La demonio flotaba en medio del salón con su ardiente cola zarandeandose a pocos centímetros del parquet, jugueteando, sin ella parecer saberlo, con el desastre.
Quizás fuese la cultura de Hollywood la que me había mal educado en las apariciones de los seres de otra dimensión, pero en las películas, la aparición de un ser demoníaco suele estar acompañada de enormes estruendos, portales con bordes de fuego que dan al inframundo, voces surgidas de ninguna parte hablando en latín, chispas y relámpagos; o por lo menos de una canción pegadiza. Pero ella, sin embargo, apareció. En un instante no estaba y al siguiente si. Una entrada muy aséptica. Tres dieces en los 15 metros de salto en trampolín; sin salpicaduras.
Yo la miraba como se mira al hijo novel aparcar tu coche nuevo en el garaje subterraneo del supermercado, calculando, con un sudor frío recorriendo mi espalda, los palmos que quedaban para que finalmente su cola entrase en contacto con el suelo y explotase en llamas.
Ya solo faltaban un par de días para que mis padres volvieran de sus vacaciones y la idea de que su bienvenida fuese el salón calcinado por un ser de otra dimensión era para que, por lo menos, mi madre soltase un grito ahogado y se pusiese como una maldita histérica. Mi padre, probablemente, se conformaría con sufrir un infarto.
Por suerte para mi, ella se había mantenido desde el inicio en el mismo lugar donde apareció. Allí, en todo el medio de la estancia, ignorando cualquier posibilidad de situarse en otro lugar más confortable, como el sillón orejero de mi padre. Deduje que seguramente una posición como aquella, de perpetua flotabilidad, debía ser altamente confortable pues ninguna parte de tu cuerpo carga con el peso de otra. Cero posibilidades de escoliosis demoníaca (la peor de todas, suponía)
Aparte de levitar y agitar la cola, no había hecho otra cosa desde su llegada; no había abierto la boca en ningún momento. Solo me observaba, siguiéndome con la mirada en el caso de que me moviese, de una forma tan pasiva, e incluso creo pensar que aburrida, que ni siquiera giraba la cabeza si yo salía de su rango de visión.
Tras el terror inicial que supuso su llegada, había tratado sin éxito de entablar comunicación con aquel ser. No respondía a pregunta alguna (amable o grosera), ofrecimientos (sencillo o descarado), idioma o lengua (cristiana o profana), ni a insultos (groseros, descarados y profanos).
Tal incomunicación por su parte, y sobre todo la ausencia de forma alguna de hacerla regresar de donde quisiera proceder, habían logrado que, desde que irrumpió en mi salón hacía ya tres días, yo no hubiese sido capaz de pegar ojo.
Ahora me encontraba en el sofá, mirando aquellos ojos que me correspondían sin emoción. Ojos completamente negros a excepción de un finísimo iris del color de la lava que los rodeaba, como un eclipse de Sol.
Intentando comprender su punto de vista (entiende a tu enemigo y vencerás), fue cuando creí dar con el quit de la cuestión. Recordé todos esos datos con los que los documentales de la tele te bombardean con la intención de hacerte sentir como la mota de polvo que eres en el universo. La Tierra tiene 4500 millones de años, que no es nada comparado con los 13 millones de años de la Vía Láctea. Casi tantos como el universo.
¿Pero y ella? ¿Cuánto tiempo llevaría aquí? Era un demonio, narices. Seguro que estuvo antes de todo eso, del Sol, las constelaciones, el Big Bang y toda aquella basura. Incluso, dios sabe cuanto más antes de eso. Si, incluso podría haber conocido a Dios.
Millones, trillones de años existiendo. Comprendí que aquella actitud no era burlona, ni desafiante, si quiera aburrida; no era nada, me veía pasar, como quien mira una avión surcar el cielo para luego bajar la vista y seguir a sus cosas. Debía ser un ser de inconmensurable pasado e infinito futuro. Yo debía ser otro evento, otro como los incontables que ya había presenciado. Que ya solo me dedicase aquel movimiento de ojos, debía ser todo un cumplido para mi.
Teniendo esto en cuenta, su postura sin duda era la más cómoda. Flotaba mientras las mareas del tiempo pasaban a su alrededor. Los planetas dejaban de girar, sus estrellas se los tragaban y todo acababa estallando mientras ella permanecía en su inmutabilidad.
El objeto inamovible.
Me levanté y me dirigí hacía ella. Ahora, con todas estas ideas en la cabeza, ardía en deseos de tocarla, aunque con ello fuese yo quien en verdad ardiese de una forma totalmente literal. Pues un detalle que se me olvido mencionar, y del cual emergian todas mis fobias pirolíticas, era que su piel debía tener, aproximadamente, la temperatura conjunta de un par de infiernos en donde quieran los infiernos tener los desiertos.
Era algo que no se hacía latente hasta estar a escasos milímetros de ella, pues el calor de semejante temperatura, apenas se dejaba desprender de su piel, como una atmósfera que la envolvía. Podías zarandear una sartén (la favorita de tu progenitor, por ejemplo) a su lado sin problemas, pero si se te ocurría atizarle con ella en la cabeza, no solo acabarías con un enorme agujero llameante en medio de dicha sartén, sino también tendrías que empezar a buscar una buena excusa que contar a tu padre.
Pero lo que ocurrió con la sartén ya estaba olvidado.
¿Cuantos notables hombres habían soñado con lo infinito? Decenas de miles han soñado con alcanzar la eternidad: conquistadores, artistas, revolucionarios, asesinos. Pero los imperios caen, las obras de arte acabarán corvintiendose en polvo, los ideales se pervierten y siempre acaba llegando un sanguinario más sanguinario que el sanguinario anterior. Y cuando todo y todos desapareciesemos, al menos habría sido yo el más cercano a la eternidad. Algo tan simbólico a solo una quemadura de tercer grado de distancia era, a mi parecer, una oferta muy difícil de rechazar.
Me chupe el dedo con la ingenua idea de que, durante unos instantes, podría servir como medida de protección contra su ardiente piel. Ella siguió mirando como me acercaba a su rostro, sin hacer movimiento alguno por su parte para evitarlo. Comencé a acercar la mano lentamente, preparándome para lanzarle un rápido toque a su rostro y salir corriendo al baño a poner el dedo bajo el grifo.
Ella me observaba impasible sin pestañear, aunque, para ser justos, tampoco lo había hecho en todos estos días y ni sabía si tenía párpados siquiera. Seguí acercándome lentamente hasta que, cuando empezaba a sentir el abrasador acercamiento de estar a pocos milímetros de su piel, la demonio desapareció.
Se fue como llegó. Sin fuegos artificiales, ni música; mutis por el foro. Un sencillo "toc" del aire rellenando el hueco donde ella había estado el instante antes fue el único evento que provocó.
Recogí el salón, testigo de los días en vela que había pasado, y lo acicale para tenerlo tal y como mis padres esperaban encontrarlo: sin comida rápida tirada allí y allá, ropa sucia, una sartén agujereada y una demonio flotando en medio del cuarto.
Al final también me decidí por recoger tus cosas: la ropa que tenías en mi armario, los recuerdos tontos que había en el cajón de recuerdos tontos, los calcetines que tenías en mi cajón de los calcetines y aquella rosa ya seca que me regalaste para que "no tengas que hacer todo el proceso de secado"
Tire todo a la basura, incluido ese viejo libro tuyo del que tanto me cachondeaba y que, como comprobé, si que servía para invocar demonios. Ahora puedo admitir que fue una buena compra y que esa vieja chiflada que te lo vendió puede que no estuviese tan chiflada.
Ya hace tres meses desde que desapareciste. Tres meses desde que me dijiste por sorpresa que ya no sentías lo que en su día fue. Que moñada, pero te quería y hasta ese momento realmente pensaba que lo nuestro sería indestructible.
De ti, o mejor dicho, producto de ti, solo me queda una quemadura en un dedo.
Y hasta eso sanará para acabar desapareciendo.
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Aborto, tal vez
HumorA la chica a la que amas en secreto, a veces, se le rompe el papel higiénico al limpiarse y se llena los dedos de mierda. Tu padre, quizás, fue alguna vez de esos desgraciados que pegan un moco en el espejo del ascensor. Y hoy me he encontrado en el...