Capítulo V

6 1 0
                                    

-Encontré el trabajo por Beth, ella me habló de esto y pues, ¿qué más podía hacer? no es como si la gente corriera hacia ti para ofrecerte buenos trabajos cuando sales a la calle Lea-

- La señora Hamilton siempre ha sido una entrometida, Sarah. Estoy segura de que primero hizo que le cuentes toda nuestra vida antes de ofrecerte el empleo ¿o me equivoco?-

Le pedí una explicación a Sarah del porqué de ese “extraordinario” trabajo que consiguió para nosotras. No es mi intención hacerla sentir mal aunque sea exactamente lo que estoy logrando.

Sarah masca un trozo de su brócoli y alza sus hombros en señal de “sí, eso es justamente lo que hice”

-¡Lo sabía maldición! – alzo la voz y golpeo la mesa con un puño.

-¡No maldigas en la casa Lea, maldición! – Sarah se cubre la boca luego de su confuso intento de orden, y las dos sonreímos.

Suspiro, - no quiero que pienses que odio el trabajo linda, solo creo que siempre podría haber algo un poco mejor para nosotras; después de todo, es Boston por el amor de Dios aquí hay mucha gente loca que necesita ayuda-

-Pues esa gente necesita nuestra ayuda, y nos pagarán muy bien por ello, así que no se diga más, mañana iremos y enseñarás esa hermosa sonrisa todo el día niñita –

Sarah se levanta, planta un beso en mi amplia frente y se dirige a su habitación, satisfecha por no haberme dejado protestar un poco más.

-¡Pareceré poseída si sonrío todo el día Sarah!- le grito desde el comedor, pero ella solo se ríe y se encierra en su habitación. 

***

El día ha ido de maravilla, si mis gustos irían de trabajar todo el día, conocer gente estúpida, perder el autobús, pisar caca de perro, la cual espero haya sido de perro porque de no ser así, eso definitivamente me garantizaría la lotería de un día estupendo. 

Lo único salvable de esto fue haberme topado otra vez con aquel chico.

Por lo general le gente nueva no suele alegrarme ni provocar algo en mí, siempre me he reusado a entablar lazos afectivos con alguien que sé que no se va a quedar en mi vida ni mínimamente una semana. Después de todo, siempre ha sido una conversación, unas cervezas, sexo, y un frió y efectivo adiós. Las personas no son tan valiosas para mí.
Claro, solo ciertas personas, porque yo en serio amo a Sarah, a mamá y un tanto a Jesse.

Jesse es algo así como una mejor amiga para mí. Hemos estado juntas desde la escuela cuando me invitó una hamburguesa de plastilina y ambas fuimos a parar a la enfermería. 

Ella está allá en Rinesville, el antiguo pueblo donde solía vivir yo.

Me contó que planea trabajar un poco en el negocio de su padre hasta tener el suficiente dinero para ir a la universidad. La verdad es que su vida, desde mi perspectiva, ha sido casi perfecta; padres juntos, tres hermanos mayores, relativa estabilidad económica, asiste a la iglesia los domingos y todas esas cosas que las personas como ella acostumbran introducir en sus vidas.

Dejarla, duele admitirlo pero, fue difícil. Y esta es una muestra de por qué no me agrada tanto la idea de construir lazos afectivos con la gente. Jesse fue la única buena amiga que una persona como yo, con un ascendente nivel de asociabilidad*, podría encontrar en mucho tiempo o quizás la única que podría encontrar.

Esa chica muchas veces trató de imponer altas expectativas en mi vida, expectativas que a mí ni siquiera se me habría ocurrido pensar en planearlas. Todas las tardes de los sábados en los que yo no trabajaba, llegaba a casa con un tarro de helado y una brillante y esperanzadora sonrisa. Ella conocía mi desordenada historia de principio a fin, pero nunca sintió lástima por mí, sabía lo mucho que aborrecía yo a la gente lastimera; Jesse se limitaba a hablarme de lo bien que la pasaba yendo a visitar a su abuela en Cansas, lo interesante que estuvo el episodio de The Walking Dead, o qué es lo que hará cuando entre a la escuela de Medicina en Yale. Yo la escuchaba atenta mientras comíamos helado. Ella tiene una rara forma de narrar sus historias, con una obra teatral incluida.

De todas formas, no todas las personas te hablan de lo grandiosa que puede llegar a ser tu vida si te fijas algún tipo de meta. Jesse lo hacía. Me animaba a inscribirme en la escuela de Derecho, y me repetía una y otra vez que lograría ser una gran abogada, y que necesitaría mis servicios cuando alguien la demande por mala práctica médica. Yo insistía en que no puedo darme el lujo de estudiar si quería traer comida a casa. Ella nunca desistió, lo cual era irritante y gratificante.

Expuse otro pedazo de mi vida, y aunque no sea de mi total agrado hacerlo, es bueno recordar y revivir lo que realmente vale la pena; es como un remedio para algún mal que todavía no sé.

***

Luego de la pequeña y dictatorial charla con Sarah sobre “las mil y un formas de adaptarte a tu horrible empleo”, siento la necesidad de ir por un cigarrillo. No conozco nada de este barrio pero de seguro hay gente que fuma, y si hay gente que fuma de seguro debe haber una tienda que venda cigarros, y si hay tiendas que expendan cigarros, de seguro debe haber una por aquí cerca, tiene que haber.

Camino por la calle con las manos en los bolsillos de mi chaqueta, buscando la tienda que no ha aparecido en 23 minutos ya.

Cuando estoy a punto de doblar la esquina, sucede algo que normalmente se describiría como “asombroso e inesperado”, pero no, yo vivía en el campo así que esto era realmente común, excepto por algo que si resultó inusual para mis ojos.
Cuando levanté la mirada al cielo, había una especie de estrella fugaz, pero esta tenía algo en particular. Las estrellas fugaces por lo general no suelen ser de colores. Esta era rosa, un color atroz para una estrella.

Mi tembloroso y paniqueado ojo derecho hizo su trabajo, y miro a mi alrededor solo para notar que soy la única que vio ese extraño fenómeno, o lo que haya sido.

Pasan cosas raras en estas ciudades. 
Casi cuando estoy a punto de darme por vencida, lo encuentro, un pequeño supermercado clama a mí justo en la calle del frente a donde estoy parada ya sin ánimos de caminar, hace demasiado frio y estoy a punto de orinarme encima.

Cruzo la calle literalmente trotando y con mis dientes chocando entre ellos. Ingreso al lugar, ansiosa de ingerir la apacible nicotina. Camino por los pasillos buscando también algo para comer.

Vaya que he entrado a supermercados, pero éste definitivamente se lleva el premio al más espeluznante.

Las luces led que alumbran el lugar titilan y parece que van a estallar en cualquier momento, todo se ve demasiado viejo y juro por Dios que hay una mancha de sangre en la baldosa. De pronto, cuando desvío la mirada de aquello que para mí es una prueba irrefutable de que allí asesinaron a alguien, puedo divisar a un tipo aterrador que lleva puesto un delantal y está trapeando el piso.
Lo observo, él me observa.

Su cara se asemeja al tipo de las pesadillas… ¡Freddy Krueger! ¡Es igualito a Freddy Krueger!
Estoy a punto de darme vuelta y avanzar corriendo histérica hasta la salida (sin cigarros ni qué mierdas), pero adivinen qué, algo muchísimo peor o aterrador que Freddy Krueger, Jeepers Creepers o Donald Trump apareció y estorbó mi escape.

El tipo de los pantalones ajustados y afeminados,

¡GENIAL!

Muerte al RosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora