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Se mantenía solitario.
Quería encontrar sus porqué.

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Frío se había equivocado.

Cuando entró al local, las campanas que se encontraban pegadas sobre la esquina de la puerta, habían delatado su curiosidad. Luego se quedó observando con indiscutible odio y fijeza aquélla decoración que sólo había hecho que su plan de querer entrar por un segundo sin ser notado, se fuera al traste.

Pero igualmente, y si se lo pensaba mejor, él iba a ser naturalmente notado por quién quiera que estuviera atendiendo el local. Y puesto que no había nadie, él sería el punto blanco en la cartulina negra.

Se adentró con algo de extrañeza e indecisión, todo por el sonido de los cascabeles. A pesar de que él ignoraba cualquier indicio de importancia en su persona, no toleraba la atención del mundo. Le irritaban los segundos que las personas gastaban en observarlo. Porque, ¿para qué lo iban a hacer? Está bien que sea para no tropezarce en su camino, pero todo cambiaba cuando el interés inundaba sus ojos. Frío sólo quería escapar.

Pero ésta vez se ahorró el sentimiento; nadie lo miró con fijeza.

Notó casi de inmediato la presencia que se encontraba detras de la mesa principal. Una mujer de espaldas, de pelo blanco y ropas llenas de simpleza, se encontraba limpiando parcimoniosamente los estantes de la pared. Tazas llenas de flores se mezclaban con vasos y minúsculas tazas de porcelana. En la pared del fondo sólo habían tazas, tazas de todos los tipos. Frío sólo se había percatado de las flores, pero también habían con letras y palabras. Significados, colores mezclados, medias lunas, sonrisas torcidas y estrellas llenas de brillo.

Debajo de la mesa existía un mostrador de cristal en donde se revelaban distintos postres; todos dulces. Las mesas y las sillas eran de madera, los manteles bordados con tallos sólo cubrían el centro de las mismas y las canastas desvordaban flores y hojas de colores.

—Buenas tardes, Joven.

La voz suave de la mujer asustó a Frío e hizo que además casi saltase en su lugar. Él se centró nuevamente y la encontró mirándolo con una expresión neutra e impersonal en su cara de rasgos blandos. Frío no respondió.

— ¿Desea algo?

Él, está vez, respondió vacilante.

—Eh, yo sólo quería... —cayó la última palabra.

Aunque sabía que en una primera instancia las razones que lo habían traído fueron unas simples ganas de saciar su curiosidad, comprendió que ésa no había sido la verdad. Se había mentido a sí mismo. Por ende, no sabía qué responderle a la mujer y tampoco sabía porqué aquello le importaba tanto.

—Acérquese —lo animó, esta vez con una sonrisa.

Frío, sin dejar de estar confundido, se acercó con lentitud. La mujer se habia dado vuelta y ahora estaba buscando algo que él desconocia. Estaba muy extrañado por la buena actitud de la persona que lideraba un local vacío. Si yo fuera ésta mujer, pensó con algo de sarcasmo, viviría amargado.

Cuando posó sus manos sobre la mesa principal de madera, la mujer se dio vuelta. Llevaba una sonrisa y una tetera de porcelana en la mano. Él se alarmó.

—No quiero café —dijo mientras negaba con la cabeza.

La mujer dejó la tetera sobre una servilleta de color azul y buscó una taza en el montón. Eligió una de color azul oscuro, difuminado con blanco, y la colocó frente a él.

—Acá no tenemos café —respondió con sencillez y dejó la taza sobre un platito de porcelana.

—Y entonces —soltó sin pensar—, ¿qué tiene?

Ella agarró el mango de la tetera y prosiguió a servir un líquido claro sobre la taza. Estaba concentrada y lo hacía todo con movimientos gráciles e inigualables. Parecía arte. Un arte bastante extraño que seguía-inexplicablemente-confundiendolo.

—Té, tenemos tazas de té para quién las necesite -dijo y dejó la tetera sobre la servilleta y le acercó la taza mientras sonreía con comprensión—. No importa que tengas miedo, las cosas pasan por algo y vos tenés el poder de hacer que la razón de tus porqué se hagan a tu favor.

A pesar de las extrañas palabras de la mujer, lo único que salió de su boca fue:

—No tengo para pagar.

Ella negó con la cabeza.

—La primera taza es gratis.

Y los cascabeles volvieron a sonar.

Tazas de té en veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora