Llegué tan jodidamente caliente a mi casa que tuve que volver a ducharme de nuevo, pero esta vez con agua fría. Muy fría...Nunca imaginé que Peeta fuera a besar de esa manera ni que yo reaccionara así a su toque inocente y a sus besos. Sin duda me encontraba ante un diamante en bruto y yo iba a pulirlo...por varios sitios, he de decir.
El calentón no se bajó ni con el agua gélida, pero por orgullo no me masturbé. De hecho podía contar con los dedos de una mano – y nunca mejor dicho – las veces que yo misma me había acariciado para aliviarme; no me hacía falta ya que siempre había chicos dispuestos a satisfacerme.
Lamentablemente ese punto de la situación había cambiado. Llevaba una semana sin follar con nadie, demasido tiempo para la rutina que me había autoimpuesto a lo largo de los años. ¿Se asustaría Peeta si le diera un meneo rápido en su próxima clase? ¿Un toma-dale? Me froté los ojos con la mano...Dios mío, ¿en qué estás pensando? ¡Estás pensando en usar a Peeta como un puto vibrador! Si esto seguía así tendría que usar el conejito rosa cortesía de Glim.
No me podía creer que pensase en las clases con Peeta como un desahogo personal. ¿Eso era ético? Estamos hablando de relación profesor-alumno...Claro que... ¿era ético enseñar a follar a un chico inocente y virgen? Pfff. En fin, cuando salí de la ducha – tan caliente como entré – me puse un camisón de tirantes y bajé hasta la cocina para ahogar mi frustración sexual con un maravilloso sustituto, el helado de chocolate...sólo diré una cosa...me comí una tarrina de medio litro enterita...
Al día siguiente me desperté algo más despejada. Di gracias a los cielos porque a mi mente perversa no diera por lo sueños húmedos ni nada parecido. Al parecer aún me quedaba algo de autocontrol en el cuerpo. Sí, muchas gracias...Ugh, por todo lo sagrado...me estaba comportando como una puta adicta al sexo. ¿Acaso yo sería una ninfómana o algo parecido? Sí, seguramente.
El teléfono interrumpió mi debate interno sobre mi salud mental y sexual.
- ¿Diga?
- Hola, caracola – canturreó Marvel.
- Hola, Grandulon. ¿Qué me cuentas?
- Pues te cuento...noche de juegos y fiesta en mi casa- me le podía imaginar sonriendo al otro lado de la línea - Mis padres se van de fin de semana romántico...nos han dicho que te llamaramos para poner orden...joder, se fían más de los Odair y de ti que de sus propios hijos...- dijo con tono indignado.
- Por algo será – murmuré – Está bien... ¿llevo algo?
- La presencia...y algo de vodka, nena.
Sonreí cuando colgué. Evidentemente no era la primera vez que hacíamos estas fiestas, pero si iba a ser la primera vez que la hibamos a hacer en casa de los Mellark. Y, evidentemente, era la primera vez que iba a estar Peeta...más que nada porque no le quedaba otra. A estas alturas sería de locos que se encerrara en su habitación mientras nosotros nos poníamos hasta el culo de comer y de beber. De todos modos creo que no se lo permitiría...
Preparé una pequeña bolsa con mi neceser, mi camisón y una muda. Bueno, y dos botellas de smirnoff de la bodega de mi padre. A tu salud, papá. Ni que estuviera aquí para darse cuenta del bajón que estaba dando su bodega. Pfff, ya las repondría.
Cuando llegué a la casa de los Odair, El Sr y Sra. Mellark ya se habían marchado. Los chicos estaban poniendo patatas, aperitivos y canapés en la mesa del gran salón y las chicas estaban sacando cd's de sus cajas como locas. De momento, ni rastro de Peeta. ¿Se habrá acojonado? ¿Habrá huido? ¿Se habra metido debajo de la cama?
- Marvel, ¿y tu hermano?
- Aquí estoy – me contestó Peeta.
Venía de la cocina con un enorme bol lleno de palomitas en una mano y una botella de coca cola en la otra. Me sonrió mientras me ofrecía un vaso de refresco.