Capítulo 11

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Ni siquiera tuve el tiempo suficiente para procesar sus palabras antes de que Traian diera un paso adelante, manteniendo las manos apretadas en puños, y escupiera:

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Ni siquiera tuve el tiempo suficiente para procesar sus palabras antes de que Traian diera un paso adelante, manteniendo las manos apretadas en puños, y escupiera:

—¿Crees que ella es un animal? No es tu mascota, pedazo de imbécil.

Los ojos fríos del moreno se clavaron en Traian. Sebastián me había mirado duramente antes, sabía que me odiaba, pero la mirada que le dirigió al hombre a mi lado me dejó helada. Mostraba tan poco y a la vez invitaba con un borde afilado a cuestionarlo. ¿Cómo se atrevía? Traian le sacaba ventaja en altura y musculatura, sin mencionar todo lo demás, pero de todas maneras él era altanero y audaz.

—Le estaba hablando a ella, no a su perrito faldero —pronunció cada palabra con lentitud, provocando que sonaran más crudas de lo que se podría imaginar.

—Háblale con más respeto, entonces. Naciste de una mujer, ¿cómo puedes ser tan bastardo?

Noté las manos de Sebastián volverse puños también, sin embargo su expresión continuaba impertérrita y dura como el granito. Si algún extraño lo mirara, creería que las palabras de Traian no le afectaban en nada, pero yo le conocía mejor que eso y sabía que su interior debía encontrarse al rojo vivo. A mi costado, Traian emanaba furia con dificultad contenida. Los ánimos comenzaban a caldearse tan rápidamente que estallarían si yo no intervenía.

—Val, Traian —mi voz sonó plana, clavando la mirada en ambos y nunca en el chico que me rompía el corazón—, vámonos de aquí.

—Te dije que vinieras —repitió Sebastián, esta vez con mucha más violencia.

Me sorprendió tanto que no pude evitar mirarlo y arquear las cejas hasta el nacimiento de mi cabello. En menos de dos minutos habíamos logrado capturar la atención de los estudiantes del pasillo que se mantenían en silencio y al margen, aunque lo contemplaban todo con vívida emoción en sus ojos codiciosos.

Sentí una mano posarse sobre mi hombro izquierdo. Volteé el rostro y me encontré con la expresión determinada de Valerie, mi mejor amiga de un valor incalculable, quien asintió con firmeza una vez y me miró transmitiéndome en silencio sus palabras: No te dejes pisotear, Ángela. No se lo permitas. Sé dura.

Presioné mi mano sobre la suya, agradeciéndole. Tomé aire hasta que mis pulmones estuvieron repletos de mis miedos, dolores e inseguridades, y entonces exhalé. Al diablo con él, me dije, no te merece. ¿Seguirás sufriendo por un chico que ya no existe y amando su recuerdo mientras su nuevo ego hace que te caigas a pedazos por dentro? ¿Es justo para ti? Te estás dejando pisotear. El amor es bueno, podrás encontrarlo de nuevo, pero primero necesitas superar esto. Debes ser valiente. Por una vez en tu vida, hazlo. Dilo. Envuelve tu corazón en una coraza de piedra y vuélvete insensible.

—Ángela —Sebastián interrumpió mi charla conmigo misma, así que lo miré. Aspiraba aire y sus fosas se ensanchaban como un toro bravo—, he dicho que vengas aquí. ¿Es que estás sorda?

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora