15.

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—¡Paula! ¡Alison ¡Susan! ¡Quién sea! —grité—. ¡¿Alguna de ustedes podría traer más palomitas?! ¡Antes de qué se acaben! —le di un mordisco a mi algodón de azúcar.

Me encontraba en la sala mirando  la televisión, programación basura como suelen pasar en la media tarde.
Estaba tumbada en el sofá con un gran tazón de palomitas encima de mi vientre, con un montón de golosinas más a mi alrededor.
Ese día no me sentía del todo bien ya qué mi cabeza amenazaba con explotar.
Mis amigas se encontraban en la cocina preparando galletas y demás.
Escuché el timbre de la puerta insistente por encima del ruido.

—¿Alguien podría abrir? Ese timbre me da jaqueca —me llevé dos dedos a la sien dándome un leve masaje.

A los pocos minutos, James irrumpió en la sala parándose frente al televisor.

—¡Agh! —tomé el recipiente de helado vacío qué yacía junto a mi y se lo arrojé—. ¡Quitate de ahí!

Audazmente lo esquivó y sonrió.

—Veo qué te encanta lanzarle cosas a la gente —dijo James.

—¡Muevete o te lanzaré la caja de la pizza! —le señalé con el dedo.

—Mueveme tú —rió.

—¡Eres un inmundo animal! —exclamé ya disgustada.

Susan entró en la sala a toda prisa.

—¿Qué pasa Celeste?

—¡Quitalo, no me deja ver mi programa! —exclamé.

Susan miró severamente a James el cual entendió todo y se movió.

—Gracias —me incorporé en el sofá en la posición más cómoda qué encontré.

—Sí necesitas algo más... —comenzó a decir.

—Necesito más pizza, la qué trajeron ya no hay —levanté la caja del suelo y sé la entregué.

—Pero la trajimos hace una hora Celeste.

—Y también más palomitas —tomé un puñado de estas y las metí a mi boca—, ya casi se acaban.

Susan se veía realmente exhausta pero eso no fue impedimento para sonreír y asentir a mi petición.
James se quedó detrás de ella, estupefacto.
Hoy era uno de esos días en los qué odiaba a todo el mundo.

—Veo qué estas del mejor humor —dijo James al sentarse a mi lado en el sofá.

Detecté su sarcasmo inmediatamente lo cual me hizo achicar los ojos y darle mi peor cara.

—James, no es lindo estar embarazada de seis meses —me crucé de brazos—, mi ropa ya no me queda, tengo qué usar ropa de vagabundo, tengo hambre todo el día y lo más importante ¡En la noche no me deja dormir por qué se la pasa pateando! —gruñí.

—Te compadezco —dijo después de unos minutos de silencio.

—Es por qué estoy gorda —continué comiendo mi algodón de azúcar.

—No, no estás gorda...estás

—¡Obesa! ¡Parezco una ballena! —le di un mordisco a lo último qué quedaba de un sándwich de atún con queso amarillo.

—Celeste, aquí está la pizza —dijo Paula al entrar en la sala.

—Wow qué rapidez —abrí la caja y tomé dos pedazos—, gracias.

—¿Querías palomitas?

—Por favor —le entregué el recipiente vacío donde hasta hace poco habían estado.

Robar nunca fue tan Celestial Where stories live. Discover now