La profecía del elegido

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Tokio

Salgo al jardín a fumar un poco de opio para relajarme, lo necesito después de soportar por tanto rato a todas esas mujeres estiradas de la sociedad de Tokio y sus estúpidas charlas de cómo la juventud no respeta la cultura y las tradiciones. Azael volvió algo más amargado de lo que acostumbra ser de su viaje a Paris. Creí que tal vez encontraría alguna hermosa parisina con la cual desquitar la abstinencia que lo está matando, pero al parecer no fue así.

Miro al cielo que luce una bella luna nueva, oscura como las profundidades del abismo más alejado del inframundo y es como estar en casa. Estoy hastiado de este cuerpo y de sus necesidades fisiológicas, no soporto oír a Samael y Lilith copular día y noche, sus gemidos se han vuelto una tortura para mis oídos, y luego está ella, Serenity. Si no fuera porque sé quien soy diría que no distingo entre el amor y el odio.

Sus constantes rechazos lastiman mi ego y me golpean más de lo que estoy dispuesto a admitir. Yo, el gran Semyazza, líder de las legiones de Lucifer, rechazado y humillado por una criatura tan insignificante. Podría tener a la mujer que quisiera, podría hacer gemir de placer absoluto a la mujer que yo desee con tan sólo darle una mirada, miles de mujeres se han desvestido ante mi rogando, implorando sentirme mover dentro de ellas, pero ella no.

No sé qué sucede conmigo cuando la tengo cerca. Yo debería odiarla, debería temerla, debería rechazar la idea de tocarla sabiendo que ha sido la culpable de la muerte de cientos de mis hermanos. Debería sentir repulsión con el simple hecho de mirar esos ojos que representan todo lo bueno, todo lo puro, todo lo grande del amor de Dios no sólo para la humanidad sino para sus ángeles caídos, más no puedo. La miro, observo cada uno de sus movimientos y entre más me rechaza más se me clava dentro de mi putrefacto ser y me pregunto si así ha de sentirse la redención.

Por eso quiero matarla de una vez por todas, para evitar sentir esto que siento, porque para mí ya no hay vuelta atrás, para mí el cielo ya no es mi hogar y para estar con ella debo cambiarme de bando.

¿Pero qué rayos estoy diciendo? ¿En verdad considero la opción de retornar pidiendo de rodillas piedad sólo porque me he enamorado de una mujer? Me he enamorado de una mujer… ¿cómo puede ser? Se supone que sólo puedo sentir odio, codicia, lujuria, avaricia pero no amor, nunca amor. Por qué es que Serenity ha logrado traspasar la coraza que hay en mí si ni siquiera se digna en mirarme.

Volteo a mirar dentro del salón y la veo atravesando cada rincón, atendiendo como se debe a los invitados. No repara en mirar a nadie, es como si no estuviera allí, como si su mente saliera de su cuerpo y vagara libre en cualquier parte. Su mirada azul se posa sobre una antigua estatua que pertenecía al viejo Blackmoon y se acerca a tocarla. Se maravilla con la belleza de esta y sus ojos adquieren ese brillo que no tienen cuando me ve pero que noté aquel día cuando miraba al hombre que casi fue atropellado por el carruaje. Me hierve la sangre con tan sólo recordarlo.

-¿Qué haces aquí tan solitario?

Me sobresalto ante la voz que interrumpe mis pensamientos.

-Rubeus, no te oí llegar.

-Me di cuenta. ¿No deberías estar adentro con tu prometida?-su tono es burlista y eso hace que me moleste aún más.

-Eso no te incumbe, más bien dime ¿qué buscas?

-Sólo vine a avisarte que tu adorable y deliciosa futura suegra te busca.

-Tal parece que Ikuko te tiene fascinado, ¿por qué no usas tus encantos para atraerla? Ahora que seremos familia tendrás mucha oportunidad.

-Lo he pensado seriamente pero no quiero apresurarme, ella será un platillo que degustaré muy lentamente.

-Por cierto Rubeus, hace días quería preguntarte algo con respecto a tú ya sabes quién.

Luz de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora