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Tres lentos días habían pasado desde que cierto azabache había observado durante un sueño la realidad tras su actual existencia. ¿Quién iba  a decir que toda su vida no había iniciado hacía 17 años? Nadie, pero ahora él lo sabía. Sabía sobre los sentimientos de Viktor, y sobre los suyos propios.

Después de haber analizado su situación durante tantos días, era capaz de comprender que soñaba con ese albino porque era el amor de su vida… De esa y de todas las que había perdido en el pasado.

Primero su fortaleza mágica lo había llevado a la horca y a la hoguera, también había  probado la guillotina, según las visiones del pasado que había estado recibiendo en los últimos días; Llegaban sin aviso y con un mareo que lo hacía tambalearse contra las paredes. Si tenía suerte lograba sujetarse, y, en caso contrario, simplemente terminaba golpeando su cabeza contra el piso. Era doloroso, y sin embargo, nada dolía más que aquellos recuerdos de una vida junto a Viktor. Esa vida a la que él no estaba destinado.

En segunda instancia, su baja autoestima se había convertido en una enorme depresión, y cuando no… La ansiedad terminaba por matarlo. Su muerte llegaba tarde o temprano, fuese por la razón que fuese.

Ahora entendía el rostro solitario que el vampiro le había mostrado en un par de ocasiones. De igual manera entendía la razón por la que Yurio estaba molesto con él, y le resaltaba lo estúpido que era… Pero, incluso así, quería tener la oportunidad nuevamente de ver a Viktor a su lado, con esa hermosa sonrisa que le robaba el aliento a él y al mundo entero cada vez que salía. Aun cuando no lo merecía…

Deseaba ser egoísta y monopolizar a ese poderoso hombre, pero le era imposible, lo amaba tanto que la única manera en la que podía ser feliz era viéndolo libre. Haciendo de su vida lo que quisiera y encantando al mundo en el proceso. Por esa simple razón, por más que quisiera robar a Viktor del mundo, no lo hacía… Es más, era tanto su miedo de dañar a ese hombre del que se había enamorado que moría una y otra vez por él.

Incluso si de cada vida solamente podía pasar un corto periodo de tiempo con ese vampiro, él lo aprovechaba, era feliz, y por sobre todo, hacía feliz a Viktor. Sin embargo, su corazón parecía haberse endurecido en esa vida, porque se veía incapaz de hacer sufrir al albino una vez más. No quería morir, no quería abandonarlo de nuevo.

—Tengo que ir a hablar con él —murmuró, antes de verse en el espejo con una leve sonrisa. Un suéter azul rey cuello en V, unos pantalones negros y unos zapatos de igual color. Caminó hasta la entrada de su hogar, tomando una gabardina marrón de botones negros en el proceso. Al colocarla sobre su cuerpo, suspiró, estaba mentalizado en que debía ir. Las 4 rosas en un jarrón, le recordaban que había alguien esperando por él, sin importar si él lo había herido sin compasión cada vez que volvía.

Desde el día en que había tenido el sueño hasta el actual, había recibido una carta diaria junto a una rosa por cada día que pasaba. El albino ya no aparecía en sus sueños, por lo menos no el Viktor actual. Lo había visto despedirse de él con lágrimas en los ojos y una expresión que parecía no querer demostrar algún rastro de dolor. Lo había visto llorando sobre su tumba mientras su alma abandonaba el mundo terrenal. Ese vampiro le había pedido en cada ocasión que se quedara, que podrían hacer una vida juntos… Pero simplemente él… No podía aceptar tal cosa, no en ese entonces.

Por eso, decidido, abandonó el recinto seguro que representaba su hogar. Había tantas cosas que aclarar con el hombre de cabellos albinos, que no sabía por dónde iba a comenzar cuando lograra verlo. No sabía si su corazón derramaría lágrimas o serían únicamente sus ojos los que delataran el dolor de su alma. Porque saber cuánto había dañado a la persona que amaba, lo hacía terriblemente infeliz.

Espejo RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora