Capítulo I

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Mirar tras la ventana de mi habitación siempre ha sido de las cosas que más amo en el mundo. En especial cuando lo que hay del otro lado son puros árboles y flores.
Con el sol, cada espacio verde es más brillante y cada pétalo irradia más vida. Pero cuando llueve es mucho mejor, todo se ve tan cálido y auténtico. Podría pasar horas sólo observando cómo todo se vuelve agua; es como si todo lo malo se diera un baño y volviera a renacer. Una nueva oportunidad, y sin razón me dan ganas de ser feliz.

Hoy no.

Hoy será la última vez que puedo hacer esto. Sarah consiguió un nuevo departamento para dos en la ciudad; ella y yo iremos a vivir ahí.
Hemos perdido todo; la casa, el coche, el dinero en las cuentas bancarias. Cuestiones irrelevantes en realidad.

Pero también perdí algo que si necesitaba, más bien, a alguien.

Perdí a mamá y ni si quiera he podido derramar una lágrima por ella. No soy una enferma. El dolor está, claro que está, pero es tan grande que desordenó todo dentro de mí y no sé dónde puso las lágrimas, la impotencia o la depresión. Lo único que hago es estar aquí parada, viendo el exterior a través de un cristal pero sin observar nada, tampoco puedo pensar en nada.

Preferiría infinitamente llorar, patalear y gritar que vuelva mi mamá. Todo sería mejor que perderse en silencio como lo estoy haciendo; esto es patético.

- Lea todo está listo abajo, necesito tus maletas -  Sarah entra interrumpiendo mi inexistencia. La escuché, pero ni siquiera me molesto en voltear a verla. – ¿Lea me escuchaste?- repite, cree que estoy divagando y me desespero porque no puedo hacer eso tampoco.

-Si Sarah, un momento- volteo para verla- ¿podrías darme solo un momento más por favor? Dile al panzón que aguarde un rato más en el camión. – contesto refiriéndome al hombre de la mudanza que está parado abajo impaciente. No tengo ánimos de parecer amable con nadie.

Lamento que Sarah tenga que llevarse la peor parte de mí ahora, ella y mamá son las mujeres de mi vida; han moldeado todo lo que soy, aunque bueno, no soy tanto.

Precisamente mi madre no era lesbiana, y precisamente, Sarah no era su pareja. Esta última ha sido algo así como mi nana, ha vivido con nosotras desde que papá se fue sin antes empujar a mamá en una realmente crónica depresión. Sarah estuvo ahí, ella lo vivió todo, y aunque su vida tampoco ha sido maravillosa, quiso quedarse porque está loca, siempre lo ha estado. Abandonó su vida por una niña incomprensible y por una mujer al borde de un abismo. Oportunamente loca gracias al cielo.

Me mira con nostalgia.

-Mi niña…- solo eso se limita a decirme con un caótico suspiro, y cierra la puerta.

Muerdo mi labio inferior y logro entender que ya es hora luego de 3 o 4 minutos luego de que Sarah se fue.
Tomo mis escazas pertenencias y salgo de mi cuarto casi corriendo, no quiero darle la oportunidad a mis ojos de capturar una imagen más de lo que voy dejando atrás. Odio los cambios, pero detesto, en realidad detesto mirar hacia atrás, me da náuseas el pasado.

La casa fue embargada. Si hay algo de lo que definitivamente no carezco ahora, son deudas. Un montón de deudas que dejó una madre alcohólica enraizadas en mí tras su muerte.

-¿Esto es lo último linda? – pregunta Sarah abriendo la puerta del coche y dejándome entrar.

Suspiro, -sí, es lo último y lo único que queda de mí ahora, Sarah, ya vámonos por favor.-

Mi cara no podría estar más inexpresiva en el transcurso de llegar a una nueva casa. Trato de normalizar el ambiente que he instalado entre ella y yo. Después de todo, está tratando de que nuestra vida no apeste tanto como lo hace. Consiguió el apartamento y me consiguió un empleo del cual no tengo idea pero sé que estará bien, siempre me acostumbro a ellos; he llegado ser mesera, recepcionista de un motel de mala muerte, empleada de una pastelería, de una gasolinera, de un súper mercado, de un bar, y definitivamente el que más me ha gustado en verdad fue ser encargada de un sex shop. La cumbre de mi vida laboral.

Desde que Brad, mi progenitor, se marchó con su desatinada amante, Tami, mamá solo se encargaba de beber su peso en alcohol cada que se le presentaba la oportunidad, y cuando no, pues también lo hacía, su hígado era de hierro, supongo.
Llegaba a casa con la mirada perdida, su cabello rubio agarrado en una cola de caballo mal hecha, y un par de lágrimas secas que por mucho tiempo eran parte de su maquillaje. El dinero que llegaba a casa era poco y debido a las claras circunstancias mi obligación era comenzar a aportar si deseaba para las tres una vida mínimamente decente, así que empecé a trabajar desde que fui una puberta, prácticamente.

He ido de trabajo en trabajo, enfrentándome a situaciones que no solo me han hecho más fuerte, sino que me han hecho la clase de persona que no se preocupa por mantener algo o a alguien en su vida; eso es lo último que me importaría.

La novelesca huida de papá con esa mujerzuela me dejó una gran enseñanza: ‘la gente tarde o temprano siempre termina marchándose, como si se esforzara por borrar con ácido nítrico su historia contigo’. Y yo quiero ahorrarme eso. Nadie se va a quedar ‘para siempre’, así que Disney, puedes joderte ahora. 

***

-Bien, desempaca tus cosas y ven a cenar. Mañana organizamos todo ¿ok? – Sarah se ve muy entusiasta con todo esto de la mudanza y la nueva vida decadente. Coloca la última caja encima de otras dos y se dirige a la minúscula cocina que tiene un ‘adorable’ tapiz de flores y muchos colores.

-Sarah, lo que menos me apetece hacer ahora, es comer ¿sabes? De verdad, solo quiero aterrizar en mi cama y dormir como si no existiese un mañana. – refuto con voz cansada y arrastrando mi mochila por un pasillo. - Hazme un favor y despiértame cuando sea la hora de ir a trabajar Sarah preciosa-

Llego a lo que parece ser mi habitación y lo único que realmente me deleita, es que la estancia se alegra con una impecable ventana que da hacia a la calle. Suelto mi mochila y me apresuro hacia ella para ver qué hay detrás.

No lo hubiera hecho sabiendo lo que había.

Un montón de carros y autobuses que intercambian un cultural diálogo que nada entre insultos. Un clásico de la vida citadina, que hace temblar teatralmente mi ojo derecho.

Levanto la mirada, y encuentro lo que buscaba. Una luna enorme brilla y la luz blanca es preciosa. No soy amante de todas esas vetustas poesías dedicadas al cielo y su dichosa belleza; pero este cielo, este cielo realmente era algo especial.

Muerte al RosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora