Capítulo VIII

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Mía

Luego de un largo día llego al departamento agotada, no he probado bocado en todo el día, pero en realidad no tengo apetito, así que busco mi portátil y me dispongo a revisar algunos asuntos de la empresa, la tengo en buenas manos pero aun así siempre estoy al pendiente.

Me siento en uno de los taburetes de la cocina y coloco el computador en la isla, reviso algunos informes y noto algo extraño, hay una falla importante de dinero, en seguida hago un par de llamadas, entre ellas a mi hermana que es la encargada de esa franquicia en específico y me explica que no es la primera vez que esto sucede y que está indagando para dar con la fuga de capital, que han despedido a un par de personas involucradas, pero al parecer hay más implicados, cuelgo y sigo revisando.

Estoy tan embelesada en la pantalla que no había notado que Matthew está recostado en el umbral observándome, no sé cuanto tiempo lleva ahí, así que solo me limito a sonreír a modo de saludo y él me corresponde con una deslumbrante sonrisa y toma asiento a mi lado; nos quedamos así sin decir nada durante no sé cuanto tiempo cuando parece que va a decir algo mi teléfono nos interrumpe, cuando miro la pantalla dice "Roger" mi sobrino, y no puedo evitar sonreír, realmente extraño a mi familia. Descuelgo:

—Hola, mi amor —digo sin contener mi alegría.

—Hola, tía hermosa, que raro que todavía te acuerdes de mí si ya ni siquiera llamas, no sabes cuanto te extrañamos, te extraño —dice con melancolía.

—También te extraño —Salgo a la habitación contigua.

—Pero yo más —dice dulcemente.

—Sí, sí, lo que tu digas —Sonrío—. Pero, ¿a ver? ¿como va todo? —Cambio de tema.

—Bien... —dice y por su tono sé que me oculta algo.

— ¿Que pasó? No sabes mentir, por lo menos en lo que a mí respecta no —le recuerdo.

Masculla algo ininteligible y suspira con resignación.

—Bueno, sucede que... necesito comprar algunas cosas, y bueno, con lo del trabajo no me alcanza... —Los oídos me timbran al escuchar esa palabra.

—¿Trabajo? —Repito aunque sé que escuché bien, necesito que me explique—. ¿De qué estás trabajando? Eres un niño, Roger.

—Cálmate, no es nada malo. Le hago trabajos a mis amigos y ellos me pagan por eso —explica —. Además no soy un niño, tía. Tengo doce años —agrega.

Ignoro lo ultimo que dice, doy un largo suspiro para tratar de tranquilizarme.

—Sabes que no tienes necesidad de hacer eso —Mascullo entre dientes—. No quiero que descuides tus estudios —Me preocupo.

Me cuenta que no quiere molestar a sus abuelos y mucho menos a mi; incluso me dice que ya es suficiente con que cubra sus estudios y los de su hermana, lo cual me hace poner los ojos en blanco, ¡santo cielo, eso no presenta ningún sacrificio para mí!

Alega que yo también hacía eso cuando estudiaba, lo cual me parece un argumento válido, sin embargo, la situación económica de mis padres no era como mi situación actual, yo puedo permitirme eso y más.

— ¿Porqué no le dijiste a Elizabeth o a Richard? —No entiendo porque no le dice a sus padres.

—Porqué discutí con ella, y papá como siempre la apoya para no ganarse problemas, ya sabes como es... —Suspira frustrado—. No entiendo como ustedes dos pueden ser hermanas si son tan distintas la una de la otra —Se queja con fastidio.

—Genética, ella lo heredó de tu abuela y gracias al cielo yo no —Río un poco—. Pero volviendo al tema, que sea la ultima vez que me ocultas algo, porque ahí sí que te darás cuenta que tu madre y yo sí nos parecemos... —advierto.

Soledad Elegida | Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora