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Lo intenté; construí.
Lo dejé; me rompí.

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Corazón roto no tenía ganas de llorar. No quería sentir lástima y tampoco quería alargar el sufrimiento que se mantenía preso en su interior. No quería dejarlo ir.

Camino distante sobre caminos desconocidos. Quería perderse entre el mar de personas que no vivían su pesar, sólo vivían su normalidad. Deseaba que el sol que se encontraba en el cielo fuera tapado por nubes negras llenas de lluvia y tormenta. Quería caos para no sentirse tan contrastada en el mundo.

Era aquella mancha gris que caminaba sobre trazos llenos de color. Una obra necesita de colores como el mío, pensó sin pena, todos merecen ser felices y sé que sin tristeza no hay felicidad.

Encontró una plaza y tomó asiento en la única zona en donde los adolecentes no se habian reunido—como abejas en busca de miel—y se fijó en el reloj que llevaba en la muñeca izquierda. Las tres en punto y ella seguía sin asimilarlo por completo.

Así que, ¿así se siente, eh? Que te desvaloricen con la mirada, que te ignoren sin más. Que después de meses y meses, donde las promesas de un futuro mejor se mezclaban con besos con sabor a verdad. Pero ella no conocía lo que era la verdad y resultó que aquéllo sólo habían sido verdades a medias. Le había dado el famoso futuro, pero no le dio la eternidad.

Corazón roto sabía bien que el primer amor era inestable, ambiguo. Pero también sabía de la existencia de aquéllos primeros amores que prevalecian hasta el final de sus días. Su parte ingenua se había esparcido por toda su visión del futuro y aquella minúscula porción de esperanza que permanecía en su cerebro se había multiplicado por dos..., y ahora, después de seis meses, se había extinguido.

Cuando su—aparente—"otra mitad" le confesó todo lo que él verdaderamente pensaba de ella, corazón roto nació como una forma etérea y con sentido. No quería volver a ser la de antes, sólo quería..., quería descubrir lo que quería.

Su verdadero yo.

A las tres con dos minutos, Corazón roto se encaminó a un lugar cercano al—aparente—café en donde el chico insensible se había propuesto a entrar hace no más de siete minutos.

Frío seguía ahí.

Tazas de té en veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora