moléculas del viento.

Giro, giro, giro. Aquel jardín despedía olor a césped recién cortado, a dulzura de niño, a un alma libre y salvaje. Tan eterno e infinito, si ella pensaba en su lugar ideal, definiría ese espacio como el paraíso.

Sonaron las últimas notas, arrancó los cascos y los tiró al suelo. Latente el cuerpo, tomó una rama y la empuñó. Repitiendo las notas, ya no se encontraba en un prado: quería ser lucha y golpear al destino.

Dejó volar una vez más a su cuerpo. El palo ahora era cola, aleta, espina. Podía sentir el ataque, podía pararlo aunque fuese sueño. Su brazo se movió, balanceó, ensartó a tantos guerreros muertos.

Y entonces su cola,
su brazo,
su aleta,
su espada,

chocó con otro de su misma especie.

Alzó la mirada, y empuñando otra rama estaba aquel alce. Los ojos de musgo echaban fuego, la sonrisa burlona la desafiaba. Reparó en que su teléfono seguía sonando, Florence + The Machine llenándolos de energía eterna.

Con las aletas en alto, volvieron a chocar mundos, mataron a cada destino, se desfiaron con los pies conversando y las miradas matando.

Solo ahí Blanche sonreía por dentro. Sam y ella estaban bailando.

indigo heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora