Anexo, Capítulo 50

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—Oye, Pessy.

—¡Viddy! ¡Viniste!

Sonreí. Mi vida era tan decadente que presagiaba una muerte igual de solitaria... pero Perssia le daba sentido. Respiraba por los momentos en los que sus ojos brillaban al reconocerme, la única persona que nunca sintió por mí algo diferente al más genuino afecto. Su corazón era tan puro como su mente, lo cual lograba atraerme con más fuerza pues todo lo que siempre deseé fue ser realmente amado. Para ella era Viddy, su mejor amigo, su confidente y una de sus personas favoritas. Era todo lo que yo necesitaba para sobrevivir; al fin significaba algo para alguien.

Vestía como era usual en mí, completamente de negro y con una capucha ensombreciéndome el rostro. Nunca le pareció extraño pues estuve presente en su vida desde que tenía un año; el mismo día en que me dieron por muerto, yo me volví su ángel guardián. Desearía no tener que ocultarme todo el tiempo y poder echarle en cara al esposo de Ángela que su sistema de seguridad era deficiente, que solo me tomó dos meses perfeccionar la manera de burlarlo. Que aprendí los puntos ciegos de las cámaras y la manera de penetrar en su casa, que lo hacía con regularidad y sin reparos. Sabía que aquello lo volvería loco, pero valía más el poder estar cerca de Perssia que hacerle pasar un mal trago.

—Por supuesto que vine, Pessy, ¿no te lo dije?

—Estoy tan aburrida.  —Cruzó los brazos allí, de pie del otro lado del arbusto, dentro de la propiedad de sus padres—. Solo hay niños grandes.

Cumplí diez años el domingo. Ya soy grande. No necesito sentarme.

Sacudí la cabeza, rechazando el recuerdo. Me enfoqué en la niña ataviada con aquel hermoso vestido y zapatos brillantes. Algunas veces parecía menos humana y más como un ángel.

Aunque ella parecía un ángel... Un ángel sí podría tener el cabello de oro, así que yo podría tener razón. Y definitivamente no la había visto en la escuela antes.

Gruñí. No era momento para recordar. Mi único consuelo exigía toda mi atención con esos ojos árticos.

—¿Viddy?

—Te ves muy linda —sonreí, sabiendo que nunca entendería lo bella que era.

Perssia era una criatura que amaba la atención y yo estaba encantado de brindársela. Me mostró sus diminutos dientes con una sonrisa y se sentó sobre el césped del patio trasero, con un arbusto alto y tupido separándonos. Aquello tampoco la molestaba; era increíble cómo cualquier cosa puede parecerle normal a un niño si fue parte de su vidadesde que tiene memoria. Como la relación de sus tías y mi extraña presencia, nunca se lo cuestionaba ya que influenciamos su mundo desde que este apenas comenzaba a formarse.

—Gracias. Odio que estés ahí, no puedo verte.

—Pessy, hay muchos invitados. Sabes que soy muy tímido y me avergüenza la gente.

—¡Que se vayan! —suplicó—. Yo quiero jugar contigo. Me aburro.

Las cámaras de seguridad de Vasil nunca alcanzaron aquel límite del patio, otra cosa que me enfurecía y me beneficiaba. ¿Él pretendía proteger a su esposa y a su hija de aquella manera? Cualquiera podía ingresar a la propiedad en ese punto ciego, yo era la prueba dado que acostumbraba saltar los arbustos y sentarme a jugar con la niña. Sus medidas de protección resultaban patéticas, la niñera de Perssia era una vecina que ya era bastante vieja desde que yo nací, por lo que pasaba la mayoría del tiempo durmiendo en la sala.

Lo que Ángela y Vasil no sabían era que su hija tuvo mil oportunidades de hacerse daño en la cocina, el patio, de salir a la calle y extraviarse, pero yo era la sombra que la mantenía a salvo. La entretenía y la alejaba del peligro siempre que no tuviera que volver al trabajo, y algunas noches vigilaba la ventana de su habitación para asegurarme de que no la acechara nadie extraño. Me volví su cuidador, pero nadie lo sabía excepto ella y yo.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora