21. Dramas adolescentes

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Hizo una video llamada con sus padres. Cuando regresó a la habitación del muchacho, vio que el piso estaba convertido en un verdadero desastre. Había una lluvia de pantalones y camisas tiradas sobre la alfombra, como si hubiese vaciado todo su armario. Estaba sentado en el suelo, cubriéndose la cara con las manos.

—¿Qué pasa, amor? —preguntó, arrodillándose para poder quedar a su altura.

Nash soltó un suspiro y señaló el desastre.

—Ya no me queda nada —respondió bajito.

Cameron miró las cosas. Nash era realmente delgado, parecía una ramita, pero había ganado un poco de peso desde el comienzo de las vacaciones, porque él solía pasar varias horas en casa y todo lo que hacían era comer helado mientras veían series. También, había estado cocinando a causa de su excesivo tiempo libre. Le había dicho a su madre que prepararía la cena navideña y, pues, necesitaba un poco de práctica para no cagarla. Así que ya comían comida de verdad. Mucha comida de verdad.

Las costillas de Nash habían dejado de verse, él opinaba que se veía bien porque ya no lucía como un enfermo de anemia; pero parecía que el afectado no creía lo mismo.

—No me queda nada —suspiró—. Me convertí en una maldita vaca y ni siquiera ha pasado año nuevo. Dios. ¿Por qué no me dijiste que estoy engordando?

—Porque no lo había notado —respondió.

—Oh, ¿en serio? ¿Tu novio ganó casi seis kilos en mes y medio y no lo notaste? ¿Estás ciego o algo así? —alegó con sarcasmo.

—No me hables de ese modo —pidió tratando de no sonar enojado—. No lo noté, y si lo hiciera, no me importaría en lo más mínimo porque me gustas de cualquier manera. Podrías pesar cien kilos y seguiría amándote.

—Cállate, no quiero pesar cien kilos —le miró furibundo, volviendo a cubrir su rostro—. ¿Qué voy a usar en esa fiesta? Dios, tengo tantas ganas de morirme.

—Iremos a comprar algo. Deja de ser tan dramático, hay gente allá afuera que no se queja porque ha subido una talla.

—Son dos tallas, no una... Creo que voy a dejar de comer de nuevo —murmuró.

—No, no vas a hacer eso —Sintió una especie de pánico revolviendo su interior—, te ves bien así. Son dos kilos, Nash. No vas a morirte por eso.

—No son dos kilos, Cameron, son seis kilos con cuatrocientos gramos. ¿Eso es poco para ti?

—Nash... —suspiró, apoyando las manos en sus rodillas—. Si comienzas a vomitar de nuevo le diré a Matthew —amenazó.

Nash descubrió su rostro y le miró con reproche.

—No lo he hecho desde hace dos meses.

—Y no volverás a hacerlo de nuevo. ¿Quieres que vayamos a comprar ropa?

—¡Quiero dejar de parecer un jodido elefante! —exclamó enojado.

—La fiesta es en dos días, compraremos algo para esta ocasión y después bajarás de peso sin tener que vomitar o dejar de comer, ¿de acuerdo?

El muchacho asintió, viendo el desastre que había en el suelo.

Parecía que no lo había notado porque siempre usaba ropa demasiado floja, todo el día estaba vistiendo de sus camisas. Aunque le pareciera lo más dramático del mundo, seguía sin entenderlo. Toda la gente engordaba, no había nada malo con eso. No todos podían ser modelos que comen lechuga y pasan horas en el gimnasio, ni fisiculturistas que toman cientos de asteroides. Eso formaba parte de la diversidad del mundo.

SilenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora