Remiendos

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Sharon llego a su casa finalmente, tras horas de un pesado viaje. Caminó entre las plantas muertas, nunca regadas, y llego hasta la puerta. Entró y miro a su madre, sentada en una silla, desnuda y bañada en jabón líquido. Nada había cambiado.

–Mamá… ¿Qué haces? –Preguntó Sharon.

–Hija, pensé que no volverías, estaba mirando la televisión –respondió su madre.

–¿Y no llevas ropa porque…?

–Porque esta toda para lavar mija.

–Y el jabón líquido se debe a...

–Estaba aburrida. Pero no importa, hija no te vuelvas a ir. Te extrañe mucho. Te quiero Sharon. Mi pequeña Sharon –y la abrazó. Sharon quedó impregnada en jabón líquido.

–Ya está mamá, ya entendí. Soltame.

–Hija mía, ve a tu cuarto. Te tengo todo preparado. Te compre fotos nuevas de los wachiturros. Y dame ese pantalón que lo tenes todo roto –Sharon se sacó el pantalón nevado y se lo dio a su madre. Todavía llevaba su tanga animal print. Decidió no bañarse, todas sus aventuras se veían reflejadas en su mugre y su sudor.

–Mejor sentate a remendarlo mamá, tengo mucho que contar.

Sharon conto toda la historia. Los wachiturros, Gerardo (que contenta estaba su madre con su hija, tan joven y tan puta), El Milico Puto, Matías. Su madre lloraba mientras escuchaba. El pantalón nevado estaba remendado. La madre de Sharon se lo entrego a su hija, y le dijo que vaya a su cuarto a dormir, que le esperaban grandes aventuras. Cuando Sharon estaba subiendo las escaleras, su madre la llamo nuevamente.

–¿Qué hay de tu padre? –Preguntó.

–Nada mamá –contestó Sharon con un suspiro–. Absolutamente nada.

–Ya va a haber suerte, vas a ver. Yo Sharon, quería darte esto –du madre tomó una foto de un hombre, joven, de pelo negro y limpio, ojos marrones, pero cálidos, una risa muy amistosa. Sharon no se parecía en nada a ese hombre. Pero aun así lo sintió en su interior…

–Mi padre –dijo.

–No Sharon, este es el vecino. Esta mas bueno…¿Qué te parece si lo traigo mañana de noche? ¿Eh?

–Ah, sí, como digas –dijo Sharon. La decepción. Algo que Sharon ya conocía bastante bien.

Sharon entró a su cuarto. Sonreía. Había vivido una experiencia llena de adrenalina. Tal vez no necesitaba que su corazón se detuviese otra vez por su padre. Levanto la vista y miró a la pared, que ya no era blanca y llena de humedad.

Había fotos. Miles de ellas, todas del mismo hombre. Alto, ojos verde, e incluso más vivos que los del vecino, tenía el pelo marrón y su sonrisa era blanca y brillante, aquel muchacho le recordaba mucho a Matías.

–¡Mamá! –Grito– ¡¿QUE LE HICISTE A MIS PRECIOSAS MANCHAS DE HUMEDAD?!

Su madre apareció en el umbral de la puerta, todavía desnuda y con jabón líquido.

–Es tu padre. Pensé que te gustaría.

–OBVIO QUE NO. YO QUIERO MIS MANCHAS DE… ¿Dijiste…mi padre? –una lágrima recorrió el rostro de Sharon–. Gracias mamá –dijo. Era lo único que podía decir.

–Tranquila hija. Veni, tengo historias si queres escuchar. Y pasta base, y porros y…ven conmigo.

Sharon sonrió. Quizás su madre tenía razón, quizás si grandes aventuras esperasen a Sharon. Tomó su pantalón nevado y al cerrar la puerta de su cuarto, miró las fotos de su padre por última vez.

La Pequeña Sharon Y El Pantalón NevadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora