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No tengo sentidos ni razón.
No busco esperanza.◇◆◇
En esa misma tarde, Frio se enfundaba en un fino y desilachado suéter gris. Debajo de la prenda no llevaba nada más que su propia piel, la cual necesitaba más que ése nimio abrigo para reconfortar su falta de calor.
A pesar de que fuera de todas las paredes de su cuarto hacía un calor, a Frío poco le importó, él ni siquiera lo había notado.
Caminó descalzo sobre el piso de su cuarto y buscó sus zapatillas, que se asemejaban al color de sus ojos color azul noche. Mientras apartaba cajas y zapatos viejos encontró una pulsera que le sonaba de algo —más bien alguien—, y casi sin darle importancia la apartó lejos de su tobillo derecho. Usaba pantalones largos y oscuros, pero a pesar de aquéllo el lugar en el que la pulsera alguna vez había sobresalido por sus colores, seguía marcada en una pálida porción de su piel.
Se acomodó los anteojos, salió de su casa como un carcelero sale de la cárcel, y se dirigió hacia ninguna parte.
Notaba el sol sobre su cabeza pero casi ni le hacia caso. Caminaba con pasos lentos y pesados, chocando sus zapatillas contra el piso de cemento. Su andar era el de alguien desinteresado; él no tenía ganas de nada.
La energía le fallaba y su único deseo era acabarla, para dejar de sufrir el acelerado paso del tiempo. Quería dormir, descanzar de la vida, pero tampoco quería dejar de vivirla. Quería una pausa. Vivía entre tormentas y sólo quería quedarse quieto y vivir sin más.
Quería algo imposible.
Pero sabía bien que si se quedaba en su casa suspendido entre los remolinos del vacío, no ganaría nada. Así no viviría y no encontraría la pausa. No encontraría su oportunidad.
Sin darse cuenta tropezó con una piedra y la cual pateo, apartandola de su vista. Pero ésta rebotó en una puerta y volvió a chocar contra su pierna.
Fastidiado se volvió hacia la puerta de madera que, de pronto, llamó su atención. La ventana en la misma y los dos amplios ventanales le mostraron el interior del lugar —desértico—. No vio a nadie, y se preguntó porqué. Eran las tres menos cinco de la tarde y las personas llenaban las calles con su presencia. Las vacaciones habían llegado el primero de diciembre y justo en ése día—13 de diciembre—los adolecentes inundaban las plazas y los locales que cruzaban sus vidas, carentes de solidez.
Se fijó en los detalles, y encontró la razón del vacío que existía en aquél lugar. Estaba justo sobre la puerta de madera, sobre su cabeza.
"Con amor y alegria: Leticia" decía el cartel color mate decorado con letras finas, mientras señalaba una taza con rosas y flores celestes que se encontraban al costado de la misma. Era una especie de café. Un café en una tarde de verano. Y aunque él no sentía el calor, sabía que ése día nadie querría entrar a un local en donde sólo se encontraban humeantes tazas llenas de líquido caliente con sabor a deshidratación. Sí, hacia calor—más de 32°C—, pero aunque nadie había entrado al local..., éste seguía abierto.
Frío miró hacia ambos lados y se dijo que no tenía nada que perder. Entrar ahí no le iba afectar en lo absoluto y sólo lo haría por simple curiosidad. No iba a quedarse por mucho tiempo, cinco minutos y después reanudaria su caminata—sin sentido—.
Posó su mano sobre el picaporte y le dio un leve empujón antes de escuchar el sonido de los cascabeles que sonaron sobre su cabeza.
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Tazas de té en verano
Short StoryAunque la vida parezca dura, aunque las ilusiones sean sólo sueños sin futuro y los días se hayan convertido en simples y cortos minutos...