Incendiaria

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Un barril de gasolina. Una caja de fósforos. Conseguir estos objetos fue muy simple. Solo tuvo que entrar desnuda a la estación de servicio. Mientras todos se tapaban los ojos y vomitaban (obviamente reacción por ver el glorioso cuerpo de La Pequeña Sharon Para Vos, nadie puede ver algo tan magnifico, tan Divino durante muchos segundos) tomo del mostrador una caja de fósforos, un barril de 5 litros de gasolina y salió por la puerta. Luego se vistió rápidamente en un callejón y emprendió la búsqueda. Recorrió todas las centrales policiales hasta dar con el milico puto. Entró salvajemente y le dijo entre gritos:

–¡AUXILIO! ¡UN HOMBRE MUERTO! ¡EN EL CALLEJON!

Sharon no esperó una respuesta, salió corriendo por la puerta y no necesitó comprobar que tuvo éxito: el milico iba detrás de ella. Cuando llegó al callejón, se metió detrás de una columna y aguardó.

–Señorita, ¿Dónde está? –Dijó el milico puto.

Sharon apareció de entre las sombras y lanzó el barril de gasolina sobre el milico. Lo bañó de ese líquido y lo empujo contra la pared.

–¡PERO QUE MIERDA HACES HIJA DE PUTA! –Rugió el milico puto.

–A ELLA LE GUSTA LA GASOLINA, DAME MAS GASOLINA ¿Te tengo que dar explicaciones a vos milico puto? ¿¡VOS SE LAS DISTE A LEITO!? ¡NO! ¡LO MATÓ! ¡LO ASESINÓ! ¡Y EL ERA INOCENTE!

–¡QUE DECIS GORDA PELOTUDA, EL TENÍA UN ARMA EN LA MANO! ¡ME IBA A MATAR A MI!– Entonces Sharon sacó la caja de fósforos y encendió el primero. –¡QUE HACES! ¡FUE DEFENSA PROPIA! ¡TENGO HIJOS! ¡TENGO––!

El fosforo cayó sobre él. La gasolina estalló ante su suave caricia y en segundos, el milico puto estaba en llamas. Ardía, como un pollo envuelto en llamas al ser cocinado al espiedo.

–Mantenlo prendido, FUEGO, no lo dejes apagar y grita, FUEGO –cantaba nuestra aventurera. Sharon reía histéricamente. Gritaba de la risa. Se le caían algunas lágrimas de la risa. Su locura llego a un punto cínico. Y entonces, cuando los gritos del milico puto fueron suficientemente altos como para romper una copa de cristal, de un solo movimiento, corto la garganta del sinvergüenza con su fiel trincheta de lado a lado. La sangre brotó, se mezcló con el fuego. La voz del milico puto se apagó y su cuerpo dejo de moverse.

Nunca iban a relacionar a Sharon con ese crimen. Sharon ni siquiera era una ciudadana de Argentina. El milico no tenía sus huellas dactilares, nadie vio a Sharon y al Milico Puto juntos. Había cometido un crimen perfecto. Aunque eso no era un crimen, era justicia.

La Pequeña Sharon Y El Pantalón NevadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora