Capítulo 2

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Había empezado el día con ganas la verdad. Se había levantado con una alegría que no siempre sentía y de verdad, creía que éste iba a ser un buen día.

Tal vez, se equivocaba un poquito.

Se despertó por su ruidosa alarma, pero esta vez, sin sentirla como una molestia. Se había hecho un delicioso desayuno que, sin intención de tirarse flores, le había quedado mucho más que rico para su paladar. Tal vez era simple frutita, pero estaba tan fresca y deliciosa, que simplemente le daban ganas de sonreír. Guillermo amaba la frutita. Podría decir que todas las que había probado hasta ahora, eran sus favoritas. Considerando que viajo a varios lugares del mundo y comió frutas tan diferentes, no podía tener una sola como favorita. Es que todas tenían ese gustillo dulce y agrio que se mezclaba en su boca de forma magistral, dejándole un agradable sabor para el resto del día. Aunque mezclado con la menta del dentífrico, el sabor se volvía horrible, pero vamos que sí le gustaba la fruta.

Había llegado a la estación de tren y como había salido temprano de su casa, no dudaba que iba a llegar temprano al trabajo. Aquel empleo de verdad le encantaba. No sabía cómo lo había conseguido todavía, pero era "el chico que cuidaba a los niños en el colegio". No tendría mucho sentido para cualquier persona, pero cuando un maestro está tan ocupado con su trabajo, el que alguien mas se encargué de cuidar a los niños en los recreos era simplemente hermoso y tranquilizador. No cobraba de lo más maravillosamente bien, pero era suficiente para poder vivir y pagar el alquiler de su apartamento. Hasta el momento, no hubo ningún mal en su trabajo ni cambio drástico que pueda llevarlo a la ruina.

Hasta el momento.

Había llegado a la primaria, siendo recibido por varias madres y pequeños que esperaban a que las puertas sean abiertas. Con las mujeres que traían a sus hijos se llevaba de maravilla y es que él, tenía un gran lazo con los pequeños. Simplemente le encantaba jugar con ellos a cualquier cosa que se les pudiera ocurrir. No se imaginarían la cantidad de veces que Guillermo se echó al suelo y terminó lleno de tierra para simular ser un topo. Tal vez era raro, pero le encantaba esa rareza en él, y ver las sonrisas de los niños era su mayor regalo. Le encantaba verlos reír junto a él. El ver como ellos la pasaban bien a su lado le daba una tranquilidad que pocas personas adultas podrían provocar. Una sensación de sentirse bien consigo mismo, que quizás hace años no sentía.

Ahora tenía 23. A los 19 comenzó a trabajar de cajero en un súpermercado, al tener todos sus estudios terminados lo habían aceptado. Tal vez había sido él y su poca paciencia con los adultos, o que la gente siempre estaba de mal humor, pero todos los días encontraba una razón distinta para pelearse con las personas que iban a comprar: que dejaban las cosas que agarraban y después se arrepentían en cualquier lugar; no saludaban cuando se iban o cuando venían, cosa que Guillermo odiaba realmente. O muchas razones más que provocaban el mal humor de Guillermo en pocos minutos. Trabajó en ese lugar hasta sus 21. Cuando renunció, su mejor amigo le había conseguido el trabajo en la primaria, lugar donde se sentía cómodo. Y el que estén los juguetes por todos lados lo hacía sonreír y no ponerse de mal humor. Se podía dar cuenta que los niños eran mucho mas educados que varios adultos, y no sólo lo recibían con un buenos días, si no que también con un abrazo.

Pobre de él, cuando entró al aula de los niños y se encontró con una nueva profesora.

-Disculpe, buenos días, ¿Y la señorita Smith?- Entró despacio al pequeño salón lleno de bancos que se adaptaban a los niños siendo igual de pequeños que ellos. La señora que él desconocía estaba sentada en su escritorio, escribiendo vaya a saber qué.

-Oh, renunció el fin de semana. Soy la nueva maestra, María del Cerro, pero me dicen Mery, ¿Quién es usted?- Habló ella amable, mientras se levantaba de su lugar y se encaminaba hacia el muchacho confundido.

El Niñero de Mi Hijo⚽WigettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora