Mis alas la forjaron de tridimita nívea y ojival. Con tu luz me haces resplandecer; he ahí, la razón por la que siempre vitaliza mi alma.
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Aún Asher no despertaba.
Debería volver a la casa con mi padre, pero no puedo separarme de su mano; la pusilanimidad no permite que lo abrace y que todavía, en su estado de coma, se derrumbe en mis brazos.
Ya son 3 días de su último ataque; no sé si alegrarme o decepcionarme.
Ya me he acostumbrado apoyarme mi rostro en la cama y observar el vaivén de mi cabello en mi mejilla, observando de reojo a Asher, con su típica mascarilla de oxígeno; su barrera entre la vida y la muerte.
Siempre rozo mi pulgar en sus nudillos rojitas, que me sabía de memoria. Su palma y el color de su tez en las tardes, cuando lo contornea el sol. Es menudo como... Sin tener la oportunidad de haber cruzar unas palabras, podría tomarle cariño a alguien.
Descubrí que tenía pecas muy claras en los hombros; algunas esparcidas por las clavículas. Su cabello es naturalmente rubio, porque las puntas no estaban quemadas. Tiene pestañas cortas y albinas. Igualmente, posee unas marcas rojizas debajo del cuello, así que quizás se frotaba las uñas muy a menudo por esa sección.
Siempre tocaba su marca redonda, pero ahora solo divisaba vacío; oscuro y sin color. Ya no había nubes, ni cascadas ni corazones sangrantes. Nunca perdí la esperanza de ver algo en aquel lugar; me distraía de estar en ese ambiente mustio, pero no había tanta diferencia.
Día 3 definitivamente, así que antes de irme, intenté dar con algo nuevo en ese inexplicable mundo. Atrapé mi labio superior, jugueteando con el dedo corazón de Asher, y cuando me digné a acercar mi mano a su índice, sin muchas esperanzas, toqué esa marca al mismo tiempo que cerraba los ojos.
El azul de las nubes me dio la bienvenida y para mi sorpresa —que fue una muy apacible— las mismas, pero ubicadas en el suelo, eran en gamas aceitunadas y frondosas como el follaje de una grama suave, y a todo mi alrededor, árboles fatis, con un marrón como el bombón y con sus hojas esmeraldas lo empedraban peras jugosas. Rápidamente corrí hasta las frutas, que no alcanzaba; tuve que saltar muchas veces antes de arrebatar algunas.
Definitivamente, el sabor no es muy claro en mi paladar; si hago un esfuerzo aseguro que puedo sentirlo, pero es muy dejo. Es cómo... Una paleta de fresa humedecida con soda negra.
Escuché un crujido, y al divisar unas hojas que revolotearon del pavimento por la caída de las mismas, al llegar de nuevo al suelo, se colocaron en una montaña verde y pequeña. Al parecer alguien las había pisado.
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Peccata minuta
FantastikSi crees que tus pecados quedan sellados en tu corazón, estás equivocado. Más aún si de verdad crees que eres el único el cuál los carga. Mi pecaminoso estado ya no me adormece el corazón. Es como si me hubiera salvado de caer al vergel. Con su obr...