Un espacio reducido

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Ya habían salido de Montevideo hacía rato. Era de noche, y la luz de la luna caía sobre el bondi que corría por la ruta velozmente. Matías y Sharon no paraban de reír.

            –Y entonces, yo tome al perro del vecino, y lo lance de una patada a la casa de al lado –lloró Matías. No podía hablar de la risa. Sharon reía a los gritos.

            –Eres muy gracioso Matías –mugió como la vaca que era–. Bueno, vamos a callarnos que no dejamos dormir a nadie.

            –Qué carajo me importa a mí si duermen poco –gritó Matías – ¡¡PEDO BIONICO!!

            A eso de las 3 de la mañana, cuando Matías y Sharon ya habían dejado las bromas, y la noche era fría y cruda, la conversación tomo un rumbo serio, demasiado para el gusto de Sharon.

            –¿Por qué vas a Argentina? –Pregunto Matías

            –Quiero conocer a los Wachiturros. Son mis ídolos –La cara de Matías cambio. Se puso serio, casi parecía que salía de un funeral. –¿Qué pasa wachi?,

            –¿Te…gustan los wachiturros? –Recién entonces Matías termino de entender –¿Te gusta la cumbia….villera? –Mencionó lo último como quien habla con una tortuga en la garganta.

            –Me encantan. ¿No me digas que a vos no?

            –Odio la cumbia, eso no es música, eso es ruido.

            –Oh, ¿según vo’ qué es lo que se llama música? –Sharon elevo la voz a un nivel imprudente. La cólera le incitaba que tomase su trincheta y atravesara a ese hereje de Matías.

            –Blink 182. Eso es una banda verdadera. Eso es música –contesto cortantemente Matías.

            –¿Blink? ¿Qué es eso? Bah, no importa seguro que es una de esas bandas de—

            –Rock –completó Matías–. La mejor que existe.

            –Música pedorra, huevona, bueno, el caso es que los quiero conocer, amo a DJ Memo y además quiero conocer a mi Padre. Necesito saber quién es.

            Matías estaba a punto de estallar contra la cumbia, cuanto sus labios volvieron a unirse.

            –¿Has dicho…conocer a tu…padre?–pregunto, obviamente, habían tocado un tema delicado. –¿No conoces a tu padre?

            –¡NO ME DIGAS! –Rugió Sharon. Entonces apareció una mujer, de la nada y se paró al lado del asiento de Sharon.

            –¿Qué onda wachi? –Pregunto Sharon, pero la mujer no respondió. Simplemente le dió un cachetazo, más fuertes que los latigazos de sus ex novios (¡CUANTO AMABA  LOS LATIGAZOS!) y se fue. Seguramente estaba dormida y se despertó por culpa de Sharon.

            –Bueno, ¿puedo saber lo de tu padre? –Pregunto Matías.

            –Y que queré’ que te diga amigo, el muy negro se mandó pa’ Buenos Aires, y nos dejó a mamá y a mi re tiradas boludo.

            –Lo lamento –dijo Matías.

            –No te preocupes, ya no me importa. Ahora solo quiero conocerlo, pedirle algo de plata y después no sé, lo que me depare el destino.

            –Te entiendo. Bueno, voy al baño –dijo Matías. Dicho eso se encamino hacia el baño del bondi. Sharon se quedó sentada esperando. Matías era muy amable, pero era uno de esos tipos raros que le gustaba esa música…para tipos raros. ¿Sería gay? Solo había una forma de averiguarlo. Sharon fue hacia el baño, se fijó que nadie la observase y entró; Matías había dejado la puerta abierta.

            Cuando entró al baño, un espacio reducido, muy pequeño, vio a Matías sentado en el wáter con el celular en la mano. Llevaba puesto los pantalones, lo que significaba que no estaba usando el baño realmente. Sharon se acercó a paso vacilante y lo levanto por el cuello de la camisa.

            –¿Pero no ves que estoy en el baño? –Matías fue a decir algo más, pero Sharon lo hizo callar con sus propios labios. El beso duro varios segundos, y Sharon aprovecho para tocarle la cola a Matías. O por dios. ¡CUANTO AMABA SU COLA! Cuando finalmente se soltaron, Matías miró con cara de asombro a Sharon y salió del baño. Comprobado. No era gay. No se había resistido al apasionante beso de La Pequeña Sharóóón Paraáá Vóós, pero bueno, nadie se resistía. Cuando Matías se hubo ido del baño, Sharon reparo de algo más: el celular de Matías se había quedado en el piso. Que descuidado de su parte. Sharon lo tomó y apretó un botón al azar. La pantalla se ilumino, rebelando un mensaje de texto, con destinatario “Romi”. El texto decía, “Ya estoy por llegar a Gualeguaychú, beso”. Romi. ¿¡QUIEN ERA LA MUY PUTA!? Sharon no soporto la cólera, y con su trincheta agujereó un cartel con instrucciones para lavarse las manos. El mundo estaba plagado de gente imbécil. Como si no supiese lavarse las manos, que le ponen un cartel que explique. Gente idiota. Como Romi. En ese momento lo decidió. Romina debía morir. Ahque.

La Pequeña Sharon Y El Pantalón NevadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora