26. Charlas incómodas

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Le miró triste, en serio dolía verlo. Parecía asustado, decepcionado, roto a su causa y todo lo que podía pensar era: "Qué rayos hice", porque en su mente, él era el culpable. No había otra opción lógica. Él había decepcionado a Nash, ¿quién más podría haberlo hecho?

—¿Por qué?

—Yo... no lo sé.

—¿Qué fue lo que hice?

—Nada —suspiró—. Soy yo.

—Bien, si eres tú, ¿por qué?

Se alzó de hombros; mantenía la vista fija en el suelo, sin poder mirarlo. Lucía como un animalito herido, y lo que más deseaba en ese preciso momento era abrazarlo, por dios, era su obligación protegerlo a toda costa.

—Nash, ¿qué parte de ti ha dejado de quererme? —inquirió triste, incluso dolía decirlo en voz alta.

—La parte lógica diciendo que no te merezco.

Le miró sorprendido.

—¿Qué? Eso no es...

—Tú eres un once, mientras yo, en mis mejores días, soy un cuatro. Debes salir con alguien de tu nivel, con tipos geniales como Nathan. ¿Por qué yo? No tiene sentido; no puedo dejar de preguntármelo cada cinco minutos cuando estoy a tu alrededor.

—Nash, escúchame —Se acercó, colocándole las manos sobre los hombros para evitar su huida—. No busco a alguien perfecto, porque la gente perfecta no existe. Te quiero a ti. Me gusta que seas un desastre, porque eres uno de esos que me encantan. No te denigres a ti mismo, vales la pena y te mereces lo mejor del mundo.

—Oh, dios, nadie cree eso —gimió, apunto de llorar.

—Yo lo creo, y eso es suficiente. Si los demás no lo creen, voy a darte lo mejor de mi mundo, ¿de acuerdo?

—Lo siento —asintió, abrazándole tan fuerte que podía sentir todo su arrepentimiento—. ¿No te da vergüenza ser mi novio? —preguntó en voz baja, ahogando la voz contra su suéter.

—Me daría vergüenza no serlo. No vuelvas a hacer esto de nuevo, ¿de acuerdo? Casi muero por la preocupación.

—Lo siento —Se disculpó, recostando la cabeza en su pecho—. En verdad lo siento.

—¿Puedo besarte?

Nash le miró a través de sus lágrimas, estaba sonriendo tan grande que se veía extraño.

—¿Desde cuándo pides permiso?

...

—¿Qué dijo Nathan?

—Que te fuiste cuando más te necesitaba. Que eras alguien difícil de tratar. Que robaste su dinero, y que quería golpearte por eso. Que nunca te gustó el café de Starbucks. Que querías un perro. Que odiabas a los vecinos. Y que siempre le ganabas en los milímetros de las dosis.

Hizo una mueca, acariciándole el cabello. Estaban recostados en el sofá, el menor sentado en su regazo, mostrándole los cientos de fotos que le había tomado a las obras de arte que tenía su padre.

—¿Por qué te dijo todo eso?

—Le pregunté qué había pasado entre ustedes una vez que me encontró en la habitación de al lado. Dijo que quería golpearme por "ser un pendejo que llora cuando escucha una conversación a medias". Y me lo contó en ese orden, estaba un poco borracho, así que no tuvo tanto sentido. Creo que casi iba a llorar.

—Bien, eso es extraño. ¿No hubo amenazas de muerte ni nada?

—Nop. No luce como alguien peligroso.

SilenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora