El gato.

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Me considero muy afortunado de no haber quedado traumatizado de por vida luego de lo que sucedió esa noche. Aunque sí me ha afectado en cierto modo, no estoy loco. Me siento como una persona fuerte por no haberme quitado la vida todavía. Por ahora, mi salud mental permanece decente, pero no sé cuánto tiempo más pueda mantenerme así.

Yo tenía tan solo ocho años y es por eso que sé que lo que sucedió no fue una mala pasada de mi imaginación. Un niño inocente no podría imaginarse eso ni en sus peores pesadillas.
Aquella noche, estaba en mi cama. Había tenido un día normal, nada ajeno a la rutina. Recuerdo que un frío proveniente de mi ventana abierta me despertó. Eché un ojo al horario en mí reloj de mesa, eran las 03:07 de la mañana. Me levanté de mi cama y, cuando puse un dedo en la ventana para poder cerrarla y dormir en paz, un ruido absolutamente horrendo cruzo por mis oídos; era un grito. De hecho, el grito más fuerte y desolador que había escuchado en mi vida. Rápidamente, abrí la cortina y miré con atención qué pasaba, intentando descifrar de dónde había venido aquel grito. Después de buscar tras varios segundos, lo vi. Entre las sombras había dos pequeñas figuras, una de ellas la reconocí fácilmente; por más oscuro que estuviera, no podía confundir la figura de mi gato tirada en el suelo, muerto. Algunas personas me dicen que es imposible que un simple gato produzca un grito tan desgarrador como el que describo, pero estoy seguro de lo que vi y lo que escuché. La otra figura era confusa, parecía alterar su forma, como si se estuviera transformando, disfrazándose de mi mascota. Luego, aquel ser, ahora parecido a mi gato, miró hacia mí; tenía unos ojos amarillos penetrantes que te dejaban petrificado con tan solo verlos. En realidad, eso fue lo que causó en mí, pero no sentía miedo, no podía pensar en nada más que mirar esos ojos impactantes. Mas lo que sí causó un miedo inmenso en mí fue aquella horrible e inexplicable sonrisa en su pequeño rostro. Aquella mueca no era de un animal, era como si fuese un gesto humano, pero forzada de tal forma que pareciese que llegaba desde una punta de su cara a la otra. Sus dientes eran demoníacos, nunca había visto algo así.

Aquella figura bajó su cabeza y comenzó a caminar lentamente hacia la puerta trasera de mi casa, como si quisiera venir a buscarme. En ese momento fue cuando entré en pánico. Comencé a sudar y rápidamente me metí en mi cama y me tapé con todas mis sábanas. Cerré los ojos y todos mis sentidos se agudizaron. Podía sentir el viento frío pasar por mi ventana que había olvidado cerrar, podía sentir a los grillos chirriar; pero lo más importante y espantoso de todo era que podía sentir a alguien subiendo por las escaleras. Sabía que era aquella criatura que había visto hace solo un minuto atrás parado frente a mi gato muerto, sabía que ese ser había sido su asesino, el que lo asesinó de tal forma que emitió aquel grito, un grito imposible, que si a alguien ahora se le ocurriera emular, su garganta se desgarraría. Sabía que iba a correr el mismo destino.

Cada vez sentía más cerca sus pisadas. A pesar de tener forma de un pequeño animal, retumbaban en mi cabeza y eran cada vez más fuertes. Las sentía llegar al final de las escaleras, y luego cruzar el pasillo que llegaba hasta mi habitación. Llegado un momento, las pisadas se detuvieron durante unos segundos, pero solo fue para peor. Escuché mi puerta abrirse lentamente, y sentí que el tiempo se congeló; dejé de escuchar al viento entrar por la ventana, a los grillos chirriar, y solo escuchaba el sonido de la puerta abriéndose. Comencé a temblar como nunca en mi vida había temblado, y escuché un ruido horrible, como si estuvieran arañando mis muebles. Parecía que aquel ser quisiera infundir en mí un miedo tremendo. Dejó de arañar mis muebles e hizo lo impensado: se subió a mi cama y se quedó acostado en los pies de la misma. Pasó un largo rato sin que nada sucediese. No había sentido nada, ni un movimiento extraño en mi cama, ni un sonido de que algo pasara, absolutamente nada. Pero una parte dentro de mí sentía que él seguía ahí. Que no se iría nunca y que esperaba el momento en el que yo me durmiera para acabar con mi vida, pero ¿por qué no lo había hecho ya? ¿Cómo podía saber ello que yo seguía despierto y atento a lo que pasara? Era extraño, ya no temblaba y mi corazón latía normalmente, ni estaba agitado. Era como si mi cuerpo se estuviera rindiendo, resignándose a morir. Debía saber qué pasaba allí afuera de mis sábanas.

Con mucho valor, empecé a arrimar la cabeza sobre ellas con el cuidado de no revelarme demasiado y llamar su atención; solo quería arrimar mis ojos para ver si él seguía allí. Pero, por más que deseara que no estuviera, fue inútil, pues seguía allí observándome fijamente con sus ojos amarillos y penetrantes. Pero no sentía nervios, era como si no supiese que lo estaba viendo pese a que mirara fijamente a mis ojos.

Estuve observándolo unos minutos, o, mejor dicho, vigilando que no hiciera algún movimiento raro, hasta que algo rompió de improvisto ese silencio y tranquilidad que sentía: su horrenda sonrisa demoníaca se dibujó nuevamente en su rostro. Al verla de cerca, era más horrible aún. Comencé a llorar, pero sin hacer ningún movimiento, ningún ruido, nada, las lágrimas solo caían de mis ojos. Esa horrible sonrisa con esos dientes de tiburón, ¿quién podría pensar que lo más horrible que he visto en mi vida fue una sonrisa?

Tras aproximadamente un minuto de mantener la expresión, se paró en la cama y empezó a caminar sobre mi cuerpo hacia mi cabeza. Estaba cada vez más nervioso, cada vez más lágrimas caían de mis ojos. Con cada pequeña pisada que daba, sentía cómo el alma salía de mí cuerpo, hasta que llegó a mí cabeza, siempre sonriendo. Desapareció de mi vista colocándose a un costado de mi cabeza. Sin esperarlo, con un castellano muy poco fluido, dijo a mi oído: «Aún eres demasiado pequeño». Esto fue lo único que escuché provenir de él. Quedé petrificado por el resto de la noche luego de escucharlo.

Cuando regresé en mí, pude moverme y eché un vistazo a la hora. Era increíble, pero ya eran las 7:25 de la mañana. Fue muy extraño cómo más de cuatro horas solo se sintieron pasar como cuatro minutos. Podía volver a sentir el viento entrar por la ventana; me paré y la cerré. Aún estaba muy aterrado, pero antes de cerrarla miré hacia afuera, y el cadáver de mi gato no estaba. Volví a mirar hacia mi habitación, todos los muebles estaban intactos, como si nada hubiera pasado.

Jamás volví a ver a mi gato, mis padres concluyeron que había escapado de la casa. Nunca le conté sobre aquella noche a mis padres. Aun así, ellos vieron algo extraño en mí y me mandaron a un psicólogo, a quien le confié todo lo que había pasado esa noche, pero solo fui por una sesión. Extrañamente, mis padres decidieron que había que mudarnos a otra casa, y eso fue lo que hicimos.

Han pasado ya dieciocho años. Jamás volví a ver a ese ser, pero su recuerdo atormentaba mi mente todas las noches. Hasta hace poco, tuve sueños donde volvía a buscarme y acababa fuera lo que fuera que planeaba hacer esa noche.
Sé que esa criatura volverá por mí, aunque tal vez no en forma de gato. Antes de ello, decidí escribir todo esto para que alguien más sepa mi historia.

¿Tú qué crees? ¿Te consideras demasiado pequeño? Espero que para él lo seas.

Pero, ¿y si no lo eres? ¿Serías capaz de aguantar sus ojos y su sonrisa?

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