Capítulo 2

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Ridgevale Centro Correccional para Mujeres, Virginia
En la actualidad
—La condenada ¿tiene algunas palabras finales?, Entonó el guardia.
—¡No! —Ellie se retorcía contra las ataduras sobre la camilla, tensando los electrodos que salpican su
pecho. Con cada uno de sus latidos frenéticos, el monitor EKG2 se disparaba. Los tubos de IV3 serpenteaban de cada brazo balanceándose hacia atrás y hacia adelante.
—¡No, estoy lista!
Ella podría sentir miedo porque estaba a punto de morir, pero la urgencia abrumaba a todas las
demás emociones. Ella temía que la muerte le fuera arrebatada una vez más de sus manos.
Y el demonio se agitaba dentro de ella.
Ante el temor de que — Saroya— se levantara y atacara a todos a su alrededor, Ellie no había tomado
la última comida, no se había reunido con ningún familiar o sacerdote. Hizo un inventario de sus pertenencias mundanas —un ChapStick4, libros de texto universitarios, cuatro dólares en cambio, y sus diarios—con un rápido grado de eficiencia.
Ellie había hecho las paces con su destino hacía mucho tiempo, tenía hambre de morir desde la noche de su detención. Había escrito disculpas a las familias de las víctimas, salvándose entregarlas después de que se hubiera ido.
—Por favor, apúrese, señor, —le rogó al guardia entrado en años. 2 Elektrokardiogramm
3 Intravenosa
4 Protector de labios
En ese momento, un zumbido de murmullos estalló en la habitación de al lado. Los testigos detrás de la ventana de vidrios polarizados no sabían qué pensar de su comportamiento, no sabían cómo tratar a un asesino tan inusual.
Ella era joven, no habían presentado ninguna apelación a su sentencia, y en todos los reportes nunca había mostrado un comportamiento violento en aumento.
Había tenido roces con la ley. Algunos menores —ser descubierta en el estacionamiento con algún muchacho—. Algunos no tan pequeños—cacería furtiva en tierras estatales, negarse a testificar en contra de los miembros de su familia o a cooperar con la aplicación de la ley.
Pero jamás hubo una gota de sangre humana derramada por su mano hasta el asesinato múltiple. Saroya había estado más ocupada de lo que Ellie había soñado jamás.
—Estoy lista.
El director frunció el ceño, y los dos guardias que le flanquean se movieron incómodos. Contra todo
lo posible —y Saroya—Ellie había terminado por gustarles, admirando su firme determinación por educarse, por obtener un título, aunque ella no tenía ningún futuro.
Ellie siempre había sido sensata para las personas, y habían terminado por gustarle los tres a su espalda. —Gracias por todo.
—Entonces que Dios esté contigo, Ellie Peirce. —El director se volvió hacia la sala de control adyacente. Cuando los guardias lo siguieron, uno breve extendió su mano enguantada a su hombro. El otro le dio una rápida inclinación de cabeza, pero sabía que estaban afectados por su muerte.
La puerta se cerró detrás de ellos, un último clic ensordecedor. Estoy sola ahora. Miro detrás de ellos, comprendiendo que nadie saldría de esta habitación con vida.
Sola. Tan asustada.
No quería, tenía que morir...
Se miró los brazos, atados a los soportes acolchados. Sus muñecas tenían cinta adhesiva, sus palmas hacia arriba. Las dos líneas IV eran de doce pies de largo, corriendo desde el interior de sus brazos a un par de escotillas en la pared detrás de ella, continuando en la sala de control.
Media hora antes, un doctor sin nombre, anónimo, había iniciado allí un goteo de suero salino. Al mediodía, añadiría un trío de productos químicos, y momentos después, la pesadilla terminaría para siempre.
Esto tiene que terminar. Casi ahí.
Es gracioso lo qué uno piensa al borde de la muerte. ¿Cuánta gente sabía —el minuto—cuando pasaría?
Dudaba que alguien alguna vez hubiera ido a su propia ejecución con un paso tan febril que todavía la estimulaba, con un objetivo y una voluntad de hierro inclinados en consecuencia a la misma. Lejos de silenciar su determinación, la cárcel sólo la había perfeccionado, fue como añadir capa tras capa de revestimientos para apuntalar la orilla de un tren de montaña.
Estoy a punto de ganar. De golpearla. Saroya sólo se había elevado dos veces en los últimos cinco años, en ambas ocasiones durante los primeros meses. Los apagones de Ellie habían dado lugar a la desfiguración permanente de dos de sus compañeras de celda.
Todo hecho con sus propias manos.
El demonio por mucho tiempo inactivo, ahora se agitaba. ¿Detectando su propio destino? Así es, vas a la baja, perra.
Sólo dos cosas podrían salvar su vida en este momento.
Una llamada inesperada del gobernador.
O el poderoso compañero de Saroya de ojos rojos.
No pasaba un día por el que Ellie no pensara en el demonio llamado Lothaire el Enemigo de lo
Antiguo. Ella había visto al hombre aparecer de la nada y luego desvanecerse, había visto balas fastidiarlo. Los miembros de su familia, el sheriff, y aquellos oficiales lo habían atestiguado con ella, no importo cuántas veces —hasta—finales—de la reelección del sheriff le dijo que no estuvo... .
Estiró la cabeza hacia atrás para mirar el reloj en la pared detrás de ella. Tres minutos para el mediodía.
Ciento ochenta segundos, para que la muerte se deslizara por los tubos.
Aunque impulsada Ellie no sin remordimientos. Lamentaba no poder utilizar su grado de psicología ganado con esfuerzo, tenía una carrera, trabó amistad con mujeres que no eran asesinas.
Lamentaba no tener una familia propia. Tal vez no debería haber sido tan cuidadosa para no terminar siendo una madre adolescente como su mamá y su abuela.
Infierno, tal vez Ellie debería haberse entregado a uno de esos muchachos impacientes con los que había ido al estacionamiento.
Probablemente debería haber sido menos rígida e inflexible en general.
Inflexible. Pero esa era la Peirce en ella, Ellie se saldría con la suya al final. Mejor háganse a un lado. Otra mirada al reloj. Dos minutos más hasta que—Las luces parpadearon, aumentando su ansiedad.
Otra subida de tensión, un momento después los testigos murmuraban nerviosos.
Con el tercer parpadeo, Ellie se congeló de miedo aún más cuando el EKG se volvió loco. ¡Nada
puede detener esto! Frecuencia cardiaca 150, 170, 190...
Oscuridad. El EKG se quedó en blanco con un último punto dentado.
Sin ventanas en el pabellón de la muerte. Oscuridad total. Los testigos golpeaban sobre la puerta,
pidiendo a gritos una evacuación.
—¿Qué está pasando? —Ellie gritó. Por alguna razón, ningún generador encendido, ninguna luz de reserva emitía un resplandor.
Acostada en la oscuridad, atada a una camilla.
A lo lejos, un grito resonó.
A punto de hiperventilar, se retorció en su contra las correas, maldiciendo sus cadenas. —¿Qué está
pasando ahí fuera?
Un grito de agonía sonó, pero se negó a que el pensamiento saliera a la superficie. Un aplauso
discordante de armas de fuego alimento sus temores. Un hombre gritó: —¡No puedo verlo! ¿A dónde diablos se fue? —entonces vino un grito escalofriante. Otro hombre rogó: —¡Por favor! ¡Nooo!
Oh, Dios, tengo una fami... —a continuación sonidos de gorgoteos.
La comprensión se apodero de ella.
Él había venido. Lothaire el Enemigo de lo Antiguo había vuelto por ella. Tal como lo había prometido...

LothaireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora