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Kurt estaba parado en el vestíbulo de los Berkeley tomando la mano de Anthony mientras sus padres se daban los últimos retoques. La señora Berkeley se miró en el pequeño espejo de la puerta, se acomodó el lápiz labial y luego se dirigió a Kurt.
—Sandra llegará a eso de las dos, vendrá con unas amigas así que puedes irte, ellas cuidarán a Anthony—dijo mientras el joven asentía. La señora Berkeley se puso de cuclillas para saludar a su hijo. —Y tu, pequeñito de mamá debes ser buen niño.
Le beso la frente dejándole rastro del labial rojo matte. Se levantó y beso la mejilla de Kurt dejándole también lápiz labial.
—Adiós, queridos—saludó el señor Berkeley atravesando la puerta. Kurt tomó al niño en sus brazos y lo acercó al marco de la puerta para despedir a sus padres. Luego de la pequeña despedida ingresó al hogar y prendió la calefacción. Había olvidado por completo que dejó la leche en el fuego, corrió a la cocina y le preparó el biberón a Anthony. Lo dejó frente a la televisión con el biberón. Anthony tenía tres años, era un pequeño de cabello rubio y ojos verdes, era más pálido que un muerto y tenia más vida que cualquier otro bebé. Se divertía jugando y correteando por la casa pero en este momento estaba exhausto. Kurt se sentó junto a él, frente a la televisión. Después de quince minutos el biberón cayó al piso y Anthony ladeaba la cabeza. El joven sujetó al niño y lo llevó a su habitación, lo dejó en la cuna y cerró la puerta. Bajó al living y se sentó en el sofá, su trabajo casi había concluido.

Kurt corrió a la cocina, una de las lámparas estaba hecha trizas. Empezó a levantar los trozos de vidrio con una gran vena a punto de estallar en el cuello. La señora Berkeley lo asesinaría. Lanzó los trozos a la basura y se dirigió a Sandra.
—Tienes veinte años. No eres una niña. Llegas a cualquier hora, me quitas el teléfono, despiertas a Anthony y rompes cosas que cuestan caro. Comportate como alguien de tu edad y dile a tus amigas que dejen de gritar por la sala. Anthony está asustado—Kurt se sentó dos segundos en un taburete frente a la isla de la cocina. —Pronto me dejarás de ver en tu hogar.
—¡Claro que si! ¡Te despedirán después de haber roto la lámpara favorita de mamá!—gritó la rubia triunfante.
—Yo me iré y le diré a tu madre que tu rompiste la lámpara porque eso pasó. Devuélveme mi celular, tengo que marcharme—dijo Kurt.
—Encuentralo.
—Dame mi celular, Sandra—insistió Kurt.
—Encuentralo.
—Maldición—Kurt golpeó la isla, tomó su bolso del perchero y salió de la cocina. Sandra lo siguió.
—¿A donde crees que vas?
—A mi casa. Tu madre dijo que cuando llegues podía irme porque puedes cuidar a tu hermano, y espero que eso hagas... En otras circunstancias me habría quedado pero ahora alguien me espera y no debo tardar—miró su reloj. Tres y treinta y tres. —Y se me hace tarde.
Se acercó a Anthony, se puso de cuclillas y lo besó en la frente.
—Lo lamento, debo dejarte con estas brujas—le dijo apretandole las mejillas.
—Nosotras nos iremos y no llevaremos a Anthony—dijo Sandra. Kurt se incorporó rápidamente.
—No. Claro que no. Te quedarás y cuidarás de tu hermano, es tu responsabilidad—decía Kurt mientras se acercaba a ella con paso firme.
—También es tu responsabilidad, eres la niñera
—Desde las doce hasta las tres.
—Yo digo hasta siempre...—cerró la boca, la abrió, la cerró nuevamente. —Si lo cuidas te devuelvo tu celular ya—espetó por fin.
—Bien—respondió Kurt no muy convencido. Sandra le entregó el celular. Kurt miró la pantalla, tres y treinta y cinco, Blaine era extremadamente puntual ya debía estar en su casa, seguramente hablando con Carole sobre la tardanza. Kurt tomó al bebé en sus brazos y el bolso amarillo que siempre está equipado con la chucherías del niño. Le colocó un abrigo polar bordo al niño y él se abrigo con su campera de rugby. Salió de la casa disgustado y caminó hacia la suya que quedaba a una cuadra.

DADDY [KLAINE] (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora