28. Ráfagas alcohólicas

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Nash se levantó del regazo de Cameron, él no pudo evitar gruñir en respuesta al sentirlo, y caminó hacia el invitado para tomar la caja de sus manos.

—Gracias —dijo secamente, alejándose con rapidez.

—Por nada, espero que te guste.

—Sí, gracias.

Nathan parecía perplejo, pero aun así, su vista no abandonaba a Cameron, sentado en el sofá con el brazo recargado en la codera.

Ni siquiera se atrevía a mirarlo, su vista estaba fija en las decoraciones de la mesa, como si nunca las hubiese visto. Estaba bastante incómodo, y al parecer, tenía tan poca suerte que Matthew (quien no estaba al tanto de la situación), actuaba como siempre: todo amable, servicial y parlanchín; dándole un trato legendario al invitado, bombardeándolo de preguntas y sonrisas.

—Bien. Eres Nathan, ¿cierto? —preguntó, tomándole por el brazo para guiarlo al sofá—. Iré a la cocina por un plato. Ponte cómodo y piensa que estás en tu casa. Y bueno, como estás en tu casa, te presentaré a las otras personas que también están en tu... digo, nuestra casa. Ella es Beatriz, mi novia y éste es Cameron, nuestro compañero de habitación.

—Y novio de Nash —Completó él mismo, ganándose una mirada curiosa por parte del tatuado.

—Sí, eso también —dijo Mat, rodando los ojos—. No sé cuándo ocurrió, pero aún sigo sin aprobar esa relación.

El muchacho se perdió en la cocina.

Luego de que Nathan rompiera la tensión de la sala sentándose en el suelo a unos pocos metros de Cam —En el hueco que había entre ambos sofás—, y le sonriera como nunca antes lo había hecho (o sea, todo inocente, amable y su ridícula manera de lograr lucir ardiente a gran escala) (y como un completo cretino); rompió el silencio, preguntando:

—¿Qué mierda haces aquí? —en voz baja.

Nathan le miró de la misma forma en que había hecho antes, con burla, como si llevaran hablándose diario desde hace veinte años.

—Vine a traerle el regalo a Nash, sordo.

—¿Y a qué horas te vas?

Cuando abrió la boca para responder, Matt reapareció sosteniendo un plato que contenía pastel. Se lo entregó al muchacho, haciendo que sonriera agradecido. En definidita, no estaba seguro de conocer a ese hombre; era tan diferente al Nathan Maloley que conocía que estaba demasiado confundido.

Bea, Matt y Nash rellenaron el sofá largo. El menor de todos se las maniobraba en silencio, con ayuda de Beatriz, para abrir la caja. Cuando lo consiguió, no pudo evitar hacer una mueca de ternura, metiendo las manos para sacar a un pequeño cachorrito peludo de color blanco con manchas negras. Era adorable. Comenzó a lamerle las mejillas cuando lo acercó a su rostro.

Parecía fascinado por el obsequio y como era el tipo de persona que siempre valoraba lo que hacían por él, no pudo evitar agradecerle de nuevo a Nathan, aun cuando era probable que lo odiara por dentro.

—Y yo lo elegí —presumió.

—¿Qué nombre vas a ponerle? —preguntó Cameron, ignorando a la persona a su lado.

—No lo sé —dijo Nash—. Nunca he sido bueno con los nombres.

—¿Cómo le pondrías tú, Bea? —dijo Matt, tomando la mano de la chica.

—¿Qué es? —preguntó ella con calma.

—Un perro —Sonrió su novio.

—No, me refiero al género —Ella rodó los ojos, dándole un leve golpecito en el hombro.

SilenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora