Reencuentro y Refuerzos

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- ¿Y ahora, ¿qué vamos a hacer? –preguntó.

No hice ademán de haberlo escuchado. Continuaba sentado en el sillón con mis manos sosteniendo mi rostro, y no me había movido ni un centímetro en casi veinte minutos. No habíamos hablado en un rato; en realidad lo había dejado hablando solo en voz alta porque yo no podía concentrarme.

Deseaba dormirme o quedar inconsciente por varios días, de manera que al despertar toda ésa odisea en la que me encontraba me pareciera un poco más realista.

Resumiendo todo se podría decir que yo me había enamorado de un asesino a sueldo sin memoria, que curiosamente había tratado de matarme en un pasado. Los motivos poco importaban, pero de una u otra manera yo había estado seguro de que él sería la persona perfecta para estar conmigo siempre, y ahora me enteraba de que yo me había salvado de haber muerto porque él cometió un error o algo similar.

Me había dolido, no había querido aceptarlo. Pero lo logré. Y sin duda, me dolió aún más cuando lo hice.

Como fuera, aún a pesar de que me había enterado de ello no había sido capaz de odiarlo, y preocupándome porque la policía no se lo llevara lo había forzado a alejarse de mí. Tristemente, no había pensado en las consecuencias, y había visto como otro asesino a sueldo en el que yo había confiado aparecía e iba detrás de él.

De nada hubiera servido que hubiera intentado hacerme el héroe, corriendo detrás de ellos sin alcanzarlos nunca. Por eso me había quedado en mi lugar en la repisa de la ventana; por eso me había abrazado a mí mismo y me había recargado contra el alfeizar, cerrando los ojos con fuerza y entregándome a un llanto patético que solo puede traer el miedo y el arrepentimiento cuando se fusionan.

Era como si lo hubiera perdido. Sentía como si me hubieran preguntado si deseaba verlo muerto y hubiera dado mi consentimiento. El vacío crecía, el dolor arremetía sin compasión y trataba de asfixiarme ante la simple posibilidad de no volver a verlo otra vez.

Yo era tan poca cosa, un imbécil, un cobarde. Me sentía eso y un millón de cosas más. Y la única acción que fui capaz de realizar aún sumido en ésa horrible confusión en mi cabeza, fue tomar el teléfono y pedirle ayuda a Yoongi. Fue el primero en quien pensé porque acababa de verlo y seguro no estaba muy lejos.

El detective me había tenido piedad, y no había escondido su preocupación cuando le dije lo que había ocurrido. Al parecer, ahora que se habían ido la gran sorpresa y el temor que había sufrido cuando supimos acerca de la identidad de Jinx, pareció recordar que el que Jung Hoseok fuera tras Jungkook no era bueno.

Así que, para mi alivio, instantáneamente había regresado a mi apartamento para tratar de hacer algo al respecto, pero evidentemente, teniendo en cuenta la pregunta que me acababa de hacer, ninguno había pensado en nada lo suficientemente eficaz o inteligente para ayudar a Jungkook.

De hecho, yo estaba dependiendo totalmente del ingenio de mi amigo, porque en aquél estado de desesperación y angustia en el que me hallaba no hubiera sido capaz ni de decidir la cosa más simple. Me sentía desconectado del mundo, como si estuviera abstraído en una involuntaria y fría indiferencia que no podía quitarme.

- ¿Qué hacemos, Jin? –Murmuró nuevamente Yoongi, sentándose en el sillón que había frente al que yo ocupaba, al parecer dispuesto a conseguir mi atención-. No podemos quedarnos aquí...

-Ya lo sé, Yoongi, ya lo sé... -contesté ásperamente-. ¿No crees que si hubiera pensado en algo ya lo habría dicho?

-No te pongas así conmigo, estoy tratando de ayudar –reprochó en tono de advertencia.

Seducción Homicida **Jinkook**Donde viven las historias. Descúbrelo ahora