El Agente 33

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Otoño en una pequeña ciudad dormitorio a las afueras de Londres.

El Agente 33 entra cansado en una de tantas casas, en un edificio con forma de caja de cerillas, igual o más normal que el resto, con una pequeña urbanización, parquecito con columpios con arenero para que los niños jueguen y parking privado. No tiene piscina, pero desde hace muchos años se ha venido planteando construirla en la explanada de césped que hay detrás de los bloques y que nadie usa.

Se quita los guantes y el gorro, testigos y protectores del frío día que padece hoy toda la región. Avanza hasta su cuarto donde comienza a quitarse el resto de ropa. Al hurgar en los bolsillos de su abrigo para cerciorarse de que no deja nada que luego no pueda encontrar, como tantas veces le suele pasar con las llaves de la moto, encuentra el caramelo que tomó distraídamente de la recepción del hotel de quien era propietario y huésped el malvado Doctor Cerberus, o como le conocían quienes le temían, "Piel de Cerdo".

Ni siquiera se había vuelto a acordar de esa misión, que había sido resuelta sin pena ni gloria desde su perspectiva, ni de cómo tomó aquel dulce mientras seducía a uno de los recepcionistas del hotel para que le facilitase el número de habitación de "Piel de Cerdo", o, como se le nombraba en clave en los informes de logística, "Doctor Vermut".

Después de acabar con los planes de Iscariote, que era como al Doctor Vermut le gustaba que le llamase su amante, y que se saldó con varias plantas del hotel en llamas, acabó acostándose con aquel recepcionista. Era la primera vez que lo hacía con un hombre, pero lejos de marcar un antes y un después en su vida, o condición sexual, o donde demonios este tipo de cosas tengan que marcar un antes y un después, lo dejó pasar sin mayor importancia o líos. Este tipo de cosas suceden todos los días, en todas partes del mundo, pensaba.

Se sienta en la cama, aún con los pantalones de la calle y los zapatos sin quitar. Abre el envoltorio y lo prueba. Es de limón, su sabor favorito. Se acaba tumbado cuan largo es, dejando los pies fuera del colchón para no manchar la colcha.

Hace un par de horas ha dejado a todo el comité federal de seguridad nacional plantado. Le estaban presentando su próxima misión, mientras se tomaba su vaso de leche como de costumbre. En el proyector, mapas con coordenadas garabateadas, fotos de los principales sospechosos unidas entre ellas por cordeles rojos simbolizando el entramado, posiciones y rangos de aquella organización criminal, que ya casi tenía el poderío militar de un pequeño país, como pongamos, Guinea Ecuatorial. Todo segun lo habitual.

El coronel, tras acabar de explicar la urgencia y peligros de la tarea, cerró el discurso con un: "Es usted el mejor y el único que puede dar carpetazo de una vez por todas a esto. Estamos en sus manos".

Hecho el cual fuese cierto, y puede que de solo él dependiera la seguridad de su país ante esa nueva amenaza. Pero de igual modo lo había rechazado. Se había levantado con tranquilidad y:

- No gracias.

Para luego darse la vuelta, coger la puerta y largarse. Dejando al coronel, al ministro de defensa, y a toda esa gente que siempre estaba ahí y que nunca decía nada, con un palmo de narices.

Ni siquiera sabía si podía hacerlo o no, si algún papel de la agencia firmado por él sin demasiado atención se lo impedía, o era perjurio a la protección de alguna bandera a la que había prometido lealtad. Pero lo cierto es que nadie se lo impidió, ni ha habido ninguna llamada amenazadora o por lo menos suplicante para que recapacite.

Con sus propios pies comienza a sacarse los zapatos. No sabe muy bien que hacer ahora. Hace años que no tiene días libres, o vacaciones. Bien pensado, es posible que quizás no tenga ni empleo. En cualquier caso, no le perturba la idea.

Gira la cabeza para mirar por la ventana la resplandeciente y helada tarde que embadurna la calle. Ahí se queda unos minutos más, disfrutando del caramelo que se deshace en su boca. Convencido de que es lo correcto, pero sin saber muy bien el que.

Y no se porque te he escrito todo esto, David. Porque seguramente, hasta ahora, habrás pensado que es otro de mis estúpidos cuentos que te mando al correo para que seas el primero en leerlo y decirme las faltas de ortografía. Pero, al igual que el Agente 33, hoy lo quiero dejar.

Es como una avalancha, o un infarto, no se; ese tipo de cosas que no puedes dejar pasar.

No entiendo del todo el porqué, pero aquí estoy, tumbada en nuestra cama, a medio vestir, con un caramelo de limon en la boca y el portátil haciendo malabares sobre mi tripa. Por la ventana entra la luz del mediodía y aún falta un par de horas para que vuelvas del trabajo. Y quiero dejarlo.

Sin dar explicaciones, sin hacerte entender que nada de estos dos años han sido mentira, que te he querido hasta ayer. Solo decir un "No, gracias" e irme.

Lo siento, lo siento tanto, David. Pero creo que estas cosas pasan todo el tiempo, en todas las partes del mundo.

Antentamente:
-Cristina-

Aborto, tal vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora