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—Eres increíble Bieber —comentó Taylor mientras acariciaba su cabello castaño.
—Lo sé —contestó quitándose de su roce, ya que no soportaba que nadie lo tocará, excepto por una persona.
Los dos apenas habían terminado. Estaban acostados en la cama de la habitación de Justin, realmente agitados. El olor a sexo se podía respirar a kilómetros.
—¿Quieres continuar con el segundo round? —dijo Taylor mordiéndose el labio inferior.
—El realidad, no —se levantó de la cama —es hora de que te vayas.
Taylor abrió los ojos sorprendida, no pensaba que esta vez fuera a rechazarla.
—Imaginé que te había gustado... —un gesto de confusión se hizo presente en su rostro.
Justin soltó una pequeña risita.
—Cariño, déjame explicarte algo —suspiró —no me gustas, y nunca lo harás, no sé que intenciones quieres conmigo pero en realidad tampoco me importan, solo te pido que te marches ahora, te he dado lo que tanto querías.
Taylor trataba de no exaltarse. Justin estaba hiriendo su ego.
—No te entiendo —negó con la cabeza —nadie se resiste a mi, literal. No es posible que tú lo hagas Bieber.
—Claro que es posible —sonrió —solo estoy enamorado de una persona, y esa es mi esposa.
—¿Tu esposa? —comenzó a reír —puedo jurar que debe ser una señora gorda, con celulitis y estrías. En cambio, mírame a mi.
Taylor quitó el cobertor de la colcha que cubría su cuerpo para dejarlo a la vista del ojimiel.
A quién engañábamos, era realmente sexy.
Estaba buenísima y aparte era demasiado guapa. Todo lo que un hombre querría.
Lástima que eso no funcionaba con Justin.
—Eres muy guapa Taylor —la miró —pero mi esposa es más hermosa de lo que te puedas imaginar, la misma Diosa de la belleza le tiene envidia.
Taylor cada vez más hervía de coraje, pues no toleraba saber que había alguien mejor que ella.
