19. Regalos inesperados

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Sacar su último examen le había costado un montón de estrés, horas de sueño perdidas y varias tazas de café. Estaba bien con las últimas dos, porque siempre solía realizarlas sin necesidad de esforzarse por una nota alta; pero la primera era jodidamente inmoral, en consecuencia, le había dejado hecho un asco, con sangrados de nariz incluidos y un montón de acné que no había visto ni en su peor época de pubertad.

Evitaba quejarse sobre esto porque creía que no se notaba, pero a decir verdad toda su cara estaba roja y notoria a tres kilómetros a la redonda. Intentaba ser positivo y decirse a sí mismo que con el paso de los días mejoraría, podía esperar, claro que sí, pero Nash le empujó a deshacerse de ello.

—Por dios, te ves horrendo —Le motivó a cambiar, porque si el amable Nash lo decía, era verdad. Su cara de horror al mirarle le hizo sentir pena de sí mismo.

—Pero si lo he tenido desde hace dos días —alegó, no se le hacía algo tan importante, y bien podía vivir con eso.

—Sí, pero ayer no se notaba tanto como hoy. Es como si te hubiera explotado la cara, sin ofender.

—Me ofende.

Estaba sentado sobre el sofá desde hace treinta minutos. Apenas eran las ocho de la mañana. Digamos que el hecho de acostumbrarse a madrugar le había afectado, porque desde hace dos horas todo lo que hizo fue mirar el techo.

Aunque quería dormir con Nash, Matthew no le había dejado hacerlo a causa de ser la última persona en dormir y el pequeño aún tenía cierta fobia de comentarle sobre su cercana amistad. Así que había vuelto a dormir en su habitación, solo, demacrado y con una cara llena de granos.

Había estado sentado en el sofá viendo la tele por cable en silencio, porque Nash le llamaría traidor si adelantaba una serie sin él. Soltó un suspiro cuando le vio sentarse en el lado contrario del sofá, con los pies sobre su regazo. Ese día llevaba unos bonitos calcetines afelpados color azul que combinaban muy bien con su pantalón de los padrinos mágicos, tenía las caras de Cosmo y Wanda en tonos claros, era extraño pero de cierta manera le encantaba. Había notado que tenía un montón de pantalones y que jamás solía repetir los mismos con mucha frecuencia. Le daba envidia porque se veía realmente cómodo y él estaba todo el día con apretados pantalones vaqueros que a veces casi le cortaban la circulación de las piernas.

Colocó una mano sobre su tobillo, presionándolo levemente. Nash ignoró el tacto y se acercó a él tanto que lo tenía a menos de veinte centímetros, observando su rostro. Cuando menos lo esperó, estaba sentado sobre sus piernas, viendo las enormes erupciones en su frente y mejillas.

—Luce terrible —murmuró entre dientes, sin dejar de mirarle con curiosidad.

—Gracias —respondió sarcástico.

—Lo digo en serio, Cameron, se ve muy mal. La gente no va a quererte si eres poco atractivo.

—¿Qué es esto? ¿Mr. Potato Head?

—El dolor es belleza, cállate —Nash le tomó por las mejillas y le dio un beso en la nariz. Casi dejó de respirar al verle hacer eso y no pudo evitar sonrojarse cuando se alejó—. ¿Qué ocurre? —preguntó riendo.

—Nada —dijo, deseando que el tono rosáceo de su cara únicamente se debiera al brote de alergia.

—Sí ocurre algo —sonrió el menor, besándole repetidas veces en el mismo sitio. Después de cinco besos se detuvo y le soltó—. Tu cara es un asco, y aun así sigues viéndote igual de guapo que diario —susurró antes de alejarse y cogerle la mano.

Cuando notó que quería que le siguiera, se levantó y caminó hasta estar en su habitación, sentado sobre la tapa del váter. Nash buscó algo en los cajones debajo del lavabo, después extrajo un delgado sobre color verde olivo.

SilenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora