Me negaba a aceptarlo.
Al observar el cuerpo frío de Traian sobre la camilla de la sala de operaciones, me rehusé a aceptar que después de años de haberme preguntado dónde se encontraba, por qué había desaparecido sin una explicación o una despedida, apareciera para morir justo frente a mí. No tuve la oportunidad de preguntarle muchas cosas, había vivido con la incertidumbre de qué habría ocurrido con aquel misterioso hombre que llegó a mi vida tan repentinamente como se marchó. Algunos días creía que fueron delirios y que nunca había conocido a un tal Traian, pero la realidad era que sí había tenido la oportunidad de hablarle, de permitirle cocinarme, de dormir sobre él y de dejarle cuidar de mí.
Lo recordaba como el chico con ojos de tormenta. Eso fue para mí: a mis diecisiete años, llegó como una tormenta sacudiéndolo todo, sin darme tiempo a refugiarme. Implacable, descomunal y tan fascinante como peligroso. Irrumpió en mi vida y me hizo abrir los ojos sobre muchas cosas. Me dio la fuerza para colocarme sobre mis pies y no permitir que nadie pasara sobre mí otra vez. Sostuvo mi mano y me consoló sin apenas conocerme; me defendió y me transmitió su fuerza, instándome a salir de la burbuja de autocompasión y miseria en la que me había sumergido por años, y me empujó hasta enfrentar mis temores y arrasarlos. Eso fue Traian para mí; un ángel vengador caído del cielo, que llegó justo cuando más lo necesitaba y desapareció sin dejar rastro en cuanto pude recomponerme.
Se encontraba más delgado, su rostro había cambiado, tenía una contextura aún más enorme pero maltrecha. Después de dejarme durmiendo sobre mi cama hacía seis años, con una nota prometiéndome que lo vería en seis días, se perdió de tal manera que por más que pregunté por él, y por más intentos que Valerie y yo hicimos por localizarlo, nunca apareció ni un rastro. Nadie tenía certeza de nada, solo corrían rumores que al final resultaban falsos. Era decepcionante, me hacía preguntarme si fue mi culpa que huyera. ¿Fue por mí, o hubo una razón más grande que lo hizo marcharse?
Nunca llegó al colegio, y lo esperé con el corazón roto y la necesidad de que me consolara. Pasaban los días y no sabía nada sobre Traian; ni un mensaje ni una llamada. No sabía dónde vivía, quiénes eran sus amigos ni quiénes eran sus familiares. Con dificultad recordaba su apellido y el resto de la ciudad parecía conocerlo tan poco como yo, pues ni la determinación de mi mejor amiga, usando influencias y manipulando gente, consiguió encontrarlo. Creo que ella también llegó a pensar que lo habíamos imaginado.
Pero había estado en la cárcel, y esa era la razón de que los guardias se encontraran fuera de la puerta. ¿Qué había hecho? ¿En qué momento fue encarcelado? ¿Siempre había sido un criminal, uno con el que dormí? Me estremecía de solo pensarlo. Recordaba la manera tierna en la que Traian me había acunado, y no lograba contrastarla con la mirada de un asesino despiadado. Quizá se debía a la inocencia de la juventud, cuando yo lo idealizaba y en mi cabeza él no podía romper ni un plato. Quizá todo el tiempo fue peligroso y tuve suerte de que se alejara.
No tenía ninguna certeza, eran tantas mis dudas que tomaría meses evaporarlas. Y si Traian no sobrevivía, nunca podría cerrar por completo aquel capítulo de mi vida. Necesitaba respuestas tan urgentemente como él necesitaba un soplo de esperanza. Me consideraba una adulta ahora, pero recordaba la manera sublime en la que me hacía sentir cuando era más joven. Nunca se acercó a la profundidad de los sentimientos que albergaba por mi antiguo mejor amigo, pero al mirar atrás me di cuenta de que Traian se había convertido en mi ideal.
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Latido del corazón © [Completo] EN PAPEL
RomanceSebastián Videla poseía los ojos de un demonio melancólico, tan frágil y dañado que Ángela nunca recuperó lo que llegó a amar. Las almas gemelas simbolizan una misma luz distribuida en dos cuerpos mortales; algo que ni el mundo, ni ellos mismos, com...