Mi vida volvería a la normalidad el lunes, cuatro días después de haber sido liberada del sótano de Sebastián. Hablé varias veces con el abogado durante el fin de semana y tuve pesadillas cada una de las noches. Mamá despertaba y me abrazaba como si yo tuviera diez años, pero se lo permitía porque mi cuerpo temblaba y mi corazón latía como si estuviese presa otra vez. Ella me consolaba con un amor intachable, sin embargo me sentía vacía y desesperada cada noche que pasaba. ¿Por el resto de mi vida seguiría soñando con cadenas tintineantes y una habitación demasiado pequeña para respirar?
No había vuelto a saber nada de Traian desde la noche del jueves, cuando hablamos por teléfono después de que me enviara flores. Cada vez que mi celular sonaba, mi corazón se hinchaba con la juvenil esperanza de que fuera él, pero me llevé tantas decepciones durante el fin de semana que decidí no seguir esperando en vano. Por alguna razón había decidido no ponerse en contacto conmigo, ni siquiera con un mensaje para saber cómo me encontraba, así que decidí seguir con mi vida lo más normalmente posible, intentando superar un trauma que me acompañaría cada noche y preparando todo para un juicio en el que acusaría de secuestro a mi antiguo mejor amigo.
Cuando despedí a mi madre el domingo en la entrada del edificio, no podía dejar de mirar a mi alrededor. Mi cuerpo se enfrió ante el miedo que me causó encontrarme expuesta; no había salido de casa desde que regresé. El peso de la realidad cayó sobre mí otra vez y me di cuenta de que aquello tampoco sería fácil de superar; permanecería el miedo constante de ser lastimada por cualquiera en la calle. La confianza no sería fácil de recuperar, miraría detrás de mí en cada ocasión posible y no sentiría tranquilidad dentro de mucho tiempo.
Me abracé a mí misma mientras observaba a mamá decirle al taxista que esperara. Posteriormente reemplazó mis brazos por los suyos y me sostuvo con fuerza. Aspiré su aroma, un dolor familiar en mi pecho. Ella era mi casa, mi eterno recuerdo; la boina gris y el estanque en calma, como diría Neruda.
—Te amo con todo mi corazón, mi niña hermosa —susurró contra la lana de mi abrigo, trayendo lágrimas a mis ojos.
—Cuídate mucho, mamá, por favor. Yo también te amo.
—Necesito que seas tú quien se cuide. —Me soltó, acunando mis mejillas con sus manos arrugadas—. Prométeme que vas a protegerte.
—Lo prometo.
—No me refiero únicamente a Sebastián, hablo también de Trenton. Necesitas sanar tu corazón.
—Traian, mamá. —Sonreí sutilmente, enarcando una ceja—. Deja de olvidar su nombre a propósito.
—No puedo recordar el nombre de alguien cuyo rostro no conozco.
Tuve que ahogar una risa, plasmando las facciones de aquel hombre en mi imaginación. Mi pulso se aceleró con solo pensarlo.
—Es muy atractivo, mamá. Tiene una hermosa sonrisa.
—Oh, no. ¡Tienes esa mirada!
—¿De qué estás hablando?
ESTÁS LEYENDO
Latido del corazón © [Completo] EN PAPEL
RomanceSebastián Videla poseía los ojos de un demonio melancólico, tan frágil y dañado que Ángela nunca recuperó lo que llegó a amar. Las almas gemelas simbolizan una misma luz distribuida en dos cuerpos mortales; algo que ni el mundo, ni ellos mismos, com...