Leyes de Murphy

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Leyes de Murphy

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Regla número uno a aplicar en su vida: nunca, pero nunca, pensar una tontería como la que se dijo hacia unos momentos.

Regla número dos: odiar a Murphy con todas sus fuerzas.

«Cuando las cosas parezcan que no pueden ir a peor...»

Rememoraba una de las leyes de aquel hombre tan sabio mientras miraba el desastroso panorama que se había desarrollado en el patio de su instituto.

«...irán a peor»

Cuánta razón, Murphy, cuánta razón.

Esas palabras fueron las que dedicó al difunto hombre mientras recordaba cómo habían llegado a tal situación.

«Salieron del aula dispuestos a dirigirse a la casa de Irie Shoichi, apodado por Byakuran como Sho-chan, y la cual Tsuna conocía debido a que el pelirrojo informático le dio la dirección para cualquier cosa que pudiera acontecer.

Sora estaba tranquilamente en los brazos de su madre comiendo los malvaviscos de su tío malvavisco cuando fueron interceptados por Enma, quien parecía alterado.

—¡Tsuna-kun! —exclamó la tierra—. ¡Tenemos un problema!

Ese fue el precedente que necesitó el castaño para saber que había sido un ingenuo al pensar que no podía ir a peor. ¿Para qué pensaba nada?

—¿Qué ha sucedido, Enma-kun? —preguntó.

—¡Varia viene hacia aquí! —anunció, asustando al cielo.

—¿¡Qué?! ¿¡Para qué?! —cuestionó alterándose tanto o más que el pelirrojo. Deseó con toda la fuerza del cosmos que no supieran de que Sora existía y que estaba ahí, a saber lo que podría pasar...

—¡Se han enterado de que tienes un hijo! —explicó—. ¡Vienen hacia aquí!

Y eso le recordó a una ley del sabio Murphy, que dice:

«Basta desear firmemente que algo no ocurra para que acabe ocurriendo».

—¿¡Cómo se han...?! —su exclamación fue cortada por un martillazo. Hizo el esfuerzo de soportarlo sin caer por Sora.

—Cálmate, Dame-Tsuna —ordenó Reborn, devolviendo a Leon a su forma original—. Será divertido.

—¿Divertido? ¡Para ti! —recriminó mientras le reprochaba el golpe y su tutor sonreía.

Miró a Kyoya en busca de apoyo contra el ex-arcobaleno, pero estaba igual de alegre de la vida. Eso significaría que habría herbívoros a los que morder hasta la muerte, y quizá el jefe de los Varia le ofreciera una buena pelea.

—¡Leon! —al verlo, el pequeño extendió sus manos hacia el camaleón—. ¡Ven, Leon! ¡Vamos a jugar!

Se deshizo del agarre de su madre para empezar a perseguir a Leon, quien había decidido que era peligroso «jugar» con ese niño y había echado a correr.

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