XI

91 16 25
                                    


El sepulcral silencio reinaba entre los pasillos y habitaciones de la mansión del conde Nikiforov. El poderoso vampiro no se encontraba en su recámara, ni en la sala... mucho menos en su estudio. El único ser viviente que parecía habitar esa fría mansión en esos momentos era Makkachin, el gran y cariñoso caniche que era tan querido por los dos residentes del lugar. Esa noche en especial, la mascota estaba actuando anormalmente ansiosa... gruñía a las sombras y daba vueltas en torno a las habitaciones como quien busca una aguja en un pajar.

Lo extraño de la situación es que nadie iba en su búsqueda, ni el albino que le había dado la vida eterna, ni el azabache que era amado por el primero. Sin embargo, eso no molestaba al canino, que seguía entrando y saliendo de habitación en habitación. Y es que su cerebro le decía que los encontrara, que algo malo ocurriría si no intervenía. La frustración era todo lo que podía experimentar en ese momento, ese gran y peludo animal que siempre cuidaba de su familia.

En lo más profundo de la estructura, cuya entrada era el muro detrás de la biblioteca. Desde allí, unas antiguas escaleras bajaban en forma de espiral hacia los calabozos. Los muros de aquel tétrico lugar recordaban a las catatumbas de parís, cubiertas por calaveras y huesos humanos; entre ellos, algunos con una dentadura vampírica... El techo de aquella amplia cárcel tenía forma curva, el pasillo se extendía hacia al frente como un túnel interminable, y a cada lado se lucía una fuerte puerta de metal, cubiertas de sangre seca sobre los rasguños.

Sin tener que decir nada, se podía oler la esencia a muerte entre esas paredes... y, si se prestaba atención, podías escuchar los gritos de desesperación de las almas que allí se habían quedado atrapadas... No obstante, en ese lugar no todo era muerte y desolación. Por lo menos, no desde el día anterior...

Al final de largo pasillo había un cuarto con una puerta de metal completamente puro, sin ningún rastro de óxido o marca de sangre, evidentemente ese cuarto era reciente. Y tras ella se encontraba la verdadera razón por la que el dueño de la mansión no se encontraba en otro lugar.

La habitación tras la puerta de metal estaba adornada por paredes de papel tapiz vinotinto con detalles de enredaderas en dorado. El suelo lucía una alfombra marrón oscuro y el techo se mantenía de madera clara. Justo en el centro del cuarto se alzaba una cama de madera de tres metros por tres metros y casi medio de altura, desde la base hecha con la más fina madera. Las sábanas que cubrían el lugar de reposo eran de terciopelo en tonos blancos y negros, con los mismos detalles dorados de las paredes.

Y entre esas hermosas sábanas, reposaba el cuerpo del azabache en posición fetal, estaba escasamente vestido con una camisa de botones manga larga blanca, que obviamente no le pertenecía. Las marcas de mordidas cubrían sus muslos, su cuello, no había centímetro de su piel visible que no estuviese adornada con un chupetón o las marcas de un par de colmillos.

Claro, y a su lado, observándolo atentamente se encontraba el culpable de todo aquello: Viktor Nikiforov se mantenía recargado en su costado, dirigiendo su mirada hacia los glúteos ajenos, en los que todavía podía divisar algunos rastros de su esencia. Había tomado al azabache en contra de su voluntad, se había vuelto el monstruo que contaban los mitos antiguos. Ese monstruo que robaba mujeres para hacerlas suyas y robarles el alma a través de un último gemido de placer... Sin embargo, él no quería mujeres, ni vírgenes, él solamente necesitaba el alma de la persona que estaba allí: cuyo tobillo estaba adornado por un grillete que unía una cadena a la base de la cama.

Aquel cuarto había sido construido bajo la total supervisión del albino, que en un momento de desesperación lo había mandado a construir... porque más de una vez se había dicho que la única solución para poder tener a Yuuri eternamente era atándolo a una cama dentro de su hogar, donde no pudiese escapar, y donde él pudiese protegerlo de todo y todos los que deseaban destruir su felicidad una vez más.

Espejo RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora