Mis lágrimas, acompañadas por sacudidas y sollozos, eran tan tristes que me llegaron a perturbar. Yo era débil, me avergonzaba de mí misma mientras recordaba mi comportamiento anterior; prácticamente rogándole que me besara. ¿Por qué no pude comportarme indiferente y grosera, tal y como le prometí a Val? Caí en su esperada trampa. Él era un idiota, sí, pero yo lo era aún más al participar tan dócilmente en sus juegos. Tenía que ser un poco más inteligente al respecto y recordar lo necesario que era evitar la desaparición de mi voluntad y buen juicio cuando me acercaba a él.
Mi espalda se encontraba apoyada contra el tronco de un pequeño árbol y mi cuerpo descansaba su peso en las largas raíces. Desde ese lugar tenía una amplia vista de la entrada del colegio y del estacionamiento, casi vacío, frente a él. Sabía que el profesor cuidador para ese entonces ya habría vuelto al salón y notado mi ausencia, lo cual me causaría aún más problemas, pero sentía mi estómago hundido y el rostro caliente por la humillación.
Entonces, urgida por el deseo de sentir el apoyo y oír las palabras reconfortantes de mi mejor amiga, las que lograrían levantarme y empujarme para hacerle frente a lo que me lanzara la vida, tomé mi teléfono y llamé a Val.
—Oye, tú, ¿no se supone que deberías estar en el castigo?
—Val —por más que traté de evitarlo, de mi garganta salió un sollozo—, necesito que vengas a recogerme. Sebastián, él... Soy tan, tan tonta... Realmente pensé que iba a... a besarme, ¡pero solo logró burlarse de mí!
La línea permaneció en silencio del otro lado, mientras secaba mis lágrimas con las manos, aunque era una labor inútil. Luego, estalló:
—¡Ahora sí voy a matar a ese hijo de puta!
La línea se cortó.
Quedé en blanco, mirando el móvil en mi mano. Mis sollozos se detuvieron con la misma brusquedad de Val. Nunca la había escuchado alzar la voz de esa manera, ¡sonaba colérica! Llegué a arrepentirme de haberle contado aquello, pues su reacción había sido completamente explosiva y mis entrañas se retorcían ante un mal presentimiento. Algo estaba a punto de pasar y el augurio resultaba tan fuerte que permanecí estática sentada bajo ese árbol, con la mirada en blanco mientras los pensamientos me consumían y posibles escenas se reproducían en mi cabeza, pero nunca pude llegar a imaginarme lo que sucedió apenas cinco minutos después de la llamada.
Un vehículo entró —en realidad se arrastró— dentro del estacionamiento frente al liceo. Antaño seguramente fue de algún color notable, pero en ese momento se encontraba tan oxidado que era cobre opaco. El guardabarros se sostenía de un único clavo, por lo que venía desprendiéndose y arañando el pavimento, produciendo un chillido horrible al avanzar el auto. El cajón de la parte trasera iba desocupado, pero en la cabina su conductor sujetaba el volante con tal fuerza que creerías que conducía un auto de carreras.
La pobre lata vieja avanzaba apenas veinte kilómetros por hora y habría sido gracioso de ver si no fuera porque, al aproximarse, me di cuenta de que dicha conductora era una iracunda e irracional Valerie. ¿No estaba alucinando? ¿De dónde había sacado esa carcacha vieja, que debería estar en un depósito de basura o exhibiéndose en los museos como parte de la colección de la era Paleolítica?
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Latido del corazón © [Completo] EN PAPEL
RomanceSebastián Videla poseía los ojos de un demonio melancólico, tan frágil y dañado que Ángela nunca recuperó lo que llegó a amar. Las almas gemelas simbolizan una misma luz distribuida en dos cuerpos mortales; algo que ni el mundo, ni ellos mismos, com...