Me apoyé en la puerta del dormitorio, contemplando a la mujer con el enorme bulto en su vientre, que se retorcía en busca de una posición más cómoda para leer su libro en la cama. Se encontraba tan concentrada que ni siquiera notó cuando llegué a casa, así que podía disfrutar a gusto de las líneas de su rostro, la suavidad de los labios rellenos y el brillo de ese cabello rubio extendido sobre la almohada. Ángela poseía una belleza natural que el embarazo había acrecentado, haciéndola brillar desde su núcleo interno; era difícil no notar a la mujer que lucía un vientre como si estuviera esperando trillizos.
Dormir representaba un verdadero martirio, no importaba cuántas almohadas especiales le comprara o los masajes que realizara en sus pies y espalda. Pero todo ello acabaría pronto, pues Antonio anunció que la bebé debía estar con nosotros en unas dos semanas. El solo pensamiento de poder conocer a mi hija lograba agitar mi interior como lo hacía la presencia de mi esposa. Necesitaba rodearlas a ambas con mis brazos y encerrarnos en una jaula juntos, donde nadie pudiese llegar a perturbarnos jamás.
—Cielo, ¿qué haces allí? ¿Hace cuánto llegaste?
Me acerqué rápidamente a la cama extra grande para ayudarla a sentarse, lo cual requería un gran esfuerzo. Aunque no lo decía en voz alta, sabía que le molestaba no poder realizar sola las labores más simples. Aunque nuestros corazones latían como un solo, con el tiempo aprendí que mi mujer necesitaba su independencia para no deprimirse; sin embargo, estos nueves meses donde llegó a necesitarme tan íntimamente, me llenaron de un regocijo silencioso.
—Salí temprano del trabajo.
—¿Por qué? —Hizo un ligero puchero mientras acariciaba su estómago.
No pude resistirlo, así que coloqué una mano en su muslo, me incliné para morder su labio inferior y luego lo solté lentamente. Sus ojos brillaron de una manera lujuriosa y su respiración se aceleró en menos de un segundo, por lo que sonreí. Conocía ese cuerpo redondo demasiado bien; la Ángela embarazada era insaciable, aunque lo negara.
—Bueno, tú me llamaste. —Arqueé una ceja con malicia—. Dijiste que tenías antojos.
—¡No puedo creer que hayas salido del trabajo por eso!
—En nueves meses, he saciado cada capricho. Puede que este sea el último —le recordé—, así que es una misión.
Negó con la cabeza en reproche, intentando lucir molesta. Abrió la boca para regañarme, pero coloqué mi palma en su nuca y empujé nuestros labios juntos para besarla tan plenamente como estuve fantaseando hacer desde que la llamé en el almuerzo. Sabía que solo me contó su antojo porque le encantaba que compartiéramos cada pequeño detalle del embarazo, pero saber que pronto daría a luz me hacía desear pasar cada minuto en casa y disfrutar de sus últimos antojos y arranques hormonales antes de sostener a mi pequeña princesa en brazos.
Seguí besándola. No fue difícil empujarla hasta que su espalda volvió a la cama, y llevé mis manos a sus muslos para extenderla. Me apoyé en un antebrazo para no colocar mi peso sobre su cuerpo, pero Ángela pretendía que conectáramos en todos los puntos posibles, por lo que lanzó un gruñido de frustración. Reí.
—Por el amor de Dios, han pasado años desde que sentí tus abdominales.
Mordí su cuello, fuerte. Gimió; logré que su cuerpo entero se derritiera sobre el colchón.
—Puedo dar fe de que, durante los meses pasados, has mordido, aruñado y besado mi cuerpo en todas las áreas posibles. No entiendo tus quejas.
—Pero no hemos estado piel contra piel en mucho tiempo. Al menos, no totalmente.
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Latido del corazón © [Completo] EN PAPEL
Roman d'amourSebastián Videla poseía los ojos de un demonio melancólico, tan frágil y dañado que Ángela nunca recuperó lo que llegó a amar. Las almas gemelas simbolizan una misma luz distribuida en dos cuerpos mortales; algo que ni el mundo, ni ellos mismos, com...