VIII. Rayo de Esperanza

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El vampiro rubio había estado esperando ese día con mucha emoción, después de todo sería la primera vez en varios meses que pudiese reunirse con su amigo Otabek. Cada vez que quería ir a verlo, Yakov se antojaba de darle montañas y montañas de trabajo inútil, lo que lo obligaba a cancelar sus planes con el azabache. Esa era la verdadera razón por la que su humor iba de mal en peor, no soportaba un momento más bajo el jugo de aquellos ancianos. ¿Por qué debía él cargar con la responsabilidad de los nobles? No había ninguna razón. Simplemente por eso había tomado una decisión: abandonaría la corona que se le había dado desde su nacimiento.

Estaba harto de ser controlado, manejado a la voluntad de aquellos antiguos ancestros. Quería vivir libre, salir a pasear noche tras noche sin preocuparse de la hora para regresar. Iba a vivir la vida como se le diera la gana, ya no le importaba si era un vampiro, un humano, un hombre lobo... Todo lo que podía pensar era como se lo había dicho Yuuri hacía un par de siglos atrás: "El simple hecho de ser un ser vivo, ya te permite ser feliz". Eso era todo lo que necesitaba para impulsar su deseo en esos momentos.

De nada valía quedarse en un mismo sitio con miedo a avanzar hacia la luz del sol, incluso si se quemaba, quería ver qué había en el mundo durante el día. Esa era la sensación que había nacido en su corazón. Por un momento sonrió de forma ladina, era verdaderamente ridículo que hubiese aprendido de la vida gracias a ese cerdo... Sin embargo, no había podido tener un mejor maestro.

Cerró sus orbes, esperando la llegada de Beka, y sin quererlo, un recuerdo del pasado volvió a su memoria. Era un recuerdo que pensó había perdido con el pasar de los años... no obstante, allí estaba.


—Rusia es demasiado frío... ¿Cuánto más vamos a tener que caminar, Yurio? —el azabache estaba tiritando de frío mientras caminaba por entre los árboles de un bosque cubierto de nieve. Se supone que estaban yendo hacia un lugar seguro, pero sabía que no era así. Porque la mirada en el rostro del rubio le decía muy claramente que estaba sufriendo al llevarlo consigo. No importaba, no le guardaría rencor... Es más, incluso había aceptado ir con él a pesar de las advertencias de Viktor.

—Ya falta poco, así que guarda silencio, cerdo. Tú voz me molesta —respondió el de orbes claros sin ni siquiera voltear a mirarlo. Era verdad que no le agradaba ese humano, pero de allí a estarlo llevando directamente a su muerte... Seguramente Viktor iba a odiarlo—. ¿Por qué volviste con Viktor? ¿No hubiese sido mejor estar con otro humano?

Una risa incómoda abandonó sus labios, antes de bajar la mirada hacia la blanca nieve. Verla le recordaba que le había prometido a Makkachin y a Viktor que irían a hacer un muñeco de nieve más tarde ese día. Sin embargo, parecía que una vez más no podría cumplir con la promesa que le había hecho—. ¿Ah? —la pregunta del contrario lo había sorprendido. En ese momento recordó algo que casi había olvidado, incluso para los vampiros, Yurio era un niño—. Porque es la única persona que puedo amar, mi corazón no podría soportar que no vuelva a su lado cada vez que renazco... ¿Crees que está mal que ame de esta manera a Viktor?

— ¿El amor te hace así de estúpido? —frunció el ceño ante la risa extraña que soltó aquel humano y gruñó. Sin embargo, en su mente le estaba dando vueltas a aquella extraña pregunta—. Se supone que como vampiro diga que es antinatural, una aberración. Pero me da igual. Ambos son igual de estúpidos y descerebrados, no tienen remedio

—Está bien que pienses de esa manera, Yurio, por ahora. Sé que con el tiempo entenderás que el simple hecho de estar vivo te da el derecho a ser feliz. Suena como una hermosa ilusión en estos momentos, pero algún día el mundo aceptara el amor. Entenderán que incluso entre especies pueden amarse y ser felices. Porque el amor nunca será algo malo —aseguró el azabache, sin bajar el ritmo de sus pasos.

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