El Delito

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La Señora Cardioromo subió lentamente al estrado, con la cabeza gacha y a pasitos; la Señora Cardioromo estaba asustada. El apabullante despliegue de medios que su caso había provocado, los incontables grupos de activistas que se movilizaban en ese mismo momento frente la puerta de los tribunales portando pancartas y cantos de protesta a su favor, los dibujantes sentados en primera fila que garabatean a carboncillo sus movimientos; todo aquello le venía excesivamente grande a la Señora Cardioromo.

Aunque si tenemos que hablar de miedo, este era el que sufría el policía que casi en perpetuo estado de shock, como si el alma ya no le habitase en el cuerpo, se sentaba en el banquillo de los acusados para, con mirar impotente, ver cómo su vida social y laboral se iban por el desagüe por culpa de la Señora Cardioromo, que, más que señora, era para él un heraldo del infierno, un volcán krakatoano en erupción engullendo en olas de magma una quebradiza cabaña de paja y barro, la fuerza devastadora de mil estrellas colapsadas.

El fiscal, que en vistas anteriores había presentado a la Señora Cardioromo como la madre coraje de tres nobles hijos y que ahora, viuda a sus 74 años, se dedicaba a disfrutar de su jubilación anticipada y a donar casi por completo la pensión de viudedad a diferentes protectoras de animales, preguntó a la Señora Cardiormo por el origen etimológico que era, no solo el germen de todo el revuelo mediático, sino también el pilar central de la acusación.

Señora Cardioromo (Habla al público, no a ningún personaje del escenario. Según avanza en su monologo, su voz va ganando más fuerza e intensidad, escapando del miedo y adentrándose en el convencimiento mismo de su discurso, saboreando las palabras.):

"Es un nombre dotado de gran significado para mí, pues está compuesto de otros tres nombres más, como una matrioska, un tríptico de las personas que han marcado la vida de esta anciana. El primero de estos nombres viene de mi tía abuela Misterios. Fue una mujer que tuvo que vivir toda la guerra civil y la consiguiente post-guerra encerrada en un pueblecito del Guadarrama, desconectado del mundo y cuyo único enlace con los territorios colindantes eran los soldados del futuro régimen que iban y venían de las ciudades, usando, tanto el pueblo, como las casas de sus habitantes, como hoteles de paso. Republicana y feminista hasta la médula, tuvo que aguantar vejaciones de los adalides del régimen. No solo mordiéndose la lengua, sino también reprimiendo las lágrimas cuando los chistes verdes se fueron convirtiendo poco a poco en abusos por parte de aquellos invasores de uniforme color caqui. Ella me enseñó lo que es la fortaleza, a ser como el buen Santiago José Carrillo, que solo la muerte fue capaz de lograr tirarle al suelo. El segundo nombre pertenece a mi mejor amiga de la infancia, Teresa. Con ella compartí no solo la adolescencia, sino también ese descubrimiento, esa explosión sorda que es empezar a definirse a uno mismo. Fue también mi compañera de piso en aquella ya lejana residencia universitaria. Las dos estudiábamos filología hispánica en la Universidad Complutense, y entre análisis de los primeros párrafos de La Regenta de Clarín, versitos de Machado y escapadas a las vetadas asambleas republicanas, nos enamoramos. Ella fue el primer beso, el segundo, el tercero y muchos de los otros que siguieron después; y aunque pueda escandalizar a algunos, está claro y debo confesar, que no todos fueron en la boca. Mi primer encontronazo con el amor ocurrió entre sus pechos, mi primer gemido se ahogó en su pelo y los estremecimientos, oleadas y convulsiones de mi cuerpo fueron quedando grabados en su cuello como tatuajes con la forma de mi mandíbula. Dicen que el amor es fuerza redentora, y pueden que tengan razón, pero yo solo estoy segura de la mitad: de que es fuerza; que nos acerca, que nos colisiona, que nos separa. Teresa se acabó yendo de mi vida y yo de la suya. No sé dónde estará, si quiera si está. Pero me quedo con el recuerdo y con su nombre".

(Pausa dramática. La Señora Cardioromo comienza a llorar silenciosamente, aguantándose las lágrimas como le enseño su tía abuela Misterios)

"Denme un segundo para que me reponga y les contaré la historia del tercer nombre, el que quizás sea el más importante y también el más doloroso."

La sala se mantenía en silencio, respetando la tregua que la Señora Cardioromo solicitaba. Hasta los carboncillos de los dibujantes dejaron de lijarse contra el papel.

El policía ya no podía más. Se sentía, se sentía en un torrente de acontecimientos, en un río de confusas églogas, como si se intentara mirar al cielo bajo una catarata, sin ver nada, solo distorsión, embarullado, perdido, recordaba el colegio, cuando tenía que leer frente a toda la clase y el texto era demasiado enrevesado, se le mal formaba en la garganta, como un masa viscosa parecida al macramé, las frases eran largas, sin puntos, infinitas, rectas, solo comas, sin frenos, baches y más baches, y el tono se ahogaba entre oraciones subordinadas, aclaraciones, paréntesis (a veces largos, a veces cortos, pero sobre todo como si el autor se hubiese olvidado que podía usar notas a pies de página), preguntas y exclamaciones, ¡qué también estaban enclaustradas entre comas!, ¿a quién se le ocurría escribir así?, y él se perdía, sin saber ya que hacer, ni entonar, solo podía leer como un robot, solo palabras, una por una, sin entender la relación y se ponía cada vez más nervioso como atrincherado ante un enemigo que es más fuerte más complejo más veloz enfrentado ante esa fuerza primigenia que es el lenguaje mismo sin que existan ya baches ya no hay nada más que hacer todo desciende ya no puede leer ya no podrá leer estará perdido es todo tan confuso siempre como una frase que no sabes si es una pregunta o una afirmación y solo puedes y solo puedes dejarte vencer seguir leyendo ese maldito texto párrafo que no parece acabar nunca palabras que no puedes unir son estrellas sabes que forman un conjunto pero están tan alejadas separadas ha cambiado el tiempo verbal también el sujeto el policía el policía, el policía, el-po-li-cí-a-se-sen-tía-a-sí.

Entonces, el policía, ya cansado
Y dispuesto a marcarse un pareado

Se levantó
Y exclamó:

"¿Es que nos hemos vuelto mal de la chaveta?"
"¿A quién se le ocurre llamar a su perro "Mis Tetas"?

Aborto, tal vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora