Lo que me habían pedido mis amigos había sido descabellado, ¿o no? Además tendría mi recompensa, esa que había buscado por mucho tiempo...pero, ¿podría realmente hacerlo? ¿Era yo el tipo de persona capaz de cambiar a un cerebrito en un tío bueno? ¿Sería capaz de enseñarle todo lo que sé de sexo? La respuesta era simple, clara y rotunda. Por supuesto.
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Me miré en el espejo antes de salir de mi cuarto. Me maquillé y me peiné mi melena marrón hasta la cintura en perfectas ondas. Mi falda negra muy por encima del muslo combinaba a la perfección con mi camiseta escotada morada. Para mi, para Katniss Everdeen, era un deber ir a la universidad perfectamente arreglada y maquillada.
¿Que si era popular? No en el sentido estricto de la palabra, aunque me conocían todos. Era envidiada por las chicas y perseguida y deseada por los chicos, simplemente. Era cierto que tenía reputación de calienta pollas, de guarrilla o de putón...¿y a mi qué? Sólo quería pasarmelo bien, y eso era lo que hacía. No me hacía falta ser amigas de esas huecas niñatas santurronas que me llamaban guarra por pegarme un par de revolcones por semana; como si ellas no hicieran lo mismo a escondidas.
Pero esa gente me daba igual. A mi, lo único que me hacía falta para estar cien por cien bien eran mis amigos de siempre. Ellos nunca me fallaban. Además eran mi único apoyo, ya que mis padres vivían entre viaje y viaje por sus negocios. Desde que cumplí los dieciseis, una buena edad para madurar según ellos, apenas los veía unas cuantas semanas al año. Y realmente aprendí a vivir sin ellos. Desde los 18 vivía en la gran casa familiar que teníamos en nueva york completamente sola. Bueno, no completamente.
Justo en frente de mi vivían los Odair. Los asquerosamente hermosos gemelos Odair, Finick y Glimer. Nos conocimos en la secundaria cuando me mudé de Florida a Nueva york por el trabajo de mis padres. Sus padres, al igual que los míos, vivían la mayor parte del año fuera del país. Aunque para ellos era diferente, ellos se tenían el uno al otro...yo en cambio estaba sola.
Glimmer era guapisima, una modelo jodidamente hermosa y con una mala leche directamente proporcional a su belleza. Era alta, rubia y con las curvas perfectas. Sus ojos verdes podían ser tan cálidos como amenazadores dependiendo del momento y la persona. Sin duda era la mejor amiga que había tenido jamás; ella sabía todos y cada uno de mis problemas...que habían sido unos cuantos.
Finick, por el contrario, era la calma en persona. Era igualmente hermoso, obviamente. Su cabello era color bronce, alto, ojos verdes y unos perfectos musculos distribuidos perfectamente por toda su anatomía. Él era el único que podía calmarme cuando estaba nerviosa y el único que podía darme ánimos cuando lo necesitaba. Básicamente, era uno de mis mayores apoyos.
Los tres éramos inseparables hasta que hace algo más de seis meses el grupo se agrandó. Nos encontrábamos a mitad de curso cuando llegaron a la universidad tres alumnos nuevos procedentes de Alaska. Eran hermanos y se mudaron también por motivos laborales de sus padres. El padre, el doctor Mellark, era un eminente cirujano al que se le quedó pequeño el hospital donde trabajaba.
En seguida conectamos con ellos, al menos con dos tercios del grupo. Annie fue la primera en hablar conmigo. Al principio se me hizo raro, ya que por lo general las chicas no quieren ser amigas mías, me repelen porque se creen que voy a intentar follarme a sus novios...en fin, no logran entender que, al menos, respeto a los chicos que están pillados. Sin duda Annie era diferente. Era una chica bastante más bajita que yo, alrededor del metro cincuenta...en vez de parecer una chica de diecinueve años parece una niña de doce. Su pelo es el caos con mayúsculas, es imposible de definir el estilo de su peinado...alocado, cada punta mirando para un lugar diferente. Sus ojos azules eran sinceros y su sonrisa grande y sin falsedad. Su hermano mayor, Marvel, la llama la enana compradora. Sí, quizás Annie era un poquito adicta a las compras.