Aquel día se había constatado que el proyecto era un fracaso. Un enorme pisapapeles de ocho toneladas que ocupaba casi lo mismo que una docena de coches. La diferencia entre ambos es que los segundos , pese a no poder moverse en el tiempo, al menos si eran capaces de hacerlo en el espacio. Haciendo un sencillo balance de pros y contras entre ambas opciones, cualquiera elegiría como preferencia la batería de coches, aunque eso significase no tener donde aparcarlos y acabar estacionandolos en zona azul.
Eso debieron pensar nuestra pareja de patrocinadores, un joven matrimonio de millonarios italianos. Ingenuos pusieron un monton dinero sobre la mesa pensando que eso bastaría para plegar el espacio-tiempo a su voluntad, ignorando otros factores como la física básica.
El resultado estaba más cerca de ser un aparato especializado en fuegos artificiales, cortocircuitos y chispazos que una máquina del tiempo propiamente dicha, claro.
El jefe del proyecto, y principal visionario de la idea, les había intentado tranquilizar diciendoles que tenían que entender aquella maquina de la misma manera que se entiende que unos huevos y un kilo de harina no son una tarta en sí, pero si un potencial de tarta. La materia prima estaba ahí, solo había que batirla. Sin que en el proceso explotase y nos matase a todos, eso por descontado.
Quede con ella tras la prueba a puerta cerrada del experimento, cuando el presentimiento de que pronto el proyecto se quedaría sin financiación invadió la mente de todos aquellos que habiamos participado, en lo que ahora sentíamos que que era una completa majaderia.
No nos dimos dos besos, sencillamente nos saludamos con timidez levantandonos la mano. Fuimos a una cafetería con encanto cercana a nuestro punto de reunión. Yo fuí el primero en pedir y opte por una jarra de cerveza. Ella habló despues para solicitar sencillamente un café. La vergonzosa idea de que me viese como un borracho, o peor aún, como un hombre que intenta emborrachar a una chica para seducirla, se apoderó de mí, consiguiendo que, cuando mi bebida llegase, solo le pegase un par de tímidos sorbos.
Comenzamos a hablar sobre nosotros. Claro que no todo funcionaba. La conocía tanto como se puede conocer a una persona encontrada en una aplicación de citas: lo suficiente como para pensar que no sería incomodo conocerla en persona, pero no lo bastante para saber si lo primero podría ser cierto.
Quería besarla.
Ella hablaba más que yo, que me repegaba a una posición de trinchera donde la acribillaba a preguntas para que nunca cambiasen las tornas y tuviese que ser yo quien hablará y llevase el peso de la conversación. Mi miedo era defraudarla. Sacar a coladero mi vida y que se diese cuenta de que yo no era el tipo interesante con el que quizás había fantaseado.
La historia de la maquina del tiempo era mi mejor baza. Pero era más un título para llamar la atención que otra cosa; una anécdota sobre un fracaso. Además, ¿y si yo no encontraba el momento para contarla y sacarla sin más me evidenciase como un tipo que solo busca impresionar con las partes más interesantes de su vida? ¿Y si la contaba y sencillamente no le impresionaba? Espera, ¿estaba intentando impresionarla? ¿Y si al hacerlo, lo narraba de alguna manera aburrida que la hiciese que carente de interés? No solo no la impresionaría, sino que además pensaría que. Que ¿Qué? Que soy un tipo aburrido. Hasta puede que un mentiroso.
Quería besarla. Eso era. No impresionarla, ni preguntar, ni que ella me preguntase. Quería besarla en la calidad de desconocido. Sentir sus labios sobre los míos y cerrar los ojos un poco después que ella para verla cerrar los suyos también. Sabiendo, pensando o queriendo creer que yo, en la duración del beso, era lo único que le importaba. Luego separarnos, una mirada tierna, ¿un abrazo?, ¿sincerarnos?
Ella me diría que una vez engaño a su novio con su mejor amigo. Yo que una vez robe dinero a mi exnovia bajo la falsa justificación de que me lo debía de un modo moral. Ella que tiene miedo de que nadie la quiera. Yo de que nunca pueda ser una buena persona.
Ese momento no llegaba y, posiblemente, nunca iba a llegar. Porque ella seguía hablando de sus estudios, de algo que le pasó con su madre, de su libro favorito. Mientras yo le preguntaba: "¿que estudias?", "¿qué tal te llevas con tus padres?", "¿qué te gusta leer?"
Quería besarla. Miraba sus labios mientras abria y cerraba la boca ocupada en dar respuesta a todas las tonterias que se me pasaban por la cabeza para ocupar el tiempo. Y el beso no llegaría jamas, porque yo no movía ficha apalancado en mi posición cobarde.
Hablarla de la maquina del tiempo. Impedir que la cita acabase sólo con un par de besos protocolarios y que nunca más volvieseis a entablar conversación. Impresionarla para venderle la idea de que eres la clase de tipo a quien debería querer besar. Que despreciable, que despreciable eres. Querías hacernos creer a todos que solo estabas buscando un alma con quien compartir con sinceridad un poco del tiempo que tienes en este mundo, pero que va. Quieres besarla para despues follar, ¿no es eso? Eres un ser tan, tan patético, mirate, dijiste que solo ibas a pegar un par de sorbos a la cerveza y te la has acabado. Estas borracho y pensando en follar, ¿miras esos labios porque quieres un beso o que te haga una mamada? Que asco das. No, tú nunca serás una buena persona.
Pero ella se incorporó, dejando alguna de mis preguntas a medias y me dijo: "¿Pero y tú? Yo también quiero saber que haces"
AHORA, VE CON TODO.
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Mientras ella miraba fascinada la maquina del tiempo, recorriendo la sala para admirarla desde todos sus ángulos, yo hacía lo mismo con ella. Me embobaba con su sonrisa de ilusión infantil y con sus ojos abiertos que no querían perderse ningún detalle. Aunque lo que más apreciaba, era aquella felicidad que irradiaba yendo de un lado para otro casi a saltitos y que yo me atribuía (equivocadamente) como principal artifice.
Era la maquina del tiempo la que había hecho que la alegría la embriagase. Ir no solo donde, sino cuando uno quiera. Esa misma vieja y manida fantasía de poder, que había hecho que el matrimonio italiano gastase millones y millones. Quizás me di cuenta de todo esto, y para que aquel sentimiento no se apagase la acaba proponiendo:
- ¿Quieres subir?
La respuesta fue más un grito que una afirmación. Le indique por donde se entraba y la acompañe mientras le indicaba donde debía tener cuidado al pisar, con que podría tropezar o que cables sueltos podían matarla. Claro que, aún así, piso en bastantes lugares que no debía, tropezó con algunas cosas que no tendrían que soltarse y se agarró a varios cables que deberían haberla convertido en carbón.
Alguno de esos diminutos accidentes, o puede que todos ellos en su conjunto, debió de ser la razón de que, cuando yo toquetease el panel principal para explicarle como en teoría debería funcionar, hiciese que la máquina pasase del papel a la práctica y nos lanzase como una catapulta a través del tiempo.
Y si, el beso acabó llegando. Dentro de siete mil años en el futuro. También un monton de cosas más que ahora bien poco importan, porque aún falta bastante para que sucedan. Tiempo al tiempo.
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Aborto, tal vez
HumorA la chica a la que amas en secreto, a veces, se le rompe el papel higiénico al limpiarse y se llena los dedos de mierda. Tu padre, quizás, fue alguna vez de esos desgraciados que pegan un moco en el espejo del ascensor. Y hoy me he encontrado en el...