Joder con las clases de Peeta. Dios santo, me había dejado tan caliente que apenas podía pensar coherentemente. Realmente se sentía muuuy bien las manos de Peeta sobre mi piel. Eran grandes pero a la vez delicadas, no como esas bastas caricias que por lo general recibía. Además, cuando cogió confianza eran firmes y de lo más placenteras...
Mmm, arggg...necesitaba hacer algo con el grado de mi excitación y lo necesitaba ya. Había llegado un punto en el que casi pierdo los papeles, cuando me quitó la camiseta y me acarició estuve a punto de empujarle contra la cama y...Calma, Katniss...para la siguiente fase aún quedaba un poco, no quería echar a perder todo lo que habíamos conseguido hasta ahora. Peeta avanzaba, pero su inseguridad en ciertos aspectos hacía que quedara un largo camino. Vale, ¿y ahora qué coño hago yo?
Entonces me vino la inspiración. El famoso conejo rosa. Señor, ¿quién me iba a decir a mi que terminaría sopesando la idea de usar un puto vibrador?
Casi a regañadientes fui hasta mi armario y, tras rebuscar entre cajas de zapatos, saqué la pequeña cajita que me había regalado Glim. Lo saqué de su envoltorio y lo miré detenidamente. Era de color rosa chicle – un color muy chic, si señor – su tacto era suave y de tamaño...de tamaño no andaba nada mal. Le di vueltas buscando el interruptor, ya que el aparatito se movía y...oh, aquí estaba el movimiento. Casí que quedo bizca y con cara de gilipollas mientras miraba como el aparato en cuestión se movía rítmicamente.
Me quité la ropa y me puse frente al espejo grande de mi habitación. Era consciente de que no era la mujer más atractiva del mundo; en la universidad había chicas más altas, más guapas...aunque por alguna razón extraña los chicos querían mi compañía. No. Dijo mi conciencia. Te quieren porque eres una presa fácil...Como fuera. Me deseaban a mi. Mis pechos no eran ni pequeños ni grandes, pero estaban firmes y el aro de mi pezón me daba cierto aire de sexualidad. Mi vientre era plano y, aunque algo blancas, mis piernas estaban moldeadas y torneadas. Y podía notar perfectamente la humedad entre mis muslos, fruto de la clase de hoy; estaba más que claro que este temario me había dejado caliente como una perra.
Me acaricié los pechos como había hecho Peeta hacía escasos minutos. Por todo lo sagrado, sus manos se habían sentido jodidamente bien. De hecho hubiera dado cualquier cosa porque me hubiera acariciado en otro sitio con esos dedos largos y esas manos fuertes y...sí, eso lo dejaremos para más adelante.
Jugué con el aro de mi pecho y jadeé por la sensación; mi piel estaa sobreexcitada y cualquier caricia por pequeña que fuera hacía estremecerme. Entonces cogí el condenado aparato del demonio. Aunque no había usado nunca uno de estos la técnica me la tenía más que aprendida.
Abrí las piernas delante del espejo y me observé en él de piernas abiertas. Mi sexo estaba brillante por la excitación, como había estado toda la bendita tarde. Me toqué con los dedos los labios para extender los jugos y luego hice lo mismo con el consolador; lo paseé hacia arriba y abajo para lubricarlo bien. No pude evitar jadear; en esos momentos me alegré de estar sola en casa.
Poco a poco introduje el vibrador en mi interior y jadeé por lo que estaba viendo en el reflejo; el aparato estaba incrustado hasta la empuñadura en mi cuerpo y yo lo estaba disfrutando. Sí, te lo é a sacar y meter el vibrador sin apartar la mirada del espejo. Justo cuando estaba apunto de llegar al orgasmo encendí el modo vibrador y este tocó mi punto sensible. Fue ahí cuando chillé fuertemente. Caí desmadejada hacia atrás en mi enorme cama y suspiré. Joder, como se echaba de menos justo lo que no se podía tener. Algunas veces pensaba que era adicta al sexo; ahora me encontraría justo pasando el periodo de abstinencia y Peeta, lamentablemente, no ayudaba mucho con mi problema. Rodé sobre mi estómago, estaba cansada, muuy cansada, pero me sentía condenadamente bien.