Capítulo X

8 1 0
                                    

- Iré a la tienda Sarah, vuelvo en 10 minutos.- necesito cigarrillos. No he podido inhalar ni un mínimo gramo de nicotina en 4 días y eso no es bueno para mí.

- ¿otra vez cigarrillos? – pregunta Sarah desde la cocina.

- Claro que no bebé, te quiero, adiós – salgo del apartamento y trato de calentar mis manos con mi aliento. El frío que ha hecho últimamente me parece absurdo: 7º a las diez de la noche, 20º a las tres de la mañana, 6º ahora.

Al ir bajando por las gradas del edificio, (no suelo ser mirona) puedo ver a un tipo que está cerrando con llave uno de los apartamentos. Nos observamos por unos cuantos segundos y yo seguí mi camino.

Por lo que pude escuchar, él venía atrás de mí. Aceleré un poco el paso, no tenía miedo del tipo, yo quería fumar y ya.

Pido un cigarro al encargado, pero al momento en el que intento sacar las monedas de mi bolsillo para pagarlo, observo de nuevo al mismo sujeto parado junto a mí; recorro mi vista desde su rostro hasta sus manos y puedo ver que carga dos cervezas, y no son cualquiera, son Corona.

No quisiera tener que prestarle tanta importancia a su presencia, si no fuera por el hecho de que el tipo está envuelto por un aura profundamente extraña e intrigante. Su forma de vestir refleja su poco interés por los prejuicios y su mirada va más allá de lo penetrante e intimidante.

En resumen, y aunque suene extraño, su muy cercana presencia me estresa de una forma un tanto cómoda, sí, dije cómoda.

Retiro toda esa enredadera de pensamientos que me formulé entorno a este extraño ser de desordenada cabellera y, pago enseguida para poder regresar a casa.

Mi adorado y desgastante cigarrillo aún no se ha consumido por completo, y sé que definitivamente Sarah me asesinaría repetidas veces si me ve fumando otra vez.

Dadas las circunstancias decido no dejar de subir las escaleras del edificio hasta llegar a la terraza. Las terrazas no tienen tan buena fama para mí.

Cuando iba a la universidad, la terraza de mi facultad se había convertido en una improvisada habitación de motel para las urgidas parejas que se ponían calientes luego de una larga clase de introducción al derecho. Así que el lugar no olía precisamente a sala de hospital.
Además de que las palomas cagan sin cesar ahí.

Para mi inestable suerte, el edificio a donde mi reina Sarah nos trajo a vivir tiene una azotea 8 sobre 10; no tan mala.

Camino y al llegar al pasamano, la ciudad entera se hace pequeñita a mis pies.

No es una ventana a través de la cual pueda ver lo triste y lo reconfortante del mundo, sino más bien es la cima desde donde puedo respirar una nueva realidad. Desde muy lejos claro, pero creo que así está bien para mí.

El cigarrillo va terminándose y esparciéndose por el viento. El frío ha entumecido mis dedos y creo que también mis pechos. Decido por marcharme, me dieron ganas de orinar. Pero justo antes de dar vuelta, él aparece.

- Vaya que es una mierda cuando alguien más descubre tu lugar secreto, ¿no?  -

El chico del cabello de ‘Eduardo manos de tijera’ asienta las dos cervezas que yo lo vi comprar, y apoya su cuerpo sobre sus codos en el pasamano de la azotea para mirarme.

- wow no sabía que eras el dueño de aquí - lo miro, no sé si molesta o confundida.

Él emite una suave risita.

- no lo soy, era un chiste. Cielos, moriría de hambre si me dedicara a contar chistes ¿eh? - él dice y vuelve a reír fijando su mirada en mí para ver si ahora si le tomo la gracia de su comentario carente de humor, pero no. 

Muerte al RosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora