Capítulo 21

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La pared frente a mi cama mostraba una mancha de humedad que había estado ahí desde que yo tenía memoria. La casa donde mamá y yo vivíamos fue ocupada por mis abuelos antes de que nosotros naciéramos, y a pesar del fallecimiento de mi abuela logramos reunir el dinero suficiente mes a mes para poder seguir pagando el alquiler. Conocía cada recoveco demasiado bien, el sonido que producía el viento sobre las latas del techo me arrullaba en las noches y los motociclistas acelerando sin piedad eran una constante en mi vida desde que yo era un bebé. No me gustaba el barrio en el que vivíamos, pero era lo máximo a lo que podíamos aspirar hasta que yo lograra ir a la universidad y nos sacara de esa miserable vida.

Mis metas estaban claras: graduarme del colegio, entrar a la universidad pública y estudiar Derecho. Sería un abogado con la malicia y la tenacidad suficientes para ganar millones y darle a mi madre la vida que merecía. Ese fue el plan que tracé al cumplir diez años y enterarme de que mi madre fue una prostituta y que mi donador de semen fue un narcotraficante cuya única participación en mi vida fue engendrarme. Nunca volvimos a saber de él y sería mejor que continuara siendo así. Rafael nunca me quiso, fue muy claro que al golpear a mi madre pretendía hacerla abortar y yo me negaba a presumir que un hombre como él era mi padre. Prefería decir que no tenía ninguno.

Amaba a mi madre con cada latido de mi corazón. Nunca fui alguien que supiera cómo expresar sus sentimientos; no les recordaba a las personas cuánto las amaba ni les mencionaba lo importantes que eran en mi vida. Cuando quería pronunciar las palabras estas se quedaban atrapadas en mi garganta y me ahogaban. Llegué a un punto en el que decidí dejar que fueran las acciones las que demostraran a las personas cuánto las apreciaba. Me regía por las enseñanzas que me regaló el papá de Ángela durante el corto período de tiempo que estuvo en mi vida. Haría todo lo posible para cuidar de las personas que me importaban.

Ahora me sentía hundirme, como si unas manos comenzaran a tirar de mí hacia la oscuridad insondable; no encontraba nada en mi vida a lo que aferrarme, un apoyo para no dejarme engullir por los pensamientos y las emociones que golpeaban con tal fuerza contra mi pecho que comenzaban a romperme desde adentro. Mi madre había sido diagnosticada con solo un par de meses de vida y yo era culpable. Ella se iría y me dejaría solo; no tenía más familia, nadie a quien yo le importara. Sofía Videla se había convertido en la única constante en mi vida desde que se terminó mi relación con mi mejor amiga. Era la persona por la que me levantaba todos los días y me esforzaba en salir adelante, conseguir un futuro para nosotros y retribuir a esa madre que trabajó por mí durante toda su vida.

Sabía que ninguna palabra sería suficiente, ningún abrazo o mirada de simpatía. Nadie entendía lo que yo estaba sintiendo, tan solo les provocaba lástima. No existía una sola persona en el mundo que comprendiera el dolor que giraba como un torbellino y arrancaba de raíz las esperanzas que un día con ingenuidad construí.

Ángela.

Desde mi posición junto a la ventana observé su silueta caminar sobre la acera frente a mi casa. Aunque era tarde y las farolas de mi calle no funcionaban, a pesar de las sombras confiriéndole un aspecto lóbrego, yo la reconocería donde fuera. No necesitaba mirarla para saber que era ella; nuestra conexión iba más allá de lo terrenal, a un lugar donde yo podría privarme de la vista y mi cuerpo seguiría reaccionando ante su presencia. Conocía cada rasgo de su rostro como si los hubiera esculpido yo mismo, aunque el brillo de sus ojos no podía ser imitado por mi imaginación.

Sostenía a su madre, Ivania, contra su costado, y la impulsaba a seguir caminando. Ese mismo día yo me había dirigido a la casa de mi mejor amiga sin pensar en lo que estaba haciendo. Había recibido una noticia que cambió mi vida y lo único en lo que pude pensar fue en que la necesitaba. No me importaba nada de lo que hubiera ocurrido antes, quiénes éramos nosotros o en lo que nos habíamos convertido, porque lo realmente importante era el papel que desempeñaría siempre en mi vida. Los conflictos se tornaron difusos y en mi cabeza solo cupo mi necesidad por tenerla. Perdería a quien me había amado siempre y sabía que la única persona que podría entender al menos una parte de lo que yo sentía era quien había estado en los momentos más importantes de mi vida.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora